El Tribunal Superior de Justicia de Asturias ha suspendido de forma cautelar la obligatoriedad impuesta por la Comunidad Autónoma de acudir a las clases de Educación para la Ciudadanía a las familias que la habían recurrido y a las que no se les había permitido la objeción de conciencia.
Debe recordarse que las medidas cautelares suspenden la ejecutoriedad de un acto administrativo cuando existe petición del administrado al órgano judicial en tal sentido por atenderse la consideración de que las derivaciones de la aplicación de la medida recurrida pudieran ser de tal gravedad que si no hubiera suspensión serían difícilmente reparables. Permítanme que dude de que los efectos de una asignatura con tan escasa presencia en el horario escolar y cuyos contenidos, por muy adulterados que se presenten, presiento que no tienen relevancia tal como para dañar ni el sistema neuronal ni la sensibilidad ni las convicciones morales o religiosas de los educandos.
Me parece que la pretensión última y más noble que justificaría una asignatura como la que motiva la polémica sería la transmisión desde edades tempranas de los valores que impulsan una convivencia democrática. No sé si tal finalidad justifica la existencia de una materia aislada o requiere, por contra, el que desde todas las asignaturas impartidas, de modo transversal, se enseñe a los alumnos cuáles deben ser las pautas de comportamiento cívico en una sociedad libre, en un estado de derecho. De cualquier modo, al optarse por la primera de las soluciones no se debería haber soslayado la importancia que para el éxito de la medida hubiese tenido que se compartiera por los principales partidos políticos, por los únicos que pueden gobernar este país.
Nos hallamos de nuevo ante una de esas iniciativas que tomada por quien gobierna sin un acuerdo suficientemente amplio tiene el futuro condicionado por la alternancia que propician las soberanas decisiones del electorado. Y sucede ello en un asunto tan delicado como el de la educación, donde los cambios ministeriales generan, invariablemente, modificaciones sustanciales de su modelo. Esta inestabilidad ya grave por si misma, aun se agudiza más con el singular entramado territorial y competencial existente en España, que permite una enorme autonomía a los gobiernos autonómicos en asuntos como la enseñanza.
Desde una perspectiva de mero espectador atento a lo que sucede, esta inestabilidad de las estructuras educativas es uno de los grandes males que afectan a la escuela en España. A él deberían sumársele, al menos, otros dos: su debilidad y el escaso respeto por la labor docente.
Por debilidad entiendo eso que también se ha dado en llamar indulgencia en palabras de José Antonio Marina, y que no es sino el modo en como se ha ido bajando el listón de lo exigido a los estudiantes en contenidos y en comportamiento. Mentarle a un responsable administrativo o a un órgano de gobierno educativo la existencia de un alto grado de fracaso escolar en su área de responsabilidad es ponerlo en el disparadero. Dado que poco o nada se puede hacer para mejorar esas estadísticas en plazos breves y puesto que las legislaturas se caracterizan precisamente por eso, por su temporalidad y por la necesidad de ofrecer a su término resultados relevantes de la labor realizada, no se opta por la decisión valiente de comprometer en la tarea y a largo plazo a todas la fuerzas políticas que puedan gobernar, llegando a un pacto que garantice la estabilidad en el modelo, sino que se elige la peor de las soluciones, la modificación de los controles, de modo que al hacerlos más flexibles ofrezcan resultados más presentables cara a la opinión pública. Es, por hacer una comparación clarificadora, como si para obtener mejores resultados en las estadísticas sobre delincuencia, dejáramos de considerar como delitos los pequeños hurtos, las agresiones sin fracturas o las falsificaciones de moneda que se limitaran a clonar tan sólo billetes de cinco euros. Evidentemente, ello mejoraría las cifras registradas en el apartado sobre comisión de delitos recogidas en las memorias anuales de las delegaciones de gobierno, pero me temo que la situación real del problema habría experimentado un sensible empeoramiento.
La tercera de las dolencias que socavan la salud de nuestra educación es, a mi juicio, la paulatina desconsideración que se ha ido evidenciando hacia el trabajo de los docentes. Hay una escena en la película La lengua de las mariposas que, de algún modo, nos pone sobre la pista de las más graves sinrazones que han llevado a esta situación: el desprecio público hacia la labor de los profesores y, paradójicamente, la tendencia a convertirlos en únicos responsables de la educación de nuestros hijos. La escena es la de aquel rico ignorante y grosero que interrumpiendo la clase del entrañable enseñante republicano que interpretara Fernando Fernán Gómez, y portando sendos capones en sus manos, con la intención evidente de manifestar tanto su propio poderío como las penurias del maestro, le exige a éste con voz destemplada que le ponga más cuidado al aprendizaje de su hijo, un crío que resulta ser un pobre cenutrio con pocas luces y ningunas ganas de estudiar.
Excúsenseme estas elementales reflexiones de quien contempla con interés pero sin suficiente conocimiento de causa el estado actual de la educación en España. A vuela pluma. Habrán de ser los especialistas quienes afronten con más rigor y profundidad estas cuestiones. Si se les deja y si se toman en consideración sus recomendaciones. Pero creo que los ciudadanos de a pie tenemos la obligación de plantearnos de vez en cuando el pequeño reto de pensar sin corsés ideológicos o mediáticos, de manera sosegada y sensata, sobre estos asuntos que son los que finalmente hacen que nuestra sociedad sea un lugar más o menos habitable.
Debe recordarse que las medidas cautelares suspenden la ejecutoriedad de un acto administrativo cuando existe petición del administrado al órgano judicial en tal sentido por atenderse la consideración de que las derivaciones de la aplicación de la medida recurrida pudieran ser de tal gravedad que si no hubiera suspensión serían difícilmente reparables. Permítanme que dude de que los efectos de una asignatura con tan escasa presencia en el horario escolar y cuyos contenidos, por muy adulterados que se presenten, presiento que no tienen relevancia tal como para dañar ni el sistema neuronal ni la sensibilidad ni las convicciones morales o religiosas de los educandos.
Me parece que la pretensión última y más noble que justificaría una asignatura como la que motiva la polémica sería la transmisión desde edades tempranas de los valores que impulsan una convivencia democrática. No sé si tal finalidad justifica la existencia de una materia aislada o requiere, por contra, el que desde todas las asignaturas impartidas, de modo transversal, se enseñe a los alumnos cuáles deben ser las pautas de comportamiento cívico en una sociedad libre, en un estado de derecho. De cualquier modo, al optarse por la primera de las soluciones no se debería haber soslayado la importancia que para el éxito de la medida hubiese tenido que se compartiera por los principales partidos políticos, por los únicos que pueden gobernar este país.
Nos hallamos de nuevo ante una de esas iniciativas que tomada por quien gobierna sin un acuerdo suficientemente amplio tiene el futuro condicionado por la alternancia que propician las soberanas decisiones del electorado. Y sucede ello en un asunto tan delicado como el de la educación, donde los cambios ministeriales generan, invariablemente, modificaciones sustanciales de su modelo. Esta inestabilidad ya grave por si misma, aun se agudiza más con el singular entramado territorial y competencial existente en España, que permite una enorme autonomía a los gobiernos autonómicos en asuntos como la enseñanza.
Desde una perspectiva de mero espectador atento a lo que sucede, esta inestabilidad de las estructuras educativas es uno de los grandes males que afectan a la escuela en España. A él deberían sumársele, al menos, otros dos: su debilidad y el escaso respeto por la labor docente.
Por debilidad entiendo eso que también se ha dado en llamar indulgencia en palabras de José Antonio Marina, y que no es sino el modo en como se ha ido bajando el listón de lo exigido a los estudiantes en contenidos y en comportamiento. Mentarle a un responsable administrativo o a un órgano de gobierno educativo la existencia de un alto grado de fracaso escolar en su área de responsabilidad es ponerlo en el disparadero. Dado que poco o nada se puede hacer para mejorar esas estadísticas en plazos breves y puesto que las legislaturas se caracterizan precisamente por eso, por su temporalidad y por la necesidad de ofrecer a su término resultados relevantes de la labor realizada, no se opta por la decisión valiente de comprometer en la tarea y a largo plazo a todas la fuerzas políticas que puedan gobernar, llegando a un pacto que garantice la estabilidad en el modelo, sino que se elige la peor de las soluciones, la modificación de los controles, de modo que al hacerlos más flexibles ofrezcan resultados más presentables cara a la opinión pública. Es, por hacer una comparación clarificadora, como si para obtener mejores resultados en las estadísticas sobre delincuencia, dejáramos de considerar como delitos los pequeños hurtos, las agresiones sin fracturas o las falsificaciones de moneda que se limitaran a clonar tan sólo billetes de cinco euros. Evidentemente, ello mejoraría las cifras registradas en el apartado sobre comisión de delitos recogidas en las memorias anuales de las delegaciones de gobierno, pero me temo que la situación real del problema habría experimentado un sensible empeoramiento.
La tercera de las dolencias que socavan la salud de nuestra educación es, a mi juicio, la paulatina desconsideración que se ha ido evidenciando hacia el trabajo de los docentes. Hay una escena en la película La lengua de las mariposas que, de algún modo, nos pone sobre la pista de las más graves sinrazones que han llevado a esta situación: el desprecio público hacia la labor de los profesores y, paradójicamente, la tendencia a convertirlos en únicos responsables de la educación de nuestros hijos. La escena es la de aquel rico ignorante y grosero que interrumpiendo la clase del entrañable enseñante republicano que interpretara Fernando Fernán Gómez, y portando sendos capones en sus manos, con la intención evidente de manifestar tanto su propio poderío como las penurias del maestro, le exige a éste con voz destemplada que le ponga más cuidado al aprendizaje de su hijo, un crío que resulta ser un pobre cenutrio con pocas luces y ningunas ganas de estudiar.
Excúsenseme estas elementales reflexiones de quien contempla con interés pero sin suficiente conocimiento de causa el estado actual de la educación en España. A vuela pluma. Habrán de ser los especialistas quienes afronten con más rigor y profundidad estas cuestiones. Si se les deja y si se toman en consideración sus recomendaciones. Pero creo que los ciudadanos de a pie tenemos la obligación de plantearnos de vez en cuando el pequeño reto de pensar sin corsés ideológicos o mediáticos, de manera sosegada y sensata, sobre estos asuntos que son los que finalmente hacen que nuestra sociedad sea un lugar más o menos habitable.
5 comentarios:
Este es un tema recurrente en los últimos tiempos, y no es para menos, si tenemos en cuenta los datos más recientes referidos a la educación. Sin embargo, es necesario clamar desde todas las tribunas, por modestas que sean, para ver si es posible reconducir esta corriente por unos cauces menos fangosos que amenazan con secar el río.
Me temo, no obstante, que la cuestión no está sólo en la elaboración de planes de educación serios y rigurosos que incluyan como primera medida el denostado principio de autoridad (tan mal entendido). Nada haremos si no volvemos a sentar a los niños pequeños a la mesa, con nosotros, y sin tele, a la hora de comer o cenar. No vamos a conseguir nada si relajamos las funciones de control de los hijos que, como padres, nos corresponden. Estas y otras muchas, son cuestiones fundamentales previas a los planes académicos.
En fin, yo me creía ya libre de estas preocupaciones, al menos de manera directa (mis hijos ya son grandes), pero este enano de nieto que tengo...
Un abrazo, DR.
Se podrían poner en marcha escuelas de padres, pero yo siempre pensé que el trabajo más productivo, el más preventivo, será el que se haga con los niños. Tienes mucha razón en todo lo que dices, pero siento que no abordas todo el problema: no se puede tener demasiada consideración a un docente que, no sólo desconoce las herramientas básicas de su profesión (pedagógicas fundamentalmente), sino que demuestra unos conocimientos culturales completamente ridículos. Algunos consiguen expresarse a duras penas, y muchos se mueven en esta crucial tarea de formar a nuestros niños con una pobre e insuficiente intuición. El sistema educativo requiere de una reforma bestial, pero si esa reforma, como bien dices, consiste en cambiar la tendencia acostumbrada a bajar el listón, entonces requiere que haya un grupo de profesionales ilusionados, formados y con capacidad de enseñar, y esto, lo siento mucho, ahora no se da. Podemos cambiar antes a los niños que a los padres, y aunque hay muchos padres y madres que no respetan ni a un maestro bueno ni a uno malo, a los que estamos dispuestos a ese respeto nos cuesta la misma vida practicarlo, porque nunca me acostumbraré a que un individuo con coeficiente de inteligencia menor que el de mi hijo trate de enseñarle cuatro pavadas, o que aquella otra profesora, que ha leído menos libros que mi hijo esté tratando de enseñarle lengua española. La autoridad de los buenos profesores no se supone, se la ganan día a día con su personalidad, con su profesionalidad, con su cultura y con su pasión por el conocimiento, y con estas características, en unos diez años de escuela de mis dos hijos habré encontrado un par de casos. Se trata de que estos niños no sean, dentro de diez o quince años, padres aún peores que los que hay ahora, y en esta tarea los maestros, así en general, no están a la altura ni por asomo. Abrazos.
El caso de cómo el ala más reaccionaria de la sociedad vinculada a la iglesia católica está tratando la materia educación para la ciudadanía me resulta simplemente abyecto. El otro día cayo en mis manos un libelo que repartían en una muy buena librería que frecuento y que sé vinculada al opus en el que se presentaban un escenario apocalíptico para aquellos que optasen por una enseñanza laica y cursasen tal asignatura.
Creo que tu análisis del papel del maestro y del sistema educativo de la enseñanza primaria y media es atinado.
Dardos certeros como este tuyo son importantísimos para crear, poco a poco, las condiciones ideológicas, esto es, una conciencia colectiva que permitan revertir la situación.
Y no debemos olvidar que al ser este tipo de cambios lentos hay que perseverar. Si además conseguimos una estabilidad en los sistemas educativos para que dejen de sufrir avatares cada cuatro años, creo que puede lograrse el objetivo
Por mis hijos sé lo delicada que es la situación de la enseñanza en España. No sé como es la del resto de Europa, si las estadísticas se hacen correctamente o no. Podría ser que nos criticamos (con razón) pero desde unas premisas y comparaciones erróneas.
Mi hijo me acusaba este mediodía de haber sido demasiado blando con él. Por lo visto la licenciatura la ha conseguido sin apenas esfuerzo y ahora se encuentra con una puntuación regular. Él sabe lo mucho que me costó el que estudiara, la presión que tuve que hacer sobre un chico por naturaleza vago. De mi hija ni te hablo, de su fracaso universitario, de su nota de corte altísima, del carácter rebelde, fuerte y duro... tal vez como el mío; de la excepcionalidad de su inteligencia, que para nada le ha servido si no es para hacer lo que le ha venido en gana.
¿Para qué contar?
Supongo que todo el mundo está en el derecho de decidir si sus hijos siguen o no una asignatura tan "ideológica" como la que rige su futuro comportamiento ciudadano. Pero si tan libres son para decidir algo así, también deberían ser responsables de su futuro. La sociedad debe defenderse de la rareza, del que no desea seguir sus normas de conducta; y nada mejor que recortar sus derechos, que no libertades. Un funcionario del Estado debería atestiguar haber seguido dicha asignatura, un arquitecto, ingeniero... que desee competir para un trabajo comunal debería también atestiguar, etc.
Lo veo así y creo que no me equivoco.
Fíjate lo que hoy me ha pasado...
En mi club hemos conseguido que una empresa de restauración financie los chándales que todos los chavales y chavalas jugadores de baloncesto nos reclamaban, los he diseñado de manera que el logo se vea sin "cantar". Ahora me han dicho que posiblemente muchos "pasen" de ponérselo para ir al club a causa de lo poco estético que resulta. He respondido que cada uno es muy libre, pero los que no se lo pongan no competirán en los campeonatos de prestigio ni obtendrán los regalos, beneficios y viajes que ello comporta.
Estoy seguro que todos se lo pondrán. Las cosas, por desgracia, deben tener su coste. La no aceptación de las condiciones de convivencia debe ser correspondida con su justo precio.
Un abrazo.
para la imprescindible reforma de la enseñanza, como para la imprescindible reforma constitucional, es necesario un clima político opuesto al de esta legislatura en que, la oposición, sorprendida por el terrible atentado, reaccionó disparatadamente y se "encastilló" en su mundo de falsas ensoñaciones, boicoteando toda iniciativa reformadora.
Esperemos que las próximas, e inminentes elecciones puedan clarificar el panorama.
Otra legislatura en el mismo clima sería irrespirable.
Saludos desde la "leprosería"
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