Hay muchas maneras de tentar la dicha —me siento más cómodo empleando esta palabra; “felicidad” suele resultar demasiado ampulosa—. Después de comer seguí con El sueño del celta, de Vargas Llosa. Una envolvente historia que pone sobre la pista del mal. En el Congo y en la Amazonia. Exterminio por codicia. Se narra con mano ágil. Disfruto lo bien que se cuenta, aunque en el cómo hay más oficio que “chispa”. A media tarde, me subo a la estática y me pongo el primer capítulo de la serie Treme mientras pedaleo. Una pequeña maravilla ambientada en las ruinas del Katrina. Música de Nueva Orleans y buenos diálogos. Hay un pequeño cameo de Elvis Costello (nunca había reparado hasta ahora en el parecido que tiene con Menéndez Salmón). Un conjunto de jazz toca en un garito por la noche. Alguien le dice al trompetista que en la sala está Costello. No lo conoce. Insiste:
—Sería bueno que lo saludaras antes de que se fuese.
—Tío, no sé quién es.
—Es Elvis Costello, joder, uno de los grandes. ¿Te imaginas ir de telonero en su gira?
—¿Y se llama Elvis? —risas.
—Vamos, hombre, no me digas que te quieres pasar la vida fumando, tocando la trompeta en este bar por las noches y haciendo barbacoas en Nueva Orleans.
—No estaría mal, tío —más risas.
Lo dicho, maneras de encarar los días.
—Sería bueno que lo saludaras antes de que se fuese.
—Tío, no sé quién es.
—Es Elvis Costello, joder, uno de los grandes. ¿Te imaginas ir de telonero en su gira?
—¿Y se llama Elvis? —risas.
—Vamos, hombre, no me digas que te quieres pasar la vida fumando, tocando la trompeta en este bar por las noches y haciendo barbacoas en Nueva Orleans.
—No estaría mal, tío —más risas.
Lo dicho, maneras de encarar los días.
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