martes, julio 25, 2017

A Cecilio Testón




El último día en que uno lo vio,
nada que no fuese otra vez sonrisa,
que no fuese una mano abierta
y una cordial palabra,
nada que no fuese de nuevo
la natural disposición
de un hombre entregado al ánimo,
ninguna pista siquiera de dolor alguno
—cuando ya el dolor dolía—,
nada distinto insisto,
y nada por tanto tampoco aciago,
le adivine, ni por asomo, al saludarle.

Me senté justo detrás suyo
y vi cómo se le posó en el hombro,
como una mariposa,
el amor sin peso de una mejilla,
la de su compañera.

Asistíamos esa tarde
a una lectura de versos,
asistíamos al fluir de un río de palabras
que al igual que todos los ríos,
como también el río de la vida,
encuentran demasiado pronto,
tantas veces, su estuario.


JCD

martes, julio 11, 2017

Cuadernos de humo 15

Ocasión tuvimos hace un mes, aproximadamente, de asistir a la presentación de la última publicación de Hilario Barrero, Educación Nocturna, que había llegado poco antes a las librerías: una espléndida antología de sus poemas, editada por Renacimiento y prologada por José Luis García Martín, quien pone en la pista al lector de los dos asuntos que vertebran principalmente el contenido de esta compilación: el tiempo —más bien su paso— y el deseo: “La historia de siempre, la historia de Yeats, Cavafis o Cernuda, pero vivida en otro tiempo más cercano al nuestro: la dura adolescencia en la España de la posguerra, en un Toledo de cuartel y sacristía, de mentiras y secretos; la Barcelona luego de los años de la Transición, con su colorista carnaval de rebeldías, y finalmente la llegada a Nueva York donde, tras las turbulencias de los primeros tiempos, se encuentra el puerto seguro hasta que comienzan a sentirse los pasos, cada vez más cercanos, de una desconocida que no faltará a la cita”.
No mucho antes, llegaba también de la mano de Hilario Barrero, La esperanza es una cosa con alas, selección de poemas breves de Emily Dickinson, que el propio traductor no sólo prologa, sino que también ilustra en cubierta y páginas interiores (Ravenswood Books Editorial, 2017). Sobre este trabajo, merece leerse la acertada reseña que hizo en su blog Javier Gallego. Ya antes había mostrado Hilario Barrero su interés por este tipo de composiciones breves en lengua inglesa con una muestra de versiones que tituló Lengua de madera (Isla de Siltolá, 2011), donde confluían poetas de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Poeta, diarista, traductor, profesor emérito de la City University of New York, ciudad en la que reside desde 1978, Barrero edita, además, con gusto extremo, los Cuadernos de Humo, publicación periódica cuyo último número lleva por fecha la del siete de julio de 2017, su diseño corre a cargo de Jesús Nariño, las ilustraciones son del propio Hilario y como pie de imprenta aparece la dirección de Brooklyn desde donde se lanza. En el prólogo se dice: “Cumplimos quince números y encendemos quince hogueras para celebrarlo. Como en botica, en este Cuaderno de Humo, hay de todo: desde poesía cercana y nuestra a aforismos, la historia de un libro, un refrescante texto de verano y una extraordinaria separata de poesía neerlandesa. El lector encontrará fuertes señales de humo, fogosas coincidencias, juegos consonánticos, ardientes inéditos, iluminadas traducciones, brasas despiertas, cenizas dormidas y humos de amor y muerte. Gracias a todos los que colaboraron tan generosamente e hicieron posible esta quincena fogosa. Contad y os quemareis con quince hogueras.” Los elegidos para atizar la hoguera han sido en esta ocasión: Antonia Álvarez Álvarez, Francisco Álvarez Velasco, Ismael Cabezas, Francisco Caro, Antonio Cruz Romero, José Carlos Díaz, Juan Luis Gavala, César Iglesias, Carlos Medrano, Víctor Peña Dacost, Sagrario Pinto, Miguel Rojo, Adolfo Soares Nogueira, Ana Vega  y Paul Snoek. Y esto que sigue es lo uno aportó, mejorado por el dibujo que añadió al pie Hilario Barrero, a quien le agradezco de corazón que me haya dado la oportunidad de colaborar en esta hermosa empresa. 

lunes, julio 10, 2017

Las playas

Las playas
“…cuando vuelves a casa, cualquier guijarro de la playa que pones sobre la mesa se convierte en estatua.”
                  YANNIS RITSOS

Toda una vida de veranos en la playa. En las playas. Toda una vida de pronto rememorada desde esta playa. Al abrigo, entre una rocas, del nordeste, con un libro posado por un momento sobre el regazo, concentrado en el único afán de percibir la voz del mar y con una mano que deja caer entre sus dedos, como a través de la angostura vítrea de un reloj, la porción de un tiempo medido en arena.
Toda una vida de veranos en la playa, toda una vida en la que a mi oído ha ido llegando en cada edad un sonido diferente desde ese ámbito de luz. Mi propia risa amedrentada defendiendo en la niñez y sin armas las almenas de un castillo anegado de pleamar. El golpeo sordo de un balón sobre el arenal apelmazado al retirarse la marea, cuando éramos tan fuertes que ni las breves derrotas en los desafíos atléticos lograban marchitar el laurel de la mirada. Las palabras refugiadas en la intimidad de una toalla, intercambiadas entre dos cuerpos cosidos por el sol, a cuya sombra se conversaba en esa lengua temporal y absorbente que llaman amor. Las voces interiorizadas de quienes me acompañaron tantas veces en estos reposos desde las páginas de los libros. En sus mundos, reales o ficticios, en la confesión pautada de su ánimo, en la descripción de sus días, me sumergí mucho más adentro que entre las olas, hipnotizado durante horas y horas por el pulso de unas vidas ajenas, distantes y sin embargo casi propias. Y la edad, ya años más tarde, del cuidado, en la que toda mi atención era un niño que rehacía los castillos arrumbados de mi niñez. Toda mi atención era una risa, a veces un llanto y pronto unas palabras todavía simples que fueron el léxico casi exclusivo de esos años, el sonido entero de las playas añoradas de entonces.

Toda una vida de veranos en la playa. En las playas. Toda una vida de pronto resumida aquí y ahora sobre la arena de La Isla, cuando el amor ya hace tiempo que sobre todo es compañía, cuando el paseo es el último esfuerzo tolerable, cuando mi hijo conjuga su intimidad muy lejos, en otra playa, cuando los libros son ya más un hábito que una vida paralela y cuando he comprendido que el único sonido eternamente real se pulsa en este oleaje que escucho ahora, como una cuenta atrás, inclinando la cabeza sobre mi propio pecho.