Desde el comienzo del nuevo curso, cada vez que acompaño a mi hijo a sus clases particulares de inglés, se zafa de mí unos cuantos metros antes de llegar al portal de la academia: suelta su mano de la mía, emprende una breve carrera y se despide con un displicente movimiento de cabeza, sin darme siquiera ocasión de besarlo antes de irme. Si bien las primeras veces no le di apenas importancia a este inesperado desapego, al cabo de dos o tres semanas le interrogué sobre él. Con cierto embarazo y bajando la mirada, me reveló que prefería que no le besara delante de otros niños.
Posiblemente llegará el día en que mi hijo también haga suyas estas palabras que ahora rescato y que aparecen en el último libro de Muñoz Molina: "Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre". Hasta entonces y cuando me deja, disfruto de sus besos y tomo su mano como quien rebaña las ascuas de un día inolvidable.
Posiblemente llegará el día en que mi hijo también haga suyas estas palabras que ahora rescato y que aparecen en el último libro de Muñoz Molina: "Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre". Hasta entonces y cuando me deja, disfruto de sus besos y tomo su mano como quien rebaña las ascuas de un día inolvidable.
1 comentario:
No sólo te pasa a ti, créeme, la costumbre se va generalizando.
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