Leyendo lo que escribí al llegar al hotel tan sólo un par de horas después de cruzarme con el hombre elefante, lo que días más tarde resumí en la bitácora acerca de ese tropiezo, pienso en si ese hatillo de palabras que apresaron una sensación agria, desasosegante y prolongada, en si ese retazo de diario de viaje no será sino la fotografía diferida tomada por un cobarde, el apunte de lo que me hizo huir, el remilgo atildado de un turista sensible que no se atrevió a dirigir el objetivo de su cámara, ni tan siquiera el de su ojo, hacia el rostro deforme del monstruo y que tampoco tuvo el escaso valor de acercarle unas monedas, el precio escaso de la cerveza que luego me tomé en una terraza próxima. Sin ganas.
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