miércoles, abril 28, 2010

Misterio

Cuando no nos encontramos bien y, por explicarlo, decimos que el cuerpo no nos sostiene, a qué peso exactamente nos estamos refiriendo.

lunes, abril 26, 2010

Desde Aracataca al Hotel Nicole

Ayer en casa, ya de noche, abrí la biografía de Gabriel García Márquez escrita por Gerald Martin. En sus páginas centrales contiene fotografías. En una de ellas, muy joven, aparece Tachia. Le encontré en el retrato un aire como de Fanny Ardant en blanco y negro con corte de pelo a lo Jean Seberg. Llegábamos de pasar un rato muy agradable en su compañía. Lleva por aquí unas cuantas jornadas. Tuvo lleno en su recital del Antiguo Instituto Jovellanos. Se enfrentó después con los adolescentes de un par de centros educativos. Incansable. Con Miguel Hernández por motivo. Este ir y venir la tiene dichosamente ocupada. Le decimos en broma que se nos está volviendo algo diva. La traen y la llevan con mimo, le piden con cualquier disculpa que diga unos versos, que cuenta un pedazo de vida. Y de todo da un poco sin remilgos pero con una sencillez altiva, trufando de pequeñas expresiones francesas sus historias, coqueteando, mientras recita, con sus manos, con sus ojos muy abiertos y con su sonrisa aún hermosa. Contó que en su reciente viaje a Colombia estuvo en Aracataca. El Macondo de quien fuera su compañero en París, García Márquez. Quiso llegar hasta allí a toda costa. Alguien intercedió facilitándole un chófer. Quería visitar la casa de Gabo. Estaba cerrada. Era lunes. Un militar arisco hacia guardia. El conductor que llevó a Tachia hasta allí intercedió por ella: “Mire, mi hermano, que esta señora es la representante de las letras españolas y de don Miguel de Cervantes y Saavedra”. Tachia se ríe recordando el énfasis del “Saavedra”. De nada les valió. Así que se fueron al Ayuntamiento. El conductor había sido compañero del alcalde en la escuela. En el camino vieron a Remedios la Bella. O lo que de ella hizo, según parece, un escultor que resultó más bien fallero. Cuarenta gados a la sombra. Por el consistorio todo se movía con el ritmo cansino y casi paródico del trópico. Guayabas y ventiladores de techo. Sudor rancio en las axilas. La casa de Márquez resultó no ser cosa de la autoridad local, sino de la universidad del Magdalena. Y Tachia no pudo finalmente verla, pero reconoció Macondo. Su espíritu alucinado reverberando al sol. Y a los macondinos con vidas de novela, como la de aquella mujer analfabeta a la que vieron pedirle al alcalde que le leyera una carta oficial. El gobierno le había escrito un farragoso texto burocrático reconociéndole una pensión. Cuatro hermanos se le había llevado la violencia del país. A Tachia le dieron en Bogotá tratamiento de gran dama del teatro. Y la entrevistaron en El Espectador. Todo lo de Gabo resulta allí casi sagrado. El gobierno le pidió un texto para el libro El París de García Márquez. Lo envío en cuartillas manuscritas. Nos lo lee ahora. Y suena sincero. Sin impostura. Recuerda el tiempo difícil de la necesidad y la irrenunciable memoria del amor. Habla de donde vivieron juntos. Y de que entonces hasta comieron a veces una sopa aguada que sólo engordaban unas pocas especias. Y, a falta de otro alimento, incluso una tisana de tila que al colombiano le supo “a procesión”. A buen seguro pensaba en aquellas hambres García Márquez cuando escribió en El coronel no tiene quien le escriba sobre el caldo de piedras que la coronela ponía al fuego por dar entender al pueblo, y por dignidad, que en la casa del gallo aún había qué cocinar. Le digo yo que hallé husmeando en la red un artículo en un periódico peruano que habla de ella. Y de ese tiempo. Y de un cuento: El rastro de tu sangre en la nieve. Que quizás sea el cuento más bello que uno haya leído nunca. Tachia recuerda cuándo se escribió. Y que Gabriel la llevó con él hasta el Hotel Nicole. Que allí habló con el recepcionista. No sabía ella de qué. Quizás de las habitaciones, de su precio, de su decoración. “Hotel Nicole. Tenía una sola estrella, y una sala de recibo muy pequeña donde no había más que un sofá y un viejo piano vertical, pero el propietario de voz aflautada podía entenderse con los clientes en cualquier idioma a condición de que tuvieran con qué pagar. Billy Sánchez se instaló con once maletas y nueve cajas de regalos en el único cuarto libre, que era una mansarda triangular en el noveno piso, a donde se llegaba sin aliento por una escalera en espiral que olía a espuma de coliflores hervidas. Las paredes estaban forradas de colgaduras tristes y por la única ventana no cabía nada más que la claridad turbia del patio interior. Había una cama para dos, un ropero grande, una silla simple, un bidé portátil y un aguamanil con su platón y su jarra, de modo que la única manera de estar dentro del cuarto era acostado en la cama. Todo era peor que viejo, desventurado, pero también muy limpio, y con un rastro saludable de medicina reciente.” Al llegar a casa le digo a mi mujer que me siento privilegiado. Por haber leído ese cuento y haberlo podido gozar con una intensidad casi física. Por haber tenido cerca, muy cerca, cincuenta años después, a quien quizás lo inspiró. Coronela o Nena Daconte. Tachia que cuenta y recita.

lunes, abril 19, 2010

El gallo

Esta semana vendrá Tachia a Gijón. Homenajeará a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento. Ha estado de nuevo en Colombia hace nada. Y en Alcalá de Henares. Y llega de Valencia. Nuevos recitales. Dice bien la poesía. Y fue novia de Blas de Otero. Y García Márquez. No poco reclamo. Vivía con el colombiano cuando él redactaba El coronel no tiene quien la escriba. Era ella, pues, la coronela.
He vuelto a leer esta novelita de apenas cincuenta páginas. Condensada. Simbólica. Desolada. Casi perfecta. Bajo el hambre y el abandono, contra la desesperanza, el mal de octubre y los años de vejez y enfermedad, aguanta el gallo. El amor propio. La dignidad escasa que se confía a una fecha futura y a una pelea incierta. Final abierto. O quizás no tanto. Quién después de leer la novela confiaría en la victoria del gallo. En que cambiará la suerte del coronel y de su asmática mujer. Más seguro es que la gallera se convirtiera en el escenario final de toda agarredera. Sacrificio del gallo ante Esculapio según la interpretación, quizás retorcida, que algunos le dieron al ruego que Sócrates le formuló a Critón antes de morir. El final cura de la vida. Esa larga enfermedad. Désele entonces al dios de la salud su ofrenda.

(El Jueves 22 de Abril a las 19.30 horas en el salón de actos del Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón se rendirá homenaje al poeta alicantino, Miguel Hernández, con motivo del centenario de su nacimiento. El profesor de la Universidad de Oviedo José Luis García Martín pronunciará la conferencia "Miguel Hernández, el rayo que no cesa", donde repasará la trayectoria vital y literaria del poeta alicantino. A continuación Tachia Quintanar ofrecerá un recital poético con una selección de composiciones de Miguel Hernández.)

viernes, abril 16, 2010

Nubes

He salido por la mañana temprano a mitad de la playa. Despuntaba el día por encima de la Providencia. Curiosa premonoción la de la frase si uno se abstrae de que habla de toponimias. Sol. Y pequeñas nubes quietas sobre el mismo horizonte. Algunas se parecían a esos discos que emplean las mujeres para desmaquillarse. Eso sí, después de usados. Con restos de rostro, que en el caso de las nubes eran pinceladas nuevas de mañana. Me encontré con un amigo. Caminamos juntos. Va siempre demasiado deprisa. Le gasto la broma: tanta prisa es de cobardes y de malos toreros. Que no es lo mismo. Ha habido buenos matadores sin demasiado coraje. Pienso en Rafael de Paula. Pinturero y arisco. Me señala también mi acompañante hacia las nubes. Imagino por un momento que sabrá decirme de qué tipo son éstas de hoy. Pero tampoco él debe de estar ducho en la nubología. Nombres de pájaros, de árboles, de nubes. Trinos, estaciones, formas. El mundo debe de ser menos enigmático para quien le pone nombre exacto a sus cosas. Aunque no necesariamente más bello.

jueves, abril 15, 2010

lunes, abril 12, 2010

Weekend

De la Babelia del sábado extraigo una cita de Canetti: Di tus cosas más personales, dilas, es lo único que importa, no te avergüences, las generales están en el periódico. Y del final del domingo, tras una excursión por parajes hermosos y bajo un cielo cambiante, me queda el eco de una sabia música de araña, la que Jorge Drexler urde en su último disco: Ir por ahí, como en un film de Eric Rohmer, sin esperar que algo pase, amar la trama, más que el desenlace.

jueves, abril 08, 2010

Para C.

A qué hora exacta se esconde la vida
y deja a la puerta un pálpito
de grillos y de ranas.
En qué momento fue el amor costumbre.

Entre los pliegues de una cama deshecha
por la pasión o los sueños
han ido anidando los años
y sus picos voraces.

Verás, hoy te escribo
como quien le habla a quien ama,
al oído y con los ojos cerrados.
Así fue en el principio y la orilla.
Y así debiera ser también
cuando el viaje nos devuelva a los muelles.

miércoles, abril 07, 2010

Calvario

“No hay palabras. No se puede describir. Es un sentimiento inexplicable. Hay que vivirlo.” Imbéciles. Claro que hay palabras y se puede describir y hasta explicarse. Y, por supuesto, hay quien no tiene deseo alguno de experimentar tamaña alienación. Extraño país. En esto de las procesiones, los capuchones, las imágenes y las mantillas, no hay sino otra disculpa para exhibirse, para situarse en el mapa, para no perder el tren de las celebraciones. Cada uno, sin molestar, que se dedique a lo que quiera. Faltaría más. Pero que la sinrazón y la superstición se subvencionen, se televisen desde lo público y se promocionen como manifestación cultural es un despropósito intolerable en un país aconfesional. Somos un pueblo volcado a las calles. Cualquier disculpa es buena para echarse a ellas. Disfrazados de Belcebú o encarnando al Crucificado. Luciendo palmito en el chiringuito, la feria de abril, la romería o la playa. Nos gusta el ruido. El barullo. Estar hombro con hombro bajo los pasos y a hostias el resto del tiempo. Tanto nos gusta la farra que somos capaces de bautizar, comulgar y hasta procesionar por lo civil. Menudo calvario.