Hace sólo unos días que se presentó el nuevo libro de Fernando Menéndez: Tira líneas. No fuimos pocos los que en el Antiguo Instituto estuvimos arropando al autor. Lo introdujeron Jerónimo Granda y José Ramón González. Se enfrentaron al libro, a la propia presentación, desde actitudes distintas: la ocurrencia y la interpretación casi académica. En medio, Fernando, con su librillo en la mano, habló de esa manera algo desmadejada, franca e incontinente tan suya, y quizás al tiempo tan paradójica para un cultivador de lo breve, de los haikus y los aforismos. De ese minimalismo da idea incluso el propio libro presentado, que se edita en un tamaño adecuado para que pueda llevarse casi en cualquier bolsillo sin que ni abulte ni pese, pudiendo así leerlo de ese modo que piden los aforismos: intermitente, como de picoteo. Los de Fernando deben además rumiarse, interpretarse. No son sentencias al estilo dieciochesco, sino pequeñas provocaciones, acicates para la reflexión. A algunos hasta les falta la predicación, como si señalando tan sólo la evidencia fuera suficiente para abrir los ojos del lector: El hundimiento del muro de la intimidad. En otros destacan sus matices poéticos: Antes de apagar la luz, piensa en qué vas a soñar. Y en la mayoría se tratan todos esos asuntos que no escapan al espíritu observador de Fernando Menéndez, y que constituyen la concentrada materia sobre la que tantas veces se construyen obras literarias o filosóficas más extensas, pero no por ello más sabias.
Las palabras ensordecen el pensamiento.
A fuerza de vivir uno acaba por ser más cínico o más ignorante.
Existen dos tipos de humanos: los concéntricos y los excéntricos.
El fanatismo es el crepúsculo que anuncia la noche.
Las palabras ensordecen el pensamiento.
A fuerza de vivir uno acaba por ser más cínico o más ignorante.
Existen dos tipos de humanos: los concéntricos y los excéntricos.
El fanatismo es el crepúsculo que anuncia la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario