sábado, mayo 18, 2013

LOMCE


Me permito traer aquí, desde facebook, esta lúcida e indignada declaración de Ricardo Menéndez Salmón (porque cuando algo se dice tan bien y con tanta razón, qué menos que divulgarlo en la medida de los posible).


Tengo 42 años y dos hijos, una niña y un niño. Soy una persona culta, cuyos libros se han traducido a siete idiomas distintos al español. He cursado siempre mis estudios, desde Infantil hasta la Universidad, en instituciones públicas. Mi único rasgo de fanatismo (quizá de masoquismo, estoy abierto a la discusión) es ser seguidor del Sporting de Gijón desde que tengo memoria. Soy comprensivo, pero también intolerante: con el racismo, con el fascismo, con las sectas. Es decir, no creo que todas las opiniones sean igualmente respetables. Me asiste la certeza, conquistada a través de los libros y de mi propia vida, de que se puede vivir sin religión ni dioses, pero de que no se puede vivir sin ética ni valores. Esto es: sostengo la absoluta superioridad de la Filosofía sobre la Religión. Esta cita de E. L. Doctorow, tomada de su novela El libro de Daniel, se la regalo a los padres de la LOMCE después del enésimo asesinato de la razón cometido en mi país: «La diferencia entre Sócrates y Jesús estriba en que nadie ha sido condenado a muerte en nombre de Sócrates. Y ello se debe a que las ideas de Sócrates nunca fueron convertidas en ley».
Ricardo Menéndez Salmón

martes, mayo 14, 2013

Paseos

 
El sábado lucía el sol en Corao. Muchos años atrás Madoz describió ese lugar como "un ameno vallecito en la carretera que desde el interior de la provincia conduce a la de Santander;  con clima templado y sano. De veintiséis casas de mediana fábrica, con muchas fuentes de buenas aguas, y dos ermitas dedicadas a San Nicolás y a Santa Rosa de Viterbo. El terreno es de superior calidad, y se haya fertilizado por los ríos Güeña y Chico, que se reúnen más abajo de la población; en sus riberas se crían hermosos álamos y grandes alisos, habiendo en otros parajes multitud de castaños, abedules y otros árboles que proporcionan sitios de comodidad y recreo. Produce trigo, escanda, maíz, habas, toda clase de legumbres y frutas, excepto el limón y naranja que no prosperan a consecuencia de los hielos; hay ganado vacuno y, algo de cerda, caza de perdices y liebres; y pesca de excelentes truchas. Industria: la agrícola y un molino harinero.” El idílico enclave y la cercanía de la alta montaña llevaron a Frassinelli a fijar su residencia allí. Escribe Alejandro Pidal que para el alemán «su verdadero teatro eran los Picos de Europa, Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos. En ellos se perdía meses enteros, llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la yerba seca, su carabina y los cartuchos. Vino no lo bebía: bebía agua en la palma de la mano; carne, sólo la del rebeco que abatía el certero disparo de su escopeta y cuya asadura tomaba sobre la misma lata al mismo fuego. Dormía sobre las últimas matas del enebro que avecinan la región de las peñas y las nieves.” Desde el viejo castañar que se levanta a orillas del Güeña parte la Ruta Frasisenilli, un camino que lleva hasta el lago Enol y de allí al Pozu del Alemán, escondido rincón junto al río Pomperi donde cuentan que se bañaba el romántico vecino de Corao. No llegamos hasta tan lejos, pues andábamos sólo de paseo y no de esforzada marcha, pero sí que la senda nos acercó a la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, enclavada en un hermoso paisaje, custodiada por tejos centenarios y protagonista de un rico devenir histórico. El Marqués de Monsalud la describe como sigue en 1905: “A la mitad del camino, entre Cangas de Onís y Covadonga, á una legua de cada una de éstas, álzase la pequeña construcción sobre una extensa pradera rodeada de verdes lomas, dominando, desde su altura, la pequeña villa de Corao. Compónese el templo de una sola nave, habiendo sido objeto de transformaciones sucesivas, y aun cuando supónesele, generalmente, construido por el rey Pelayo, fácilmente pudiera datar la primitiva fábrica de la época visigótica. Monasterio de Abelania le nombra la crónica albeldense, y, en efecto, hacia el año 737 parece se estableció en el mismo una comunidad de monjes bajo la regla de San Benito.  El templo compónese de una sola nave, ostentando, en su estado actual, los caracteres del estilo románico. Es de sillería que, ennegrecida por el tiempo, presenta aspecto de venerable antigüedad. Divididos exteriormente sus muros por robustos contrafuertes, corre por la parte superior una vistosa hilada de canes que representan cabezas humanas, de bichas ó de dragones sosteniendo la sencilla cornisa. La puerta lateral, de arco de medio punto, compónese de dos bocines, ó arquillos, que descansan sobre columnas pareadas, ocupando su tímpano curiosísimo bajo relieve que representa el infierno, viéndose en él buen golpe de diablos que sostienen sobre el fuego una caldera, de la que asoma una cabeza, fiel representación, según el vulgo, de los eternos suplicios de don Opas el traidor. Le da á estos muros alto sentido de respetabilidad la circunstancia de haber sido primitiva sepultura del cristiano caudillo, glorioso triunfador de Covadonga.”

De vuelta a Corao, tomamos el vermú en una terraza soleada y tranquila, frente a los castaños que se levantan junto a ribera del Güeña. Seguimos luego ruta hasta Asiegu. Comimos al aire libre en la sidrería de los hermanos Niembro, geólogo uno y geógrafo el otro, que permanecen enraizados en su tierra, cuidándola, dándola a conocer y viviendo dignamente de ella. Nos dieron a probar, entre otras viandas, un cabrales de curación larga, al que llaman Teyedu, que resultó primoroso. Bebimos sidra Pamirandi, de los pomares del pueblo. Se mantuvo una charla franca y alegre a resguardo primero del sol y, a medida que avanzaba el día, de la brisa fresca de las alturas. Por bajar la comida, se paseó luego hasta el mirador de Udaondo. Se iba echando poco a  poco la niebla sobre la montaña. Ocultaba el Urriellu. Enfriaba la tarde. Caminamos un rato por los alrededores, hasta alcanzar un prado verdísimo, salpicado de gamones y en el que pacía el ganado como dispuesto para una postal, como fijado para la memoria de estos viajeros que tuvieron la ocasión feliz de compartir el día y sus descubrimientos.