jueves, abril 09, 2020

Apuntes en tiempos de pandemia


Leo a primera hora, aún en la cama, unas cuantas entradas de algunos de los diarios digitales escritos desde el confinamiento. Hay, al menos en lo que veo, y como quizás no pueda ser de otra manera, una mezcla en esas páginas de mundo interior y nostalgia de todo lo que se está yendo, sin poder aprehenderlo, al otro lado de la ventana. Nada nuevo, por tanto, en la tarea de quien escribe: ojear lo de dentro por entenderse y hacerlo en el contexto de cuanto cultural y experiencialmente nos ha hecho, y añorar mundos, pasados, futuros y hasta presentes, todos esos mundos alternativos a la vida que llevamos. La intensidad ahora se pone en esa circunstancia nueva que es confinamiento impuesto, y ello provoca que atendamos sobre todo a lo que iluminamos con nuestras luces cortas.

Pedaleo casi una hora en la bicicleta estática a la vez que sigo leyendo noticias y mirando apuntes en redes. Selecciono un par de memes y los comparto por whatsapp. Uno dice: “Si tuvieras que sacrificar a un político para salvarnos del Covid-19, ¿quién sería y por qué Abascal?”. El otro es una captura de un twit donde aparece Rosa Díez confinada y dirigiéndose a través de la cámara de un dispositivo electrónico a una audiencia virtual. Al fondo, una habitación de aspecto claustrofóbico, pintada en rojo lupanar. El comentario que suscita en quien retwitea la imagen reza: “No me queda claro si Rosa Diez vive en la trastienda de una santería, en un puticlub o en un capítulo de Twin Peaks”. Claramente, sobre todo en este último caso, humor de brocha gorda. Así que una vez enviadas ambas chanzas, tengo un ataque de mala conciencia (y me conforta tenerlo, recuerdo aquel breve y contundente poema de Wislawa Szymborska que se titulaba Elogio de la mala conciencia). Me disculpo pensando que trato así de vengar, por ejemplo, tantas y tantas burlas miserables vertidas en todo tipo de formatos sobre Fernando Simón. Alguien que desde el presgitio curricular ha ocupado una responsabilidad ingrata en los días más aciagos del cólera. Mientras que el blanco de las invectivas de los memes que compartí han sido, en esas mismas fechas y para la convivencia de este país, como dos castores en la Tierra del Fuego. No obstante, sentirme así, en la trinchera, me sabe mal y me remuerde la conciencia.

En las ruedas de prensa que cada mañana ofrece el Comité de Gestión Técnica del Coronavirus, el Ministerio de Sanidad, antes a través Fernando Simón, y ahora, en su ausencia, de la doctora María José Sanz, nos traslada la diaria realidad de la pandemia, sus trágicos datos, analizados con cierta frialdad estadística. Suele además intervenir en estas comparecencias una responsable del Ministerio de Transporte, que habla de lo que corresponde a su sector, y un miembro del estamento militar y dos de las fuerzas públicas. Las informaciones que estos uniformados ofrecen a diario son, generalmente, irrelevantes en comparación con la información aportada por los especialistas sanitarios sobre el comportamiento y efectos del virus; la forma, además, en que se expresan guardia civil, policía nacional y militar de turno es manifiestamente pedestre, descendiendo en ocasiones a detalles grotescos de las operaciones policiales. Me pregunto entonces si estas intervenciones tienen cabida sensata en una rueda de prensa diaria sobre la pandemia, y más después de anunciarse someramente la cifra de muertos diarios (centenares).

sábado, abril 04, 2020

Slowly

Sólo quiero ser agradecido. Cuando a estas horas eso que llaman redes se llenan de pena por la muerte de Aute, uno sólo quiere, como cualquiera que esté hoy triste por su marcha, y son tantos, tener un gesto mínimo, insignificante, pero necesario para la salud del alma. El duelo, todo los duelos, deben transitarse sin atajos, con la lentitud de la memoria y el agradecimiento que nos honra. Porque en esta hora, sé bien que de ninguna manera podré olvidarte, por mucho que quiera no es fácil, me faltan las fuerzas, me faltan las ganas. Recuerdo que yo también estaba en el cine a las cuatro y diez, y que los labios de ella eran igualmente de papel (siempre es frágil lo reciente), que los inspectores vestían de gris y en el instituto estudiábamos francés. Que aún miles de buitres callados extendían sus alas sobre el país y eran a veces un mal trago las albas. Y que la libertad era un deseo imposible de rosas en el mar. A día de hoy podríamos decir, que la sombra que arrastramos se nos escapa, que perdimos los tesoros de los mapas, que la nada fue muchas veces el fin de cada etapa, pero que, entretanto, reivindicamos el espejismo de encontrar en las miradas, la belleza, la belleza. Esa que tantas veces nos pusiste entre las manos, enemigo de la guerra y su reverso, la medalla, cuerpo a tierra bajo el peso de la historia. Así que hoy, querido Luis Eduardo, no se nos ocurre otra manera de seguir en la trinchera que oyéndote de nuevo, una vez más, con tus versos por fusil. Con los mismos que pedimos que se arriasen los vestidos, las flores y las trampas. Porque acaso el Universo no fue nunca un disparo en expansión sino el soplo de la vida en una canción de amor y anarquía, una canción que nos brindaba solamente dos o tres segundos de ternura. Hemos tenido la gran suerte, cantautor de las narices, de que pasases por aquí, cerca de nuestras vidas, ningún teléfono cerca, y pasabas por aquí. Y al igual que tú te acordaste de Jacques, aquel quijote belga que se escapó a Tahití, nosotros hoy nos acordamos de este quijote nuestro del barrio de la Fuente del Berro, al que también le rogamos un ne me quittes pas irredento a las puertas del Amsterdam, o en las terrazas del Hafa Café, bajo ese cielo protector donde te deseo, mi amigo, mi música de tanta vida, que te bañe slowly un diluvio de estrellas.