lunes, febrero 26, 2007

Stephane Furber (y 4)

Después de colgar los tres poemas de Stephane Furber que había seleccionado de su poemario, ofreciendo con ellos, a mi juicio, una muestra suficientemente amplia y explícita de cómo escribía el autor tejano, he recibido un correo desde Tucumán reprochándome que no hubiera colgado también los que, según opinión de quien me escribe, son los mejores del libro. Haciéndolo ahora saldo una deuda -ella me descubrió a Furber-, a la vez que espero que si alguna editorial ha comprado ya los derechos del libro no emprenda acciones judiciales contra esta bitácora.

Save the last dance for me

La primera vez
que le pedí a tu madre
que bailáramos juntos
sonaba Save the last dance for me
en el viejo salón de Duddy.
Llevaba tres meses sin beber
y me sentía un hombre nuevo,
incluso ya no me temblaba el pulso.
Y de repente,
en medio de la pista de baile,
mientras llevaba de la cintura a Daphne,
volví a temblar,
pero esta vez desde los pies a la cabeza.


Dirty blood

Viví un tiempo en que bajo cada día,
como bajo cada piedra de Sonora,
se escondía un maldito escorpión
agazapado en la sombra.
Llegó un momento
en que corría tanta sangre
como ponzoña por mis venas.
Cualquiera hubiera jurado entonces
que me quedaba de vida
lo que a un perro sarnoso.
Aún me sigo preguntando
de dónde diablos saqué fuerzas
para desangrarme el pasado.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sonora...
¿Por qué muchos de los que amamos el silencio soñamos con ese sitio?

(Otros se conforman con un ritmo machacón y vacuo y con mal-decir "chiguagua".)

Anónimo dijo...

Ah usuario anónimo... qué comentario más bello.

Diré que me he visto caminando por el polvo de ese sitio... supongo que es un lugar que invita a la soledad, o a la propia compañía, lo imagino como la almohada donde uno se recuesta para escuchar el latido del corazón y entonces saberse vivo.

Rayuela, me voy contenta con el descubrimiento, gracias a ambos.

(Abrazos a Tucumán).

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Cuando abre uno su bitácora a los comentarios siempre teme que se le cuelen los anónimos. Sin embargo, lamentaría ahora que no regresara quien desde su anonimia visita últimamente este página. ¿Verdad, Rox?
Un saludo a ambos.

Anónimo dijo...

En mi mente todo encaja aunque sé que es dificil de transmitir y bastante sin sentido el intentarlo pero...

<< Leo en el 'Gulistan', o 'Jardín de las flores', del jeque Sadi de Shiraz, que "preguntaron a un sabio, y dijeron: de los muchos árboles célebres que el Dios supremo ha creado excelsos y umbrosos, ninguno es llamado 'azad', o libre, salvo el ciprés, que no da fruto; ¿qué misterio hay en ello? Él replicó: cada uno tiene su fruto apropiado y su estación señalada, durante la cual florece y se renueva, y en cuya ausencia se seca y marchita; el cipres no está expuesto a ninguno de estos estados y siempre florece; de esta naturaleza son los 'azads', o religiosos independientes. No fijéis vuestro corazón en lo transitorio pues el Dijlah, o Tigris, seguirá fluyendo a traves de Bagdad cuando la raza de los califas se haya extinguido: si tu mano está llena, sé generoso como la palmera datilera, pero si no tienes nada que dar, sé un 'azad', u hombre libre, como el ciprés". >>

Henry David Thoreau, "Walden"

Anónimo dijo...

Verdad Rayuela, verdad.


"Corre desde el portón del jardín hacia el Ehnried. Los viejos tilos del parque del castillo lo siguen con su mirada por encima de la muralla, ya cuando reluce claro hacia Pascuas entre los sembrados nacientes y los prados que despiertan, ya cuando se pierde, hacia Navidad, detrás de la colina cercana, bajo las nevadas. Al llegar al crucifijo campestre dobla hacia el bosque. Al bordearlo saluda al roble alto a cuyo pie hay un banco de rústica carpintería.

Sobre él había, a veces, algún escrito de grandes pensadores que una joven inhabilidad trataba de descifrar. Cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba, pues guiaba serenamente el pie en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña.

De vez en cuando el pensamiento vuelve a aquellos escritos - o hace sus propias tentativas- y retoma la huella que el sendero traza a través de los campos".

Heidegger.