El bozo de los preadolescentes —pienso en mi hijo— les predispone de repente contra la inocencia, les crece doloroso como una ristra de alfileres negros justamente sobre la sonrisa. A estos niños espigados se los gana entonces una melancolía rebelde, propia de una edad que se transita con la desazón de las metamorfosis.
2 comentarios:
Sin invadir espacios en el estiramiento, pero siempre accesible.
Son miradas melancólicas sobre las ruinas de una edad que se le va, que se nos va. Miradas melancólicas, supongo, sobre el mismo tránsito del tiempo.
Un abrazo.
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