jueves, julio 29, 2010

Pereza

Qué pereza. Qué gran pereza. Será cosa del calor, de este calor nuestro, que aunque siempre es más clemente que la calor de allende el puerto, resulta a veces adormilante. Debería tomarme en serio los titulares. Hay quien lo hace y pone en ello la pasión que quizás no le cuaja en los lances del roce. Lo uno por lo otro, creerá el iluso. Nada más lejos de la verdad. Unos te dejan latiendo como el verano, a ritmo de bosanova. Los otros te zarandean hasta sacarte espuma por las comisuras de la boca. Performances empeñadas en enseñar: epidermis y pintura roja. Yo estuve allí en mi juventud. En primera línea. Y era así mi cuerpo. Enfrente: lo atrabiliario. Polvo de albero sobre el lustre de los zapatos, espesando la saliva de cuanto se dice. Qué pereza. Qué gran pereza. Ayer soplaba la brisa en la playa de Santa Marina. Era una delicia la pleamar a la sombra de la terraza. Con los pies casi en las olas. Había quien leía los periódicos como si tuviera entre los dedos chuletillas de lechal. A los postres, manos grasientas y hebras correosas en los intersticios de los dientes. Lidia diaria. La barandilla del arenal es una hermosa forja de remos donde atan las bicicletas los veraneantes. Baños de mar. Sombreros de paja. La dichosa pereza. La pereza dichosa.

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