sábado, abril 04, 2020

Slowly

Sólo quiero ser agradecido. Cuando a estas horas eso que llaman redes se llenan de pena por la muerte de Aute, uno sólo quiere, como cualquiera que esté hoy triste por su marcha, y son tantos, tener un gesto mínimo, insignificante, pero necesario para la salud del alma. El duelo, todo los duelos, deben transitarse sin atajos, con la lentitud de la memoria y el agradecimiento que nos honra. Porque en esta hora, sé bien que de ninguna manera podré olvidarte, por mucho que quiera no es fácil, me faltan las fuerzas, me faltan las ganas. Recuerdo que yo también estaba en el cine a las cuatro y diez, y que los labios de ella eran igualmente de papel (siempre es frágil lo reciente), que los inspectores vestían de gris y en el instituto estudiábamos francés. Que aún miles de buitres callados extendían sus alas sobre el país y eran a veces un mal trago las albas. Y que la libertad era un deseo imposible de rosas en el mar. A día de hoy podríamos decir, que la sombra que arrastramos se nos escapa, que perdimos los tesoros de los mapas, que la nada fue muchas veces el fin de cada etapa, pero que, entretanto, reivindicamos el espejismo de encontrar en las miradas, la belleza, la belleza. Esa que tantas veces nos pusiste entre las manos, enemigo de la guerra y su reverso, la medalla, cuerpo a tierra bajo el peso de la historia. Así que hoy, querido Luis Eduardo, no se nos ocurre otra manera de seguir en la trinchera que oyéndote de nuevo, una vez más, con tus versos por fusil. Con los mismos que pedimos que se arriasen los vestidos, las flores y las trampas. Porque acaso el Universo no fue nunca un disparo en expansión sino el soplo de la vida en una canción de amor y anarquía, una canción que nos brindaba solamente dos o tres segundos de ternura. Hemos tenido la gran suerte, cantautor de las narices, de que pasases por aquí, cerca de nuestras vidas, ningún teléfono cerca, y pasabas por aquí. Y al igual que tú te acordaste de Jacques, aquel quijote belga que se escapó a Tahití, nosotros hoy nos acordamos de este quijote nuestro del barrio de la Fuente del Berro, al que también le rogamos un ne me quittes pas irredento a las puertas del Amsterdam, o en las terrazas del Hafa Café, bajo ese cielo protector donde te deseo, mi amigo, mi música de tanta vida, que te bañe slowly un diluvio de estrellas.

3 comentarios:

ÍndigoHorizonte dijo...

Fue una parte muy importante de la educación sentimental de muchos (en el buen sentido de la palabra sentimental). Y una referencia, en muchos sentidos. Tu entrada me conmueve.

Saludos.

Anónimo dijo...

Emocionante despedida. No he podido evitarlo, se me han saltado las lágrimas.


Aquí sigo, leyendo - como siempre - todo lo que publicas

Un abrazo

Luna

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Gracias a ambos.
Nos hizo mejores.
Eso creo, al menos.
Un abrazo.