lunes, febrero 05, 2007

La ofensa

Hablé ya en una entrada anterior de Ricardo Menéndez Salmón. De la grata y fuerte impresión que me había causado su libro La noche feroz. De que me había regalado esta novela un amigo y de que la había leído de un tirón. No dije entonces, y quizás sea oportuno comentarlo ahora, que Ricardo Menéndez Salmón vive en mi misma ciudad. Ha nacido aquí, como yo. Que coincidí con él como jurado en un premio de poesía hace años. Que posiblemente él no me recuerde, porque a veces hemos estado muy cerca algunos veranos, leyendo ambos al sol mientras apoyábamos nuestras espaldas en las rocas de la cala del Cervigón, y sin saludarnos –yo por timidez, él quizás por falta de memoria-. Que supe de sus novelas hace tiempo, pero que las relegaba por darles prioridad a otros libros de quienes entendía eran autores de mayor solvencia, o al menos de solvencia reputada. Que le suponía uno más de los muchos escritores de provincias que van publicando a duras penas en pequeñas editoriales gracias a favores de amigos o a la obtención de recónditos premios literarios.

La noche feroz me fascinó y me hizo caer en la cuenta de que a veces sucede la rara coincidencia de vivir en la misma ciudad en la que van pergeñando su obra grandes escritores. Que no residir en Madrid o Barcelona no resta mérito alguno, y que antes de alcanzar reconocimiento en los suplementos literarios de los grandes periódicos, hay que ir haciéndose hueco en los diarios locales. Vamos, que Ricardo Menéndez Salmón se propuso hace tiempo ser escritor y que no ha escatimado tiempo ni esfuerzos para lograrlo desde la periferia geográfica. A pesar de la ceguera provinciana de algunos lectores entre los que, para mi vergüenza, me incluyo.

Ahora, con su última novela, La ofensa, publicada por una editorial de ámbito nacional, Seix Barral, Ricardo Menéndez Salmón ha alcanzado por fin un hueco en todos los escaparates relevantes de la literatura española. Que yo sepa, han hablado bien de esta obra Rafael Conte en Babelia, Ricardo Senabre en El Cultural y Pozuelo Yvancos en Abc. Pero quizás la reseña más generosa, inteligente y apasionada es la que Juan Carlos Gea le ha dedicado a La ofensa desde las páginas de La Nueva España. Decía Jordi Doce, en la última entrada de su blog, y a propósito de otra reseña, la de Luis Muñiz a los Himnos de Mercia, de Geoffrey Hill-: “Es una reseña modélica, muy superior a lo que estamos acostumbrados a leer en Babelia, por ejemplo (con excepción de Antonio Ortega). ¿Por qué gente como Luis o Jaime Priede no están haciendo crítica en los suplementos de los grandes periódicos nacionales? No espero que nadie responda a esa pregunta, pero ahí queda, por si algún redactor jefe se cansa de su actual cuadrilla”. Pues bien, debería añadirse a los nombres mencionados por Doce, el de Juan Carlos Gea. Por eso, uno, que no es crítico literario, sino lector apasionado, y que gusta de compartir a través de esta bitácora algunas cosas que merecen la pena disfrutarse, quisiera, en esta ocasión, más que hablar por sí mismo de esta novela que tanto le ha gustado, tomar prestadas algunas palabras de Juan Carlos Gea, que lo hace mejor y más sabiamente:

(...) Planteada como una novela breve que casi exige ser apurada en una sola sesión, al modo de un cuento, para apreciar toda su intensidad, La ofensa narra en tres partes la historia de Kurt Crüwell, un sastre alemán tranquilo, culto y provinciano, que es reclutado por la Wehrmacht y participa en la invasión de Francia. Allí es testigo de una masacre excepcionalmente cruel que le provoca una reacción inaudita; ante la experiencia del horror extremo -el vacío en torno al que gravita la totalidad de La ofensa-, el cuerpo del cabo Crüwell se formula y responde sin saberlo, de modo fulminante, varias preguntas cruciales: «¿Puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo, ante la fealdad del mundo, ante el horror del mundo, sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspender sus razones, abdicar de lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina sensible? (...) ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?» (p. 57). (...) Pero -y esa es la mayor virtud de La ofensa-, ha atinado más todavía al proponerles respuesta: «El 2 de enero de 1941, en la aldea de Mieux, en la Bretaña francesa, no muy lejos del mar, a la vista de noventa y un civiles ardiendo en el holocausto de una iglesia de piedra, un cuerpo respondió a todas esas preguntas con un rotundo "sí". Aquel día, un hombre llamado Kurt Crüwell perdió la sensibilidad» (pp. 57-58). (...) Crüwell se suma así a un panteón donde despliegan su inagotable elocuencia y magnetismo Peter Schlemihl, el hombre sin sombra; el tullido Achab; la criatura de Mary Shelley; el hombre de las multitudes de Poe; su casi tocayo Kurtz de El corazón de las tinieblas, por descontado; el Golem, Samsa o los personajes demediados o huecos de Calvino, o el protagonista de El hombre en el laberinto de Silverberg. Crüwell, el impasible, ya ha exhibido sus derechos para formar parte de esta mitología. (...) Su cometido es transubstanciar simbólicamente el espíritu de un siglo infectado por el horror, y la brutal cura de enajenación a que sus habitantes se han sometido para soportarlo. La impasibilidad de Kurt es el trasunto de la indiferencia en la que, amputada nuestra sensibilidad moral, seguimos misteriosamente viviendo, amando, trabajando y manteniendo algo parecido a una identidad como seres humanos. (...) Y en La ofensa hay, sin embargo, una parábola bíblica bajo la arquitectura de una novela, un cuento tradicional bañado en metafísica, una tragedia en prosa, una «bildungsroman» concentrada, un relato de aventuras, una historia de amor y un «thriller», y, en fin, una narración mítica que se apoyan con total libertad en todos los registros al alcance de un narrador de este tiempo: en poco más de 140 páginas conviven el detallismo naturalista, el aforismo y la digresión filosófica, la imagen poética, la alucinación expresionista, el reportaje histórico... (...) La ofensa tensa de modo fascinante la elipse narrativa al hacer que convivan en perfecta organicidad los centros, tan distantes, de la minuciosidad histórica y del relato fantástico, o incluso mítico. Quizá no sea ocioso recordar que, para Benjamin, es en la perfección y la amplitud de esa «elipse» entre los dos centros de lo real y lo simbólico donde se traza la esencia de la escritura de Kafka.

He leído el libro este fin de semana. Lo he disfrutado, subrayado y vuelto a leer por partes. He rebañado su final con ruido de cubiertos, con la misma falta de pudor con que uno apura en soledad los restos de una pitanza, la buena literatura.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alimentas las ganas de leer, querido amigo. No sólo compartes sino que estimulas con tus metáforas. Paso por un periodo de mucho trabajo y poco tiempo, pero prometo apuntármelo en la lista de futuras lecturas.
Abrazos.

Anónimo dijo...

Mucha razón en lo de Salmón y en lo de Gea. Se escriben excelentes cosas de literatura en el periódico la nueva españa. Mi último descubrimiento han sido los excelentes artículos que publica Javier García Rodríguez -curiosamente- en el suplemento la nueva quintana. Son una delicia.
Ramón Carballo

Miguel Sanfeliu dijo...

Gracias por esta reseña. Pese a todo lo que había oído sobre este libro no ha sido hasta después de leerte que he decidido que debo comprarlo.
Un saludo, amigo.

Anónimo dijo...

Paco, Miguel, si llegáis a leer el libro, espero que me comentéis vuestro parecer.

Ramón, gracias por tu visita. Efectivamente, tendemos a no valorar en su justa medida lo que nos queda próximo. Tanto Salmón con sus libros, como Gea con sus reseñas (y también con su poesía), merecen atención y elogio.
De Javier García Rodríguez recuerdo haber leído un artículo muy curioso sobre la sombrerería Albiñana. Y sobre dos de sus clientes más excelsos: Woody Allen y Paul Auster. Espero por volver a encontrarle por este rincón, ya suyo también.