Leo
a primera hora, aún en la cama, unas cuantas entradas de algunos de los diarios
digitales escritos desde el confinamiento. Hay, al menos en lo que veo, y como
quizás no pueda ser de otra manera, una mezcla en esas páginas de mundo
interior y nostalgia de todo lo que se está yendo, sin poder aprehenderlo, al
otro lado de la ventana. Nada nuevo, por tanto, en la tarea de quien escribe:
ojear lo de dentro por entenderse y hacerlo en el contexto de cuanto cultural y
experiencialmente nos ha hecho, y añorar mundos, pasados, futuros y hasta
presentes, todos esos mundos alternativos a la vida que llevamos. La intensidad
ahora se pone en esa circunstancia nueva que es confinamiento impuesto, y ello provoca
que atendamos sobre todo a lo que iluminamos con nuestras luces cortas.
Pedaleo casi una hora en la bicicleta estática a la vez que sigo leyendo noticias y mirando apuntes en redes. Selecciono un par de memes y los comparto por whatsapp. Uno dice: “Si tuvieras que
sacrificar a un político para salvarnos del Covid-19, ¿quién sería y por qué
Abascal?”. El otro es una captura de un twit donde aparece Rosa Díez
confinada y dirigiéndose a través de la cámara de un dispositivo electrónico a
una audiencia virtual. Al fondo, una habitación de aspecto claustrofóbico,
pintada en rojo lupanar. El comentario que suscita en quien retwitea la imagen
reza: “No me queda claro si Rosa Diez
vive en la trastienda de una santería, en un puticlub o en un capítulo de Twin
Peaks”. Claramente, sobre todo en este último caso, humor de brocha gorda. Así
que una vez enviadas ambas chanzas, tengo un ataque de mala conciencia (y me
conforta tenerlo, recuerdo aquel breve y contundente poema de Wislawa
Szymborska que se titulaba Elogio de la
mala conciencia). Me disculpo pensando que trato así de vengar, por
ejemplo, tantas y tantas burlas miserables vertidas en todo tipo de formatos sobre
Fernando Simón. Alguien que desde el presgitio curricular ha ocupado una
responsabilidad ingrata en los días más aciagos del cólera. Mientras que el
blanco de las invectivas de los memes que compartí han sido, en esas mismas
fechas y para la convivencia de este país, como dos castores en la Tierra del
Fuego. No obstante, sentirme así, en la trinchera, me sabe mal y me remuerde la
conciencia.
En
las ruedas de prensa que cada mañana ofrece el Comité de Gestión Técnica del
Coronavirus, el Ministerio de Sanidad, antes a través Fernando Simón, y ahora,
en su ausencia, de la doctora María José Sanz, nos traslada la diaria realidad
de la pandemia, sus trágicos datos, analizados con cierta frialdad estadística.
Suele además intervenir en estas comparecencias una responsable del Ministerio
de Transporte, que habla de lo que corresponde a su sector, y un miembro del
estamento militar y dos de las fuerzas públicas. Las informaciones que estos
uniformados ofrecen a diario son, generalmente, irrelevantes en comparación con
la información aportada por los especialistas sanitarios sobre el comportamiento
y efectos del virus; la forma, además, en que se expresan guardia civil, policía
nacional y militar de turno es manifiestamente pedestre, descendiendo en
ocasiones a detalles grotescos de las operaciones policiales. Me pregunto
entonces si estas intervenciones tienen cabida sensata en una rueda de prensa
diaria sobre la pandemia, y más después de anunciarse someramente la cifra de
muertos diarios (centenares).
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