Tuvo uno la fortuna de recibir el libro nada más publicarse.
Y el honor de que le llegase al buzón de casa gentilmente dedicado. Se leyó
enseguida. Y era la intención dar noticia de él nada más darle término.
Así se hizo, recomendándose a amigos y conocidos. Y así quería hacerse también
en este ámbito de la bitácora con una reseña pronta, justa y, por tanto,
entusiasta. Pero en aquellos días se torcieron las cosas y no hubo tiempo para escribir
con calma de las cartas de doña Emilia (pues son de la escritora gallega todas
las que recoge la edición salvo una sola escrita por don Benito y que es la
primera de las publicadas); para glosar ese tránsito epistolar, en el que se
suceden respeto, encariñamiento, pasión y amistad, mantenido por la oronda
gallega con su tímido corresponsal a lo
largo de casi treinta años. Deliciosas son gran parte de esas misivas. Dan pie a
imaginarse a una doña Emilia apabullante
en sus encuentros amorosos con el pajarito canario. Apabullante, sí, pero a la
vez tierna. Procaz, también, pero a la vez ingenua. Y a conjeturarlo a él a
veces un poco desidioso, pues no le faltaron, por lo que se sabe, otros nidos
de acogida (algunos de sus biógrafos creen que su relación con Emilia Pardo
Bazán es simultánea a las que mantiene con Lorenza Cobián y con Concha Ruth
Morell). Resulta delicioso el prólogo del libro. Escrito como si fuera de una
sola persona —siendo de dos—; y nada académico, pero sin faltar al rigor ni a
la delicadeza que requiere dar a la luz una literatura tan íntima, poniéndose
el acento para ello, más que en la relación furtiva, en los matices expresivos a
que ésta dio lugar y que nos ofrecen a una Pardo Bazán viviendo no sólo la
literatura, sino también el amor, como una mujer adelantada a su tiempo y
siempre apasionada.
Este
casi centenar de cartas tienen como fecha inicial el año 1883. Galdós triunfaba
entonces con La desheredada, y doña Emilia acaba de publicar La
cuestión palpitante a la vez que ponía punto y final a la relación con
su marido. Desde ese momento asistimos a
cómo se gestó y desarrolló la relación de admiración, amistad y amor entablada entre
ambos escritores, pero, también, a cuál era el sentir de la narradora gallega acerca
de la literatura y la vida cultural: la crítica que le sugerían las novelas que
Galdós escribía y enviaba a su amiga para que le diera el parecer; cómo iban
creciendo sus propias obras; de qué modo la afectaban los denuestos de Clarín o
Pereda; o qué rencillas y tejemanejes guiaban la elección de los candidatos a
la Academia de la Lengua, de la que ella misma fue aspirante en tres frustradas
ocasiones.
La
narración de las misivas encandila al lector a medida que gana en intimidad. Y
no porque se desvele abiertamente a su través, para alimento del morbo, el
clandestino amor entre dos de nuestras más insignes figuras literarias, sus
encuentros secretos y sus celos e infidelidades (confiesa la Pardo, por
ejemplo, en una carta el affaire que la
arrojó en los brazos del joven y guapo Lázaro Galdiano); sino porque a la pluma
de la autora no se le pone brida alguna en esas líneas de sinceridad y ternura,
en las que se suceden frases de cariño memorable (“Amigo del alma, ante todo, no llames caridad a lo que es acendrada
ternura. ¡Qué salto, qué brinco desde las alturas filosóficas hasta el
tempestuoso océano de las pasiones de los afectos.” / “Te muerdo un carrillito y te doy muchos besos por ahí, en la frente, en
el pelo y en la boca.”/ “Ansío ya
darte un abrazo larguísimo. Ratonciño, adiós.” / “Haz por comer y no fumes mucho.”).
Pardo
Bazán tenía poco más de cuarenta años cuando inicio sus amores con Galdós. Había
nacido en el seno de una familia adinerada gallega. Su padre fue diputado
liberal. Tuvo a su alcance de pequeña una bien nutrida biblioteca que resultó,
sin duda, acicate de su vocación literaria. Se casó muy joven. Viajó por Europa
y se interesó por las nuevas corrientes
literarias, que fueron argumento de sus artículos periodísticos y motivo
de ruptura matrimonial, pues su marido, José Quiroga, no estaba dispuesto a
convivir con una escritora de inspiración darwinista que había levantado incluso la alerta hasta en el Vaticano.
A
Galdós sus padres lo habían enviado a Madrid para que estudiase Derecho,
alejándolo de paso del arrebato amoroso que inspiró en el jovenzuelo
una primita recién llegada a la casa familiar. Para fortuna de sus lectores, no se empleó con
demasiado interés en el estudio de las leyes. Pero sí extrajo un infinito
provecho de la vida en la capital, de los barrios y de las gentes, que quedaron
para siempre fielmente retratados en sus novelas. Cuentan sus biógrafos que fue discreto con su vida privada y que permaneció soltero porque prefería el
amor mercenario y las pasiones pasajeras. De entre ellas, estas cartas de Miquiño
mío cuentan la devoción que despertó en una mujer sensible e
inteligente como era doña Emlia, y que no debió ser muy diferente tampoco a la
que le tuvo Lorenza Cobián, pese a que ésta era, al contrario que la Pardo Bazán, una mujer
de extracción humilde, casi analfabeta, pero cuyo amor no correspondido con
Galdós, del que tuvo un hija —la única descendencia que se le conoce al
canario—, la llevó finalmente al suicidio.
En alguna entrevista, ha explicado Juan Manuel Hernández cómo
llevaron su relación Galdós y Pardo Bazán y cómo nació el libro en el que ha
trabajado con tanto cariño de la mano de Isabel Parreño: “Su círculo más intimo
supo, o al menos sospechó que la relación existía, pero ambos la mantuvieron en
secreto. Solo en 1971, cuando el diario mexicano Excelsior publicó tres de
las cartas de doña Emilia a don Benito, se atisbó la punta de iceberg de una
pasión muy profunda» De las más de 90 cartas de Pardo Bazán que los dos
responsables de Miquiño mío localizaron tras sus pesquisas, ya se conocían las
35 más intensas, publicadas en 1974 por Carmen Bravo-Villasante y conservadas
en la Real Academia Española, pero a ésas añadieron ahora las que fueron
hallando con su investigación y que encontraron muy dispersas. Las dataron y
transcribieron depurando errores para completar así «con mucho trabajo un puzle
amoroso».
Del resultado de ese puzle sólo se tiene una perspectiva
adecuada cuando se completa la lectura del libro. Entre tanto, va uno
llevándose a los ojos las piezas irregulares de la composición, el intercambio
de unas palabras confiadas a la franqueza, de opinión y de sentimientos. Un
episodio nacional privado, una dual cuestión palpitante.