Uno no conoce personalmente al detenido. Sabe de él por terceros. Terceros de fiar que atestiguan su austeridad. Y tiene, también, constancia de lo que ha sido su vida política. De mucho riesgo en los malos tiempos. En el trance por el que ahora pasa, aflora el ensañamiento y el ajuste mezquino de cuentas y parece lo más natural quitarle todo dique a la corriente. Dejar que fluya lo peor y con la mayor fuerza posible. Trocear el árbol y prender la hoguera. Arrimar el fuego a instituciones y personas. Desde la Conciergerie a la Place de la Concorde hay un pasillo de rostros airados y vociferantes. “Fin al régimen”, claman. En la fotografía borrosa del periódico no se ve a una enjoyada María Antonieta, sino a un anciano cabizbajo del que uno ignora al menos tantas cosas como las que parecen saber de él quienes lo esperan jubilosos en la guillotina. Malos tiempos para la lástima.
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