Hace unos días tan sólo me permití una pequeña maldad con un amigo. Le envié un viejo artículo, sin firma, de uno de sus pensadores predilectos. Su respuesta fue épica. Lo menos que llamaba al responsable del escrito era “indecente”. Cuando le desvelé de quién era lo remitido, no daba crédito a la autoría. Viene a cuento esto porque ayer escuchaba con enorme placer algunos temas que tenía casi olvidados de un cantante al que admiré años atrás y que he venido en los últimos tiempos apartando de entre lo que uno prefiere por parecerme absolutamente rechazables sus opiniones políticas. El precio de la fama no es principalmente, como pudiera pensarse, perder la anonimia en medio de la calle; el precio de la fama es ofrecerse, como las monedas, por ambas caras y es también dejarse a la vista, al tiempo, lo que se es y lo que se fue. En tales condiciones uno mismo llegaría, muy probablemente a ser un indeseable a sus propios ojos. Quién no se absuelve de lo que un día se avergonzó. Quién no deja a la sombra su propia cara oculta de la luna. La coincidencia en el gusto o la opinión es flor que se marchita. Líbese la dicha del instante y pétalos al viento.
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