En la carta que escribió horas después de la muerte de Auster, Siri Hustvedt contó:
"Mi marido no tenía un ordenador. Escribió a mano, y escribió sus manuscritos en una máquina de escribir Olympia".
Y en el documental Paul Auster, what if?, que puede verse en Filmin, el propio escritor muestra los cuadernos en los que con letra muy menuda iba escribiendo sus libros. Cada hoja de aquellas libretas tamaño A4, según revela en esa película, equivalía a dos páginas y media de imprenta.
El estilo es una manera de respiración. Auster respiraba despacio. Y escribir a mano, una reflexión rumiada, que no permite, como los procesadores de texto, que un algoritmo complete tus palabras, lo que piensas.
Un manuscrito requiere el esfuerzo, las pausas y la perspectiva de lo que se esculpe.
Nunca como ahora ha sido tan fácil escribir. Hasta los tabuladores le ponen aleatoriamente tamaño a los versos. Hasta la computadora te pregunta si deseas que autocomplete tus textos:
"Entra en Sistema. Accede al apartado de Idioma e Introducción de texto. Pulsa en Más ajustes. Entra en Rellenar Automáticamente / Autocompletar."
Tan sencillo como imprudente, porque si tuvieras en ese instante los ojos inyectados en sangre, la computadora silbaría tus palabras rápida y despiadada como una bala. Sin la dilación de cuanto se puede considerar mientras toma forma y es arcilla, y por tanto vida en ciernes.
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