jueves, julio 29, 2010

Pereza

Qué pereza. Qué gran pereza. Será cosa del calor, de este calor nuestro, que aunque siempre es más clemente que la calor de allende el puerto, resulta a veces adormilante. Debería tomarme en serio los titulares. Hay quien lo hace y pone en ello la pasión que quizás no le cuaja en los lances del roce. Lo uno por lo otro, creerá el iluso. Nada más lejos de la verdad. Unos te dejan latiendo como el verano, a ritmo de bosanova. Los otros te zarandean hasta sacarte espuma por las comisuras de la boca. Performances empeñadas en enseñar: epidermis y pintura roja. Yo estuve allí en mi juventud. En primera línea. Y era así mi cuerpo. Enfrente: lo atrabiliario. Polvo de albero sobre el lustre de los zapatos, espesando la saliva de cuanto se dice. Qué pereza. Qué gran pereza. Ayer soplaba la brisa en la playa de Santa Marina. Era una delicia la pleamar a la sombra de la terraza. Con los pies casi en las olas. Había quien leía los periódicos como si tuviera entre los dedos chuletillas de lechal. A los postres, manos grasientas y hebras correosas en los intersticios de los dientes. Lidia diaria. La barandilla del arenal es una hermosa forja de remos donde atan las bicicletas los veraneantes. Baños de mar. Sombreros de paja. La dichosa pereza. La pereza dichosa.

lunes, julio 19, 2010

A ver cómo lo explico

Nunca se comienza un aforismo diciendo “a ver cómo lo explico”, y sin embargo esa expresión de incertidumbre está siempre en el origen.

A ver cómo lo explico: uno debería aprender a observar desde arriba lo que, siendo demasiado suyo y por tanto singularizándolo para mal, anda a la altura de los bajos del pantalón, rozándose gozosamente con los suelos. Habría que remangarse y mirar al frente, sintiendo en los pies, al cruzar los charcos, las cosquillas de los renacuajos: pequeños, negros e informes. Ah, y sonriendo. Como las hienas.

A ver cómo lo explico: nunca acierto a ubicar las fronteras que delimitan la dignidad, por el norte, con el orgullo, y por el sur, con la humildad. Quizás se deba a que tenga un concepto demasiado elevado de mi propia dignidad y unas mejillas escasamente bíblicas.

A ver cómo lo explico: alguien me contó hace poco la historia de un hombre al que una pesadumbre mató de un cáncer. Medicina preventiva: no fumar, no beber, no comer insano. Siempre es posible el esfuerzo de la contención. Pero quién podría albergar un alma inmune. De qué valdría la vida si finalmente también se contuviera la compasión.

lunes, julio 12, 2010

Sedación Nacional

Ocurrencia, claro, la del encabezamiento. Pero no falta a la verdad. Ni debiera ofender a nadie. Así fue. Así es. De eso se trata en las unidades de dolor. Cuidados paliativos. En ese trace suele aflorar lo mejor. Del enfermo, que limpia el alma aunque no crea en su existencia, y de quienes le acompañan, que dan lo que quisieran recibir en circunstancias tales. Sedación. Quizás no debiera recurrirse a un paralelismo tan agónico. Quizás tampoco a uno tan ligero como el de cualquier arreglo odontológico. A caballo entre ambos supongo que andamos. Eso sí, tenemos demasiado remendado el país. Aunque alegre ahora mismo. Y confiante, por fin, en su suerte. Que nos cunda al despertar. Y mientras tanto que a nadie se le olviden cosas, por ejemplo, como la suerte de Sakineh Ashtiani.

jueves, julio 08, 2010

En vuelo

Volamos camino de casa. Planicie inglesa. Verde salpicado de bosquecillos y remiendos de hierba agostada que servirá de postre en los establos cuando llegue el invierno. Cielo azul. Mucha luz. Al otro lado del pasillo viaja un tipo obeso. Lleva un traje beige de verano. Tiene el cráneo rapado y la piel bronceada. Calza unos zapatos de ante algo subidos de tobillo, con elástico en los laterales. Puntiagudos. Cuando pasa la azafata con su bistró rodante, le pide dos botellitas de vodka y un redbull, unas patatas fritas grasientas y un dulce de chocolate y caramelo. Me puede la curiosidad. Está tan sólo una fila de asientos por delante y puedo por ello observarle sin temor a que me descubra. Se prepara el cóctel y se lo bebe en un pispás. Come las porquerías con gula, se lame los gruesos dedos. Luce un anillo con piedra preciosa en elmeñique de la mano derecha. Deja los desperdicios sobre la bandeja. Los envoltorios pringosos, el vaso de plástico, la lata, los botellines. Extrae del bolso de su americana un aifón con auriculares. Debe de estar escuchando música al tiempo que hace sudocus en la pantalla táctil. Me temo que lleva en las yemas de los dedos una película de chocolate derretido. Que los números se le enterrarán como velas en una tarta de cumpleaños al sol. Definitivamente este tipo me ha distraido de la lectura, algo pindárica, del diario de Dionisio Ridruejo. El ritmo estacional. Los cultivos. Flores y pájaros. Todo transcurre en Diario de una tregua con una delectación algo infantil ante la naturaleza. No obstante, como en toda narración bien trabada, el ritmo de lo que se cuenta termina predisponiendo. Por eso venía uno admirando por debajo de las alas del avión el mundo ordenado sobre el campo británico, el esplendor de la luz sobre el paisaje. Pero el encanto se ha roto al otro lado del pasillo. Con otra naturaleza. Humana. No puedo quitarme de la cabeza la imaginación de este ser comerciando meretrices de caderas anchas, relamiéndose con un churrasco o apostando en las gradas desvencijadas de un canódromo de Atlantic City. Qué retorcido me he vuelto.