Adolfo Suárez. El péndulo de la historia. Primero villano. Luego canonizado. Ahora imbécil. Leo el libro de Cercas (Anatomía de un instante) con entusiasmo. No en vano se trata del pedazo más intenso de la historia de nuestro país que hasta la fecha me ha tocado vivir. Al tiempo me encuentro con una entrevista a Gregorio Morán. Ha escrito también sobre el asunto. Sobre el personaje. Ya dos libros. De este segundo (Adolfo Suárez, historia de una ambición) extrae para el periódico algunas de las ideas que lo sostienen. Una de ellas le parece a uno importante para explicar algunas cosas que le ocurren a la política patria. A la europea, también. Escándalos británicos. Desfachatez italiana. Corruptela hispana. Dice Gregorio Morán: “Suárez es un hombre sin cultura, sólo sabe de política, lo que forma parte de una larga tradición española”. Es verdad que la clase política de hoy ha pasado por la Universidad y hasta en ocasiones, aunque escasas, hay en ella personas de cierto fuste intelectual. Pero la política se les ha vuelto, por lo general, un modus vivendi de más alta alcurnia, mejor retribuido. Han elegido la trinchera como supervivencia. Y tras los sacos terreros no se perdonan los ocios reflexivos, se pierde hasta la perspectiva. Suárez era un hombre sin cultura en medio de convulsiones insoportables, al que quizás lo llevó al poder un prurito de medro, pero que una vez allí tuvo el coraje de una ambición generosa, histórica. Hoy se orilla por igual la pasión intelectual de perseguir la verdad sin la traba del rédito electoral y la trascendencia que otorga toda delegación de representatividad. Quizás tenga que ver en ello el miedo a perder la canonjía que se disfruta. Concluyamos con algo prosaico: el sueldo. Se argumenta muchas veces que un político debe cobrar lo suficiente como para que no le tiente el amaño productivo. Pero, ¿debe cobrar tanto como para que le asuste la reincorporación a su profesión —en caso de que la tenga—?
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