Las palabras como piezas de ajedrez. Los labios como manos de jugador. Y antes de todo movimiento, la representación mental de cuanto sucederá después. La reflexión previa, el tiento con el que se acaricia la pieza a trasladar, con el que se masca lo que se va a decir. Y el vértigo de detener finalmente la vida en un escaque hasta entonces vacío, en unas pocas palabras recientes.
Jugamos demasiado a menudo partidas rápidas. Quién puede en ellas gobernar como quisiera los movimientos de las fichas, la precisión de las palabras.
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