jueves, octubre 31, 2013

Amanecer en Luces

A la altura de las últimas casas del pueblo, un viejo caminaba decidido hacia los acantilados. Las luces de mi auto lo fueron alcanzando sin que ni tan siquiera se volviese a ver quién lo sobrepasaba. Junto al faro aún era de noche. Noté frío. Monté la cámara y esperé paciente el amanecer. Los días anteriores el cielo se había incendiado al alba. Esa mañana, sin embargo, sobre la bonanza del mar, apenas brillaron unas ascuas tenues en el horizonte. Fue un despertar apacible y discreto. Apaciguado. Cuando el viejo llegó también al faro, la linterna boqueaba como un pez fuera del agua. Abarcó despacio toda la costa mientras se retiraba la penumbra. Recuperó el aliento y volvió después sobre sus pasos. Mis fotografías entonces, como si mantuvieran la mirada quieta del viejo, se confortaron en la continuidad del mundo.

lunes, octubre 21, 2013

Llumeres















Fue una explotación de hierro al borde del mar. Dejó tras de si al cerrarse una playa de óxido, unos embarcaderos fantasmales, una bocamina de ladrillo que mira al horizonte y a la que da miedo asomarse, algunas edificaciones en ruinas y una paisaje definitivamente proclive al carboncillo. En días de cielos raídos, la fotografía del lugar ofrece la ilusión de un templo griego saqueado por el tiempo y cercado por la maleza. 

viernes, octubre 18, 2013

Patria

                            A minha pátria é como se não fosse, é íntima
         doçura e vontade de chorar; uma criança dormindo
         é minha pátria.
                                                      Vinicius de Moraes

No pienso a menudo en patrias.
Procuro escribir sin imposturas
y no le encuentro fácil
acomodo en mis poemas
a según qué palabras.
Pero si acaso pensara en patrias
tomaría la palabra oficial,
como al dios de la iglesia, en vano.
Y si por capricho de una metáfora
la volviera por un momento
palabra íntima y minúscula,
pudiera sugerir, sólo entonces,
que esa recogida patria mía
tendría por única frontera
lo poco que de verdad amo.
                                  
                                                   JCD

jueves, octubre 17, 2013

Feeling Good, por Missing Purple´s Half

Blues clásico en versión del grupo Mssing Purple´s Half, interpretado en "desenchufado" por su cantante, Adrián Sáez y su guitarrista, Álvaro "Blaky", en una grabación casera registrada en Oseja de Sajambre el 8 de septiembre de 2013.

domingo, octubre 13, 2013

Faro

Sobre los hombros de  los faros desprevenidos
rompen a veces oleajes insólitos de nubes,
mareas que vuelan muy por encima de los acantilados
y brillan como constelaciones de peces abisales

jueves, octubre 10, 2013

El Muelle al atardecer


  • Hablar con el corazón en la mano es, como bien puede suponerse, un suicidio sincero.
  • Los buenos amigos, como los libros muy leídos, se nos abren fácilmente del todo.
  • En los atardeceres luminosos se echa a gusto la persiana de los días; de la vida misma.

lunes, octubre 07, 2013

Caxigaleando

Esta mañana andaba tras de una caxigalín(e)a. Algo en relación con la paciencia de un buen conversador. Con los beneficios de las réplicas que se dan a tiempo, y que no son, como pudiera pensarse, contestaciones ingeniosas y a bote pronto, sino más bien respuestas que transporta el silencio en sus últimos vagones. Que a veces, incluso, ni llegan a subirse a ese tren si se decide, con buen criterio, que serían para el viaje un exceso de carga.  
* * *
Inverdadero, ámbito al resguardo del ruido y la intemperie donde se procura el cultivo de las certidumbres.

jueves, octubre 03, 2013

Ciudades en fragmento

A las guías ilustradas de los lugares a los que viajamos —siempre es bueno servirse de lazarillos cuando afrontamos lo desconocido—, conviene acompañarlas de libros que hablen de esos mismos lugares pero de un modo parcial y apasionado. Poemas sobre rincones que podrían pasar desapercibidos, leyendas sobre naufragios que no dejaron pecio alguno, recuerdos de infancia apuntados en diarios de letra menuda, fotografías de muros que al atardecer parecen rothkos y de casas sin encanto aparente donde se traficaron amores o se salvaron patrias. En ese equipaje imprescindible de itinerarios alternativos para lectores que viajan debe tener cabida un libro como Ciudades en fragmento (Editorial Impronta), de Ernesto Baltar. El diario de quien no sólo fija en palabras los pasos con que descubre las ciudades a las que llega, sino también del que busca el rastro propio y el de sus lecturas en esas impresiones apuntadas con cierto vértigo de escritor en trance pero sin descuido; en esas imágenes de fotógrafo en blanco y negro que, como en los textos en que se insertan, no encuadran los lugares con que habitualmente los turistas certifican su estancia, sino los barrios, parques, casas y rincones con que se alimentan las pasiones arbitrarias.
Nadie puede traducir una ciudad, ni literal ni libremente, pero quien más podría acercarse no es el que la habita sino el que llega por primera vez, el que empieza a descubrirla, ya lo haga desde la nada o desde sus pobres esquemas preconcebidos. Por eso, en cierto modo, la va creando. Es decir, que traduciéndola se traduce a sí mismo.”
Sabe uno de Baltar desde hace tiempo. He sido, soy, lector de su bitácora, que antes compendiaba “evangelios risueños” y ahora pruebas tipográficas (Lorem ipsum dolor sit amet). También recientemente de sus artículos en Jot Down. Conocía, pues, su afán viajero y el amor que alberga por Roma, por Londres o por lugares concretos como la madrileña Cuesta de Moyano. Este libro compendia esas querencias de modo admirable y sincero. Trasluce, por tanto, dónde se ha sentido su autor más dichoso y dónde ese deleite le ha impulsado a escribir más y mejor. Por eso son memorables los apuntes romanos: el calor pegajoso del barrio de San Lorenzo, su cine al aire libre en las noches de verano, el entrañable retrato de un anciano que come solo en una trattoria, el relato de un mendigo al que un camarero cruel le arroja un balde de agua en una noche gélida de Piazza Navona o el descubrimiento del cementerio acatólico donde yace Keats y pasean confiados  muchos gatos romanos. Por eso debería también quien viaje a Londres considerar los once lugares en que Baltar fragmenta la felicidad que ofrece a sus visitantes esa ciudad:  el Sir John Soane’s Museum, The Round Pond, Hampstead Heath, Kyoto Gardens, Leadenhall Market, Cavendish Square, El pub The George, la cafetería de la Tate Modern, La casa-museo de Thomas Carlyle y Hoxton Square. Enumeración, en fin, que condensa su fascinación por ese Londres, del que, como nos recuerda Baltar, una vez dijo el doctor Johnson: “cuando un hombre está cansado de Londres es que está cansado de la vida”.
A estas dos ciudades les siguen en el libro otras. Madrid, sobre todo, pero también Praga o Berlín o París. Quizás no por todas ha sentido el autor igual entusiasmo. Pero en cada una su atención y su método son los mismos siempre: «Andar con el cuaderno en la mano y escribirlo todo. Escribirlo todo con la mayor sencillez posible. Caminar con los ojos bien abiertos y el ánimo tranquilo, dejándose llevar por las cosas. No busca uno nada en concreto. Una bolsa de plástico enganchada en un árbol, la melena batiente de una chica, las manchas de óxido en una pared. Lo que le vaya saliendo al paso».
Ciudades en fragmento descubre, en fin, a quien viaje a los escenarios de sus páginas un diaporama sentimental sobre el que urdir itinerarios urbanos desacostumbrados, más atentos a la representación de la vida diaria que acogen que a la monumentalidad del teatro sobre las tablas de cuyo escenario discurre.

 “Las ciudades son novelas colectivas que van escribiéndose a medida que se van leyendo. Son ficciones incesantes, melodías fragmentadas, breviarios de incertidumbre. Son lugares a los que uno va a perderse para quizás, al cabo, encontrarse. Resúmenes del caos universal, promesas de locura y evasión, escenarios del asombro, del delirio, de la miseria. Funcional y simbólica, palpable y onírica, el alma de la ciudad es un collage de imágenes, memorias, deseos, encuentros, mercancías… Un paraíso del anonimato en el que se reúnen las masas solitarias. Un laberinto de rostros, gestos y palabras en los que la sorpresa acecha a cada paso. La ciudad sentida, la ciudad soñada y la ciudad recordada se funden en una amalgama verosímil. Vemos lo que sentimos. Vivimos como soñamos. Somos lo que recordaremos. Nos habitan paisajes, metáforas, ruinas.”