«La realidad es que
nuestra economía actual consiste en tener en danza permanentemente doscientos
cincuenta millones de vehículos dando vueltas por ahí, de casa al curro y del
curro a la zona comercial, y sus ocupantes comiendo todo el día pollo frito. No
fabricamos casi nada. Nos limitamos a consumir un petróleo cada vez más escaso
en barrios urbanizados cada vez más extensos y alejados de los lugares de
trabajo, y que van construyéndose con el dinero de las hipotecas prestadas a
gente que no tiene la menor idea de lo que está ocurriendo».
En estos días en que, con la designación de Mitt
Romney como candidato republicano y de Obama como candidato
demócrata, se da la salida a una nueva campaña electoral en los Estados Unidos,
ha estado uno enfrascado en la lectura de un libro de Joe Bageant que resulta
muy recomendable para entender eso a lo que se llama “América profunda”, y que
como siempre que se le pospone tal adjetivo a un país, no es sino el magma
íntimo, oculto, convulso y vergonzante del carácter nacional.
Crónicas de la América
profunda
(traducción muy libre de Deer Hunting with Jesus: Dispatches from
America's Class War, es decir Cazando ciervos con Jesucristo) fue
publicado por Libros del Lince en el 2008. No es por tanto una novedad
editorial. Y hasta quizá esos años transcurridos le hayan quitado algo de
frescura a algunas de sus referencias; no en vano se trata de la narración de
un periodista —lo que siempre supone apego a lo inmediato—. Ello, no obstante,
no le quita ni un ápice de interés a lo relatado: denuncia de una sociedad cada
vez más despiadada con los desfavorecidos y daguerrotipo de una idiosincrasia
heredada de los viejos colonizadores de frontera.
Joe Bageant nació en
1946 en Winchester, Virginia, en el seno de una familia de lo que se conoce
como “white trash” (blancos pobres). A los diecisiete años se alistó en la
Marina y luchó en Vietnam. Después trabajó en oficios diversos, vivió en una
comuna hippy y hasta en una reserva india. Muy poco a poco se hizo un hueco
como periodista, reportero y editor en modestas publicaciones. En 2001, a sus
cincuenta y cinco años, regresó a Winchester, donde aún seguía viviendo parte
de su familia. De esa vuelta a sus orígenes nació Crónicas de la América profunda,
en el que se denuncia y analiza la progresiva degradación de los trabajadores
blancos norteamericanos. Cada capítulo trata de alguno de los males que azotan
al país en las últimas décadas: el desprecio de los ámbitos rurales por el
liberalismo progresista, el endeudamiento de las clases obreras como consecuencia
de hipotecas abusivas sobre viviendas de ínfima calidad, el desmantelamiento de
los servicios sociales y sanitarios públicos, la comida basura, la demasiada
cerveza, el fundamentalismo religioso y su proyección sobre el sistema
educativo. En medio de ese desolador panorama, Joe Bageant intenta entender por
qué esas clases medias que, paulatinamente, se han ido transformando en
legiones de menesterosos, ven, sin embargo, no sólo con recelo, sino hasta con
agresividad, a quienes desde posiciones políticas liberales o de izquierda
abogan por un estado más fuerte y social, por una sanidad pública y
universal. Por qué, sin embargo, los
republicanos han conseguido la confianza de ese electorado, apelando a esa
conciencia de pioneros fronterizos para la que cualquier infortunio no es nunca
una carencia social, sino únicamente un fracaso personal.
Bageant murió de cáncer
en 2011. Con el dinero obtenido gracias al éxito de sus Crónicas se instaló en México. Dicen que allí hizo lo mismo que en su
vuelta a Winchester, lo mismo que había hecho también a lo largo de toda su
vida: charlar con la gente en las barras de bar. Era su manera de acercarse a
la realidad, de comprender y de alertar.
«Gran parte de la lucha
por recuperar el espíritu de América consiste en sanar las almas de los
americanos y hacer que despierten de esa superabundancia de artículos de
consumo y espectáculos que los idiotiza. Consiste en asegurarse de que rechacen
la tortura como una actividad propia de “héroes” y dejen de pensar que los
bebés deformados por el uranio empobrecido son solamente “el precio de la
libertad”».