En el anverso, por donde nos da el sol, fluye siempre una savia antigua que sabemos fue dulce y que sin embargo cuando nos la llevamos ahora a los labios resulta más bien amarga. La melancolía es pérdida. Añoranza de lo que nunca hubimos de arrepentirnos. Porque nos hizo mejores. Cuántas canciones nos levantaron del suelo algo más dignos. Y un poquito más sabios. Porque entender lo que nos rodea es tenerle piedad al dolor y es enseñarle los dientes a sus causas. Y llorar a quien nos lo enseñó es guardarle ley y es, sobre todo, recordar la letra y su estribillo.
Duerme, duerme, negrita...
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