miércoles, febrero 28, 2007
Trincheras
martes, febrero 27, 2007
La Laboral
lunes, febrero 26, 2007
Céline
Stephane Furber (y 4)
Save the last dance for me
La primera vez
que le pedí a tu madre
que bailáramos juntos
sonaba Save the last dance for me
en el viejo salón de Duddy.
Llevaba tres meses sin beber
y me sentía un hombre nuevo,
incluso ya no me temblaba el pulso.
Y de repente,
en medio de la pista de baile,
mientras llevaba de la cintura a Daphne,
volví a temblar,
pero esta vez desde los pies a la cabeza.
Dirty blood
Viví un tiempo en que bajo cada día,
como bajo cada piedra de Sonora,
se escondía un maldito escorpión
agazapado en la sombra.
Llegó un momento
en que corría tanta sangre
como ponzoña por mis venas.
Cualquiera hubiera jurado entonces
que me quedaba de vida
lo que a un perro sarnoso.
Aún me sigo preguntando
de dónde diablos saqué fuerzas
para desangrarme el pasado.
viernes, febrero 23, 2007
Stephane Furber (3)
Daphne
Si alguien te recoge medio muerto
a la puerta de su casa en un día de tormenta
cuando ya no tienes más aliento
que el vapor del whisky.
Si alguien tiene el coraje
de acercarse a un manojo de harapos
empapados de orina y lluvia.
Si alguien te arrastra hasta su bañera,
te hace café
y se apiada de tu suerte.
Si alguien te sonríe después de años.
Ten por seguro que serás por fin
capaz de pelearte contra el tigre
que te come las entrañas.
Que amarás por siempre a Daphne.
Stephane Furber (2)
Fire
La noche que lo abandonó todo
anduvo sin rumbo hasta la madrugada.
Era como una pequeña mierda
en medio de los campos de petróleo,
bajo un montón de estrellas.
Tenía un agujero en los jeans
por donde se le perdían los centavos
y un rastro de memoria entre las cejas
que le hablaba de un incendio reciente,
de una casa en llamas.
jueves, febrero 22, 2007
Leyendo a Stephane Furber
miércoles, febrero 21, 2007
Cuatro telegramas de Charlie Parker
jueves, febrero 15, 2007
Sesión de noche
Al despertarse aún podía verle rostro. Se parecía mucho al de su padre hace tiempo. Justo antes de que un ictus lo envejeciera veinte años, antes de que le dejara una suerte de rasguños ásperos por palabras y lo condenara a un final de obra decididamente cruel.
miércoles, febrero 14, 2007
Literatoulet
Hace unos días, como hago siempre que puedo a media mañana, volvía de tomarme un café en el Gregorio. Tomé el paseo marítimo y luego emboqué por la Plaza de San Agustín. Pasé al lado de la librería Alborá. Iba echándole una ojeada de soslayo al escaparate cuando vi en sitio preferente un viejo libro que publiqué hace quince años. Ni que decir tiene que me detuve de inmediato. Pensé por un momento que la publicación volvía del pasado al modo en cómo lo hacen las viejas estatuas griegas: "de aquellos dioses esculpidos antaño / que algunas veces emergen invictos / de entre maleza, olvidos y ruinas". Sólo después de andar babeando feliz un rato, caí en la cuenta de que un cartel anunciaba “Liquidación de existencias”.
lunes, febrero 12, 2007
Cinco eran cinco
Después de tomarme en familia las uvas en la nochevieja de hace unos años, me quedé solo en el salón de mi casa bebiendo y llorando con París, Texas.
Conservo una foto de mi mujer tomada escasos días después de conocernos. Con tan poco es suficiente para revivirnos entonces, para justificarnos aún ahora, tanto tiempo después.
Uno de los placeres más dulces de los que puedo dar fe es el del sol clemente sobre los párpados.Cuando nació mi hijo y me lo mostraron todavía a medio limpiar, berreando y agitándose tembloroso, lloré de amor y de miedo.
Quizás la más sincera y sobrecogedora confesión que nunca nadie me haya hecho, me la susurró en una habitación de París un viejo amigo del que el tiempo tristemente me ha distanciado. Lo que él más temía del futuro no era sino la vejez de sus padres. Al cabo de los años he comprendido yo también aquella inquietud, esa impotencia.
viernes, febrero 09, 2007
De expresidentes
El Crisol de Jarrai
Una patria siempre cubre las vergüenzas existenciales. Encontrar un sentido a la vida y un cebadero al propio ego es, más o menos, lo que mueve a cualquier ser humano consciente. Esto no es fácil de lograr, pero una patria lo proporciona: actúa uno al servicio de una causa «grandiosa» y encima, por un poco más de precio, se asume un protagonismo. Luego está el asunto del calor humano que da la pertenencia a una masa, con el tejido de complicidades y la mística de la camaradería que son consustanciales. Y, para remate, el tema de los fantasmas, o sea, la legión de ancestros familiares y territoriales que nos echamos a la espalda, como una gloriosa mochila. Se sufre, sí, pero ése es el cemento del invento. Ahora bien, el sentido final de todo eso, el vector de salida, lo da la línea de disparo (aunque sea una piedra) contra un enemigo. Sin enemigo no hay patria que valga.
jueves, febrero 08, 2007
Tarde de viernes
de un invierno de luz violeta
y aire frío.
Oigo algunos discos
con viejas melodías de clubs nocturnos,
suenan como entre humo,
a blanco y negro.
Andan sobre la mesa
varios libros mal apilados en escalera;
y por el suelo,
deshojado y otoñal,
el periódico de la mañana.
Mi hijo juega con guerreros
y le percuten en los labios
salvas de disparos
y silbidos de flechas.
Se me han ido instalando
los días de la semana
encima de los párpados,
contra el sueño,
a la altura de las vértebras doloridas.
Han sido como cinco dedos
que me apretaran
hasta extraerme por las costuras
un zumo agrio y propio
que cae en lamparones
manchándome los pies y las alfombras.
miércoles, febrero 07, 2007
Excursión cultural
A la tarde pregunté cómo había ido la excursión. Supe entonces que había sucedido un incidente. Supongo que fue cosa del baile de San Vito, esa permanente inquietud que persigue a los niños aun en los lugares menos convenientes. Cuando habrían de estar siguiendo las explicaciones de la guía del museo, un par de críos se propinaron mutuos empellones por un quítame allá esas pajas. Como resultado uno de ellos se fue contra un cuadro y éste se vino al suelo. Imagino las caras de guía y maestra. Las risas nerviosas de los niños. Dice mi hijo que el castigo durará una semana. Y también que no entiende por qué los mayores se preocuparon sólo del lienzo caído; su compañero se había hecho una herida en la cabeza con el marco.
lunes, febrero 05, 2007
La ofensa
La noche feroz me fascinó y me hizo caer en la cuenta de que a veces sucede la rara coincidencia de vivir en la misma ciudad en la que van pergeñando su obra grandes escritores. Que no residir en Madrid o Barcelona no resta mérito alguno, y que antes de alcanzar reconocimiento en los suplementos literarios de los grandes periódicos, hay que ir haciéndose hueco en los diarios locales. Vamos, que Ricardo Menéndez Salmón se propuso hace tiempo ser escritor y que no ha escatimado tiempo ni esfuerzos para lograrlo desde la periferia geográfica. A pesar de la ceguera provinciana de algunos lectores entre los que, para mi vergüenza, me incluyo.
Ahora, con su última novela, La ofensa, publicada por una editorial de ámbito nacional, Seix Barral, Ricardo Menéndez Salmón ha alcanzado por fin un hueco en todos los escaparates relevantes de la literatura española. Que yo sepa, han hablado bien de esta obra Rafael Conte en Babelia, Ricardo Senabre en El Cultural y Pozuelo Yvancos en Abc. Pero quizás la reseña más generosa, inteligente y apasionada es la que Juan Carlos Gea le ha dedicado a La ofensa desde las páginas de La Nueva España. Decía Jordi Doce, en la última entrada de su blog, y a propósito de otra reseña, la de Luis Muñiz a los Himnos de Mercia, de Geoffrey Hill-: “Es una reseña modélica, muy superior a lo que estamos acostumbrados a leer en Babelia, por ejemplo (con excepción de Antonio Ortega). ¿Por qué gente como Luis o Jaime Priede no están haciendo crítica en los suplementos de los grandes periódicos nacionales? No espero que nadie responda a esa pregunta, pero ahí queda, por si algún redactor jefe se cansa de su actual cuadrilla”. Pues bien, debería añadirse a los nombres mencionados por Doce, el de Juan Carlos Gea. Por eso, uno, que no es crítico literario, sino lector apasionado, y que gusta de compartir a través de esta bitácora algunas cosas que merecen la pena disfrutarse, quisiera, en esta ocasión, más que hablar por sí mismo de esta novela que tanto le ha gustado, tomar prestadas algunas palabras de Juan Carlos Gea, que lo hace mejor y más sabiamente:
(...) Planteada como una novela breve que casi exige ser apurada en una sola sesión, al modo de un cuento, para apreciar toda su intensidad, La ofensa narra en tres partes la historia de Kurt Crüwell, un sastre alemán tranquilo, culto y provinciano, que es reclutado por la Wehrmacht y participa en la invasión de Francia. Allí es testigo de una masacre excepcionalmente cruel que le provoca una reacción inaudita; ante la experiencia del horror extremo -el vacío en torno al que gravita la totalidad de La ofensa-, el cuerpo del cabo Crüwell se formula y responde sin saberlo, de modo fulminante, varias preguntas cruciales: «¿Puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo, ante la fealdad del mundo, ante el horror del mundo, sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspender sus razones, abdicar de lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina sensible? (...) ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?» (p. 57). (...) Pero -y esa es la mayor virtud de La ofensa-, ha atinado más todavía al proponerles respuesta: «El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocausto de una iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo "sí". Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad» (pp. 57-58). (...) Crüwell se suma así a un panteón donde despliegan su inagotable elocuencia y magnetismo Peter Schlemihl, el hombre sin sombra; el tullido Achab; la criatura de Mary Shelley; el hombre de las multitudes de Poe; su casi tocayo Kurtz de El corazón de las tinieblas, por descontado; el Golem, Samsa o los personajes demediados o huecos de Calvino, o el protagonista de El hombre en el laberinto de Silverberg. Crüwell, el impasible, ya ha exhibido sus derechos para formar parte de esta mitología. (...) Su cometido es transubstanciar simbólicamente el espíritu de un siglo infectado por el horror, y la brutal cura de enajenación a que sus habitantes se han sometido para soportarlo. La impasibilidad de Kurt es el trasunto de la indiferencia en la que, amputada nuestra sensibilidad moral, seguimos misteriosamente viviendo, amando, trabajando y manteniendo algo parecido a una identidad como seres humanos. (...) Y en La ofensa hay, sin embargo, una parábola bíblica bajo la arquitectura de una novela, un cuento tradicional bañado en metafísica, una tragedia en prosa, una «bildungsroman» concentrada, un relato de aventuras, una historia de amor y un «thriller», y, en fin, una narración mítica que se apoyan con total libertad en todos los registros al alcance de un narrador de este tiempo: en poco más de 140 páginas conviven el detallismo naturalista, el aforismo y la digresión filosófica, la imagen poética, la alucinación expresionista, el reportaje histórico... (...) La ofensa tensa de modo fascinante la elipse narrativa al hacer que convivan en perfecta organicidad los centros, tan distantes, de la minuciosidad histórica y del relato fantástico, o incluso mítico. Quizá no sea ocioso recordar que, para Benjamin, es en la perfección y la amplitud de esa «elipse» entre los dos centros de lo real y lo simbólico donde se traza la esencia de la escritura de Kafka.
He leído el libro este fin de semana. Lo he disfrutado, subrayado y vuelto a leer por partes. He rebañado su final con ruido de cubiertos, con la misma falta de pudor con que uno apura en soledad los restos de una pitanza, la buena literatura.
viernes, febrero 02, 2007
Correo
Y dice finalmente mi amigo, como coda al párrafo que transcribe. “Es fácilmente aplicable y me hace pensar en que un poco menos de apasionamiento, más atención a lo que dicen los demás y un mayor esfuerzo en la argumentación no nos vienen mal a nadie. Igual que un poco más de respeto a las personas, no tanto a lo que dicen o decimos. El mundo mejoraría.” Amén.