lunes, mayo 14, 2007

Toró

En Toró el día estaba soleado y su arena blanca cegaba la vista. Buscamos acomodo entre las rocas, justo en la mitad de la pequeña concha que dibuja el arenal. Sobre él se elevan lo que bien pudieran ser picachos de alguna crestería de piedra enterrada. Igual que a veces sucede con las espadañas de las iglesias anegadas por los pantanos, tal parece que por debajo de esta playa se hubiera hundido una pequeña cordillera cuya cola terminara en las aguas. Empezaba a bajar la marea, que pese a lo recogido de la cala llegaba pujante. Desde la parte más oriental de Toró, un poco más allá de la espita por donde le entra el océano, se ve el espigón de Llanes y sus cubos desordenados y de dibujos infantiles. Como dados de gomaespuma en el suelo de una ludoteca, lo cubos de la memoria de Ibarrola amortiguan el embate de las olas, su caída. Alientan la memoria del estío en medio de la niebla y la risa del muelle en los días de luz. A pesar de que estaba fría la mar, los niños se bañaron largamente. Luego se rebozaron en la arena. Dan gusto estos primeros días de verano que van llegando. Nos quitan las telarañas de encima. Nos vuelven más ligeros.

6 comentarios:

Sir John More dijo...

Disfrutaba de tu descripción de Toró, de su orografía de iceberg terrestre, de la vista lejana del espigón, ese garabato divertido e infantil en la seriedad del océano, pero de pronto me dio una grima: niños al mar, rebozado de sal y arena... Mis pobre hijos agradecen haber tenido una madre menos picajosa, vista la histeria paterna ante el sol que quema, la sal que condimenta, y la arena que acaba de freír su delicada piel. Así el mayor se me baña hasta en el Polo... Sí, lo siento, para mí todas las playas otoñales.

Gracias por Toró.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Benditos días.

Hermoso Rayuel()a... hermoso.

FPC dijo...

Hace menos de un año pasé por allí... tengo unas fotos... veré si las encuentro.

Un abrazo.

Daniel Pelegrín dijo...

Buena descripción, despierta recuerdos dormidos. Estuve de viaje por Asturias hace más de dos años, en invierno, y recuerdo los cubos de Llanes exactamente como los describes. Me quedé pasmado con un lugar mágico: la playa de Cue. Volví a ella sucesivas veces a diferentes horas del día, para comprobar cómo la marea modificaba el lugar, cómo un lugar nunca es siempre el mismo, y menos que ninguno una playa como aquélla.

Anónimo dijo...

Querido Juanma, los días de playa, al menos desde que tengo niño -y sobrino, que van siempre juntos como si los hubiera comprado en un mismo pack-, son perfectos cuando el sol calienta sin quemar, uno puede apoyar los lumbares en un pedrusco más o menos ergonómico para enfrascarse en algún libro o en el periódico del día y los niños -ambos- juegan a una distancia, que cada año que pasa es menos prudencial, y se les sabe contentos; y que se rebocen con lo que quieran, que esto de la brisa marina les curte mucho y bien.
Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Paco, Azófar: la costa llanisca es una auténtica maravilla -lo era al menos, últimamente empieza a estar demasiado construida-, porque tiene un montón de hermosas playas a los mismos pies de la montaña. Toró es una de ellas, aunque a mí, particularmente, la que más me gusta es la de Torimbia.
Un saludo a ambos y a Rox, que siempre le anima a uno con sus buenos deseos.