lunes, agosto 02, 2010

Gaviotas en la madrugada

Gaviotas en la madrugada. No es mal eneasílabo como título. Hay en el pájaro una evocación de muelles y vida portuaria. Y en el espacio temporal aludido, principio y final: la luz alumbra el nuevo día, pero también puede desvelar los estragos de la noche. Gaviotas en la madrugada. Quién sabe si ya se ha escrito una novela negra bajo ese título. Y un poema de versos misteriosos. Ahora también se abre paso un apunte de diario que habla de una ventana abierta a la brisa de la noche estival, a sus ruidos de ciudad provinciana y costera. Sobre todos ellos, el chillido desquiciante de las gaviotas al amanecer, como si se hubieran quedado atrapadas en un patio angosto de vecindad y clamasen incapaces de desplegar en toda su extensión las alas, incapaces de levantar el vuelo. Ayer pasamos el día en casa de R. En su jardín secreto, como le gusta decir. Una maravilla recóndita con olor a menta piperita y tomillo cítrico, con frutales cuajados, con su pequeño huerto cuidado, con su palmera y sus dos robles centenarios, con sus flores de colores vivos alegrando la piedra de la casa. Comimos a la sombra del galpón. Bebimos y charlamos hasta la noche. El día enfrió pronto y la lluvia perló el paisaje. Por entre las fresas asomó un minúsculo ratón de campo acicalándose el bigote. Compartimos mesa con A. M. Qué bien aguanta los muchos años. Lúcido, hablador, risueño. Fuma y bebe como un joven despreocupado. Por debajo de su gorra marinera asoma la melena áspera y blanca. Está curtido de campo. Tiene su estudio aquí cerca. Apenas baja ya a la ciudad. Dice haber descubierto el verde hace nada, volviendo de un viaje castellano y saliendo a Asturias después de cruzar el largo túnel del Negrón. Se sorprendió de pronto con el verdor de todo. De la tierra, de los montes, de los postes de la luz y hasta del asfalto. En eso anda ahora, cuenta, queriendo llevar a los cuadros esa revelación súbita y tardía. R. ha ido haciendo de esta vieja casa de aldea, comprada casi veinte años atrás, un refugio acogedor, donde ahora él y M. pasan gran parte del año. Cuelga sus pinturas por todas las paredes. Tienen formas y texturas que andan a caballo entre lo figurativo y lo abstracto. Uno ve en ellas, sobre todo, perspectivas roturadas y ocres. Arboledas ordenadas. Contrastan con la fronda circundante, con el esmeralda umbrío del bosque próximo. En la charla distendida aparecen recuerdos y fantasmas. Viejas sombras del pasado. Como V., el profesor de latín que era humanista y musicólogo. Que tenía un apartamento sólo para escuchar sus discos y tocar el piano. Y un perro obediente que a veces ladraba por los pasillos de aquel piso sin casi muebles en el que siempre se oía música de fondo. V. mandó extirparle las cuerdas vocales. Esta madrugada las gaviotas chillaban como animales locos. Cerré la ventana del cuarto y bajé al salón. Logré conciliar el sueño. Es media mañana y parecen más calmadas. Como si todo su miedo tuviera que ver con el despuntar del sol y la incertidumbre de los días.

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