miércoles, junio 27, 2007

Amos Oz

“En la vida de los individuos y de los pueblos, los conflictos más terribles son casi siempre los que estallan entre dos perseguidos. Solo en la ilusión difundida por algunos círculos románticos, los perseguidos y los oprimidos se unen siempre por solidaridad y caminan como un solo hombre hacia las barricadas para luchar juntos contra su cruel opresor. La verdad es que los dos hijos de un padre déspota y maltratador no necesariamente se convierten en aliados, y no siempre el destino común les acerca. En más de una ocasión uno ve en el otro no a un hermano con un destino común sino precisamente la imagen terrorífica de su común perseguidor.
Tal vez hayan sido así las cosas entre árabes y judíos durante unos cien años.
La Europa que ha atormentado, humillado y oprimido a los árabes mediante el imperialismo, el colonialismo, la explotación y la opresión es la misma Europa que ha perseguidos y oprimido también a los judíos, y al final ha permitido o ha ayudado a los alemanes a extirparlos de todos los continentes y a asesinar prácticamente a todos. Pero cuando los árabes nos miran, ven ante ellos no a un puñado de supervivientes medio histéricos sino a un nuevo y arrogante emisario de la Europa colonialista, desarrollada y explotadora, que regresa con astucia a Oriente –esta vez con un disfraz sionista- para volver a explotar, despojar y oprimir. Mientras que nosotros, cuando los miramos, vemos ante nosotros no a unas víctimas como nosotros, no a unos hermanos en el sufrimiento, sino a unos cosacos que llevan a cabo pogromos, a unos antisemitas sedientos de sangre, a unos nazis disfrazados; como si nuestros perseguidores europeos hubiesen vuelto a aparecer en Eretz Israel con kefias y bigote, pero fuesen nuestros viejos asesinos cuyo único interés era y sigue siendo cortar las gargantas de los judíos por gusto y diversión.”

Una historia de amor y oscuridad

Inhibidor

Del estallido quedan los cuerpos sin vida, los heridos. La extraña paradoja de que quien se prepara para la guerra y trabaja, sin embargo, por la paz se sienta, de repente, sin capacidad alguna de respuesta y sorprendido por la muerte. La certeza de que los ejércitos profesionales se nutren de carne joven, muchas veces desarraigada, extraída de lo humilde. La evidencia de que en España han venido a relevarnos en las más penosas tareas sociales y laborales los emigrantes. La gresca innoble propiciada por quien le echa a la caldera de su ambición no importa qué combustible. Y una palabra: inhibidor. Faltó y faltarán. Corren malos tiempos para la inhibición del terror. Como el agua que se desborda, los diques con que se trata de inhibir la fuerza de su corriente consiguen retenerla apenas un instante, el que tarda en hallar un nuevo aliviadero.

El ojo de Dios

He venido paseando por la playa hasta el trabajo. Hacia el levante, justo encima de la casa de Rosario Acuña, Dios oteaba la mañana. Se le precipitaban oblicuos los haces de la mirada sobre la bajamar. Sé bien de que hablo, son los mismos haces que me fascinaban de crío en la Enciclopedia Álvarez. Supongo que alguna nube ocultaba el triángulo del ojo. A la arena mojada parecía que le hubieran pasado una llana. Un paseante madrugador se descalzaba sin prisa. Me imaginé por un momento que la felicidad tenía algo que ver con esa sensación inaugural de hollar por vez primera un planeta recién descubierto, el que había dejado por orilla la marea al retirarse.

martes, junio 26, 2007

La playa de nuevo

Se ansían estos soles primeros, esta claridad del aire, estos cielos tan limpios, esta playa breve a la que volvemos todos los veranos, el rumor que le rasga el vientre a la marea, las olas viniendo y yéndose como los días, terminando en espuma como ellos. Se ansía, en fin, sentirse vivo a la vez que el mundo se baña en luz. Pero entre todo cuanto deseo se repita de nuevo al llegar este tiempo, no hubiera imaginado que quizás lo más añorado me pareciera acomodar la espalda en la roca pulida que conserva la exacta forma de mi cuerpo, la inclinación justa desde la que hace ya años puedo ver por encima de los libros que allí leo los múltiples azules.

domingo, junio 24, 2007

Los buenos libros hablan por nosotros y lo hacen con una precisión y una belleza que si las damos por inalcanzables nos vuelven para siempre lectores ávidos, pero que cuando se nos antojan envidiables nos convierten en tentativas de escritor.

jueves, junio 21, 2007

Remontando el Navia










Los días y el olvido
nos suturan muy por dentro,
restañan menudillos y memoria,
esparcen sol y sales
en medio de las muchas cicatrices.
Cauterio inútil que de nada sirve
al remontar el río,
las orillas que dimos por perdidas,
los nombres más hermosos
que nadie le haya puesto
jamás a unos lugares:
Porto, Miñagón, Villacondide;
Serandinas, Las Viñas y Torrente.
Labial cartografía de mi infancia
.

© Xuan Serandinas

Cuenta Xuan que cuando volvía a los lugares de su gente, donde habían nacido y crecido sus padres, donde estaba, pues, su propio origen, donde él mismo pasaba las vacaciones de verano, donde recuerda haber sido feliz, a donde siempre le llevaban ciertos olores que le son más gratos que cualquier perfume, por donde ahora vive en una envidiable paz, cuenta, digo, que en aquellos retornos, cuando el coche que lo llevaba enfilaba la carretera que partiendo de Navia sube el curso del río hacia Serandinas, su pueblo, algo difícilmente descriptible se le desleía por dentro, tenía el peso de un dolor casi grato, la consistencia de un fluído espeso y el poder de obligarlo de repente a escribir sobre las cosas. Eso dice y yo lo creo.

lunes, junio 18, 2007

Zeppelin

Tres días después volví por la librería. Chema me tenía apartado Zeppelin, de José Manuel Martín Peña. Al entregármelo, mostró interés por saber quién era el autor. Le comenté que según creía no tenía nada publicado hasta ahora, que había sabido de su existencia porque mantenía uno de mis blogs favoritos, Luz tenue. Salí de la librería leyendo el primero de los cuentos. Al regresar a la oficina, le comenté a J. la compra. Sintió curiosidad y me pidió prestado por unos momentos el libro. Al devolvérmelo traía una amplia sonrisa de satisfacción. Le había gustado lo leído. Buen síntoma. J. es un lector inteligente, posee una biblioteca espléndida y su gusto resulta siempre fiable. A las tres, camino de casa, volví leyendo. Debía de ir a paso más lento que otros días. Mi mujer me preguntó si algo me había retenido al final de la mañana en la oficina. No, le dije, es que ya tengo Zeppelin. Disculpa aceptada, también ella lo estaba esperando. Comí sin libro. Procuro no darle argumentos a mi hijo en su perseverante manía de llevarse a la mesa todo tipo de lecturas cuando se sienta a comer. Así que hube de terminar los relatos después del café, arrebujado en un orejero del salón. Lo cierto es que se acaban pronto. Pocas páginas. Se leen con gusto. Son como calas de la memoria que sacaran a la superficie un pecio escueto. Que rescataran sólo la consistencia de los huesos, el esbozo de lo que tuvo carne y ahora es rastro desnudo del recuerdo. Historias truncadas, sarcasmos, derrotas y la necesidad de contar lo que da la sensación de haberse guardado dentro con cierta amargura durante largo tiempo. Y el acierto de ponerlo sobre el papel con concisión carveriana, sin adornos, sin trampas sentimentales. En crudo.

Días de diario

Pregunté por Zeppelin en Paradiso. Quedaron en conseguírmelo. Me llevé entre tanto los Días de Diario de Muñoz Molina. Del 10 de julio al 11 de noviembre de 2005. De Madrid a Nueva York. Se leen rápido. Y dejan buen sabor de boca. La vuelta a casa. El comienzo de una novela. Las dudas que toda escritura genera. Música. Paseos. Hijos. Elvira. De regreso a Nueva York. Entrevista a Philip Roth, quien lo trata como a un desconocido. Lección de humildad. Desasosiego por no estar a la altura. Todo se narra con precisión. Sin adornos. Estilo franco, desnudo. Reconcilian estos apuntes con su autor. Veníamos de El viento de la luna, que traía demasiado demasiado polvo. Aquí, en cambio, la brisa llega limpia. Hay una voluntad de estilo que se expresa bien en este párrafo entresacado del libro:


Esta noche hace demasiado fresco para estar en el jardín. Escribo escuchando a Lester Young. El estilo tan natural y poco afectado de Lester, tan expresivo con tan pocos medios, es una buena escuela de literatura. Miles Davis tiene mucha belleza, pero no mucha hondura emocional, como tantos innovadores de la técnica en cualquier arte. Lester tiene lo que llama Machado "la emoción de las cosas".

miércoles, junio 13, 2007

Maneras de pasar las mañanas

Hace apenas una semana el ejército desembarcó en la playa. Paracaídas, helicópteros y cazas por el cielo. Fragatas y carros anfibios por el mar. Tomaron la posición de los rebeldes. Se habían atrincherado con unos cuantos rehenes en la desembocadura del río. Fue una acción rápida y vistosa.

Era el día de las fuerzas armadas -supongo que debe escribirse con mayúsculas, pero no me apetece-. Se celebró en mi ciudad. Estaba la mañana espléndida. El paseo marítimo lleno de gente. A los niños les gustan mucho estas hazañas bélicas. Por eso fuimos. A mí me resultó todo demasiado ruidoso. Y además la mala conciencia me impedía disfrutar del espectáculo. Tanto gasto. Tanto alarde de violencia.

Unos días después, conversando con un amigo, le comenté lo del despliegue militar. Algo sabía. Recordó que a esas horas andaba él por el pedrero de Quintes cogiendo llámpares. Vio a lo lejos mucho vuelo de avión, le llegó la estela estruendosa de los motores. Pero, según me dijo, lo que más y mejor recordaba de ese sábado, era el olor de la bajamar y la salsa de cebolla, ajo, pimiento y sidra con que había guisado las llámpares.

Distintas maneras de pasar la mañana. Qué envidia me dio la suya.

lunes, junio 11, 2007

Y van veintidós...

En esto andamos metidos desde hace ya más de veinte años. Algunas veces hasta merece la pena (que como dice Hidalgo Bayal es expresión que no engaña); pues aunque penoso es, por el trabajo que da leerse tantos originales y ciertas ocurrencias, se da por bueno todo cuando entre el montón aparece un buen libro. Y a fe que los ha habido en estos años. Armémonos, pues, de ánimo los convocantes y póngase manos a la obra -literaria- la concurrencia. Ahí van, resumidas, las bases.
La Sociedad cultural Gesto convoca el XXII Premio «Cálamo» de poesía erótica, al que pueden concurrir todos los escritores en lengua castellana que lo deseen con obras inéditas. Los poemarios, de metro libre y extensión mínima de trescientos versos y máxima de quinientos, versarán sobre temas eróticos. Se enviarán por triplicado y con plica al Aptdo. de Correos 88, 33200 Gijón (Asturias) hasta el 15 de septiembre. El premio, que conlleva la publicación de la obra ganadora. Está dotado con trescientos euros y cien ejemplares del poemario editado. El fallo se dará a conocer el 26 de octubre.

jueves, junio 07, 2007

Destregua

Llega de nuevo correo de Serandinas. Xuan comparte generoso lo que escribe. Le da la misma importancia a sus versos -la justa- que al saludo cordial que los acompaña. Son su manera de cartearse. Su manera de decir cómo se siente. A estos que ahora me envía les añade una breve introducción que dice así:

Llevo un par de días dándole vueltas a este poema. Podría titularse Destregua sino fuera porque no me gusta nada el palabro. De momento, y para recordar por qué se escribieron estos versos, queda apuntado ese feo título. Prometo buscarle alternativas -outros nomes-:

Esta amenaza tiene
el trazo exacto de una mala sombra.
Sentirla encima
es como envolverse en frío,
como perder de pronto
el ánimo por el combate
y hasta el gusto de sentirse alegre.

Lápiz

Escribo estos apuntes en la oficina, mientras hago un descanso en los quehaceres de la mañana. Lo hago, además, estrenando el almacén de un lápiz de memoria que recién he comprado. Será desde ahora mi nuevo moleskine virtual. El anterior, casi dos años conmigo, se me ha perdido. El lunes hube de andar con prisas de un lado a otro de la ciudad. Es muy posible que en esas carreras, que siempre son malas, se me haya extraviado. Creo que casi todo lo que contenía lo tengo a buen recaudo, grabado en otros archivos –con ese pensamiento me consuelo-. Lo que ahora me preocupa es en qué manos ande. Trozos de diario, poemas, algunas fotos… Qué pensará quien lea toda esta intimidad. Qué hará con ella. Ciertamente es como andar desnudo sin saber dónde ni cómo taparse.

lunes, junio 04, 2007

Las momias de Teverga

Salimos de casa pasadas ya las once. Apenas una hora más tarde estábamos en Teverga. Desde Trubia la carretera va próxima a la orilla del río y poco a poco se encajona entre montañas. El día estaba soleado y fresco. Lucían verdísimas las praderías y por cualquier torrentera bajaba el agua abundante y rápida. El Parque de la Prehistoria está camino de Puerto Ventana. Sus construcciones se hallan semienterradas, con tejado vegetal. En lo que llaman cueva de cuevas se pueden contemplar tres reproducciones o facsímiles de otras tantas grutas paleolíticas: Tito Bustillo y Candamo, ambas asturianas y enclavadas, respectivamente, en el oriente y centro de la región, y Niaux, del Pirineo francés. De la primera destaca su policromía. De la de Candamo se representa su afamado camerino, un auténtico altar a un dios equino con piel de óxido. En la francesa brilla el esquematismo de sus dibujos, su apariencia de apunte proteico al carboncillo. El espacio museístico destinado a la interpretación del arte rupestre es ameno, está bien documentado y se completa con algunos otros paños de pinturas que reproducen los dibujos más significativos de Santillana o Lascaux. Conviene, por tanto, hacer una visita demorada de esta aula educativa tan bien arropada por imágenes e información. En Teverga, comimos pote, cordero y arroz con leche. Nos acercamos luego a la Colegiata, que nació románica y fue creciendo con añadido de estilos y volúmenes a medida que transcurrían los siglos. Tiene unos hermosos capiteles en su interior y un Cristo románico restaurado recientemente y que al parecer guarda en su interior, a modo de relicario, un montoncito de arenas del desierto del Sinaí. El claustro de lo que fue monasterio se levanta sobre un humilde columnario de madera que amenaza ruina. En la sacristía se guardan dos momias del siglo XVII. Padre e hijo. Señor y abad inquisidor. Tienen por rastro de piel un pergamino terroso. Colocadas una sobre otra. Abajo se sitúa el padre que fue terrateniente del lugar y yace con ropas modestas y rostro como de incinerado pompeyano. Sobre él, el féretro acristalado con los restos de su hijo, vestido con harapos eclesiales. En su boca abierta, que tal parece que implora unas briznas de aliento, se conservan un par de dientes fosilizados. Al volver a casa, mi hijo me preguntaba qué hay después de la muerte, qué puede haber si no late el corazón, el cerebro no piensa y el tiempo nos deshace.

domingo, junio 03, 2007

Desgracia (o Deshonra)

Leí Desgracia, de J. M. Coetzee de un par de tirones. No me había acercado hasta ahora a este autor sudafricano, Nobel en el 2003. No tardaré, esa es mi intención, en conocer otros libros suyos. Escribe con precisión y cuenta, según lo que de esta novela se deduce, historias subyugantes, trágicas, veraces. Y lo hace hablando de variados asuntos que se entrelazan con exacto engranaje. Deseo, paternidad, violencia. Han traducido el original, Disgrace, por Desgracia. Quizás hubiera sido mejor hacerlo por Deshonra –hay varias en el libro, sobre ellas gira su historia-. En su primera mitad se reflexiona sobre la pulsión sexual de los hombres que envejecen. Sobre la deriva a que lleva esa caza cuando es indiscriminada, cuando no calibra sus consecuencias. Y luego, a mitad del libro, explota un cataclismo distinto. Un acontecimiento brutal que se ceba con la hija del protagonista, con él mismo. Desde ese momento el libro no es que no pueda seguir leyéndose en clave universal, que no deje de transitar por sensaciones o reflexiones que pudieran ser las de todos, pero no es menos cierto que se contextualiza, que requiere ser situado en la Sudáfrica del postapartheid, en la tierra que fue de unos pocos y que comienza a ser, no sin aires de revancha, de los más. Precisamente escrita, la novela va posando sobre sus páginas la historia que cuenta, la tensión que narra, los asuntos de los que habla, sin, quizás, más conclusión que la incertidumbre y el desasosiego de cuanto nos acecha desde nuestro interior, desde el amenazante exterior. No sé si habré sabido desentrañar en su densidad t0d0 cuanto lo que en ella se cuece: la resignación de la hija violada que ama una tierra de la que quiere ser digna; la expiación de un deseo irrenunciable por el padre a través de la piedad hacia los animales; la imprecisa justificación que se respira en la descripción de la violencia ejercida por quienes estuvieron oprimidos aún más violentamente; el trufado de una ópera escrita por el protagonista y que empieza casi de modo académico y termina convirtiéndose en una obra bufa, una ópera que canta los amores de una vieja querida italiana de Byron, Teresa –tal vez convertida a medida que se escribe en un trasunto del propio protagonista-; la engañosa desidia de una estudiante que se deja engatusar por su viejo profesor, quizás por interesada curiosidad, el consuelo religioso con que afrontan esa deshonra sus padres. Hoy por la mañana, paseando por la playa intentaba hilar todo ese entramado, buscarle sentido a cuanto había leído con entusiasmo las dos tardes anteriores. Era el retrogusto de una hermosa novela, breve e intensa.