Intercambio pareceres con J. por correo electrónico. Nos vemos casi a diario. Tomamos café juntos a menudo. Y sin embargo, para este tipo de desacuerdos, siempre menores, usamos de la pulcra esgrima del e-mail. Permite un razonamiento reposado. Y en las segundas lecturas hasta cabe alguna suerte de arrepentimiento menor.
Nos escribimos esta vez a propósito de una conferencia de Arcadi Espada a la que yo le había puesto reparos. Se trataba en ella de fijar los rasgos que han de caracterizar al progresista del siglo XXI. Oponía J. a mis pormenorizadas objeciones una impresión más global y entusiasta: “La verdad es que me parece fascinante que en un acto mediante el que se intenta dar a conocer una nueva formación política se hable de cosas tales como la verdad, el conocimiento, la excelencia, la ciencia, los mitos… Me parece una auténtica revolución en la política española, aún teniendo en cuenta la modestia del intento”.
Oficialmente no son muchos los días que se llevan consumidos de la campaña electoral. Y sin embargo, hay dos sensaciones que ya dejan y que tienen que ver con el hartazgo. La sensación de haber asistido a una interminable persecución del voto desde hace meses y que sólo ahora se hace explícita. Y la sensación de que el apoyo electoral se recaba a través de unos mecanismos no sólo anacrónicos sino incluso las más de las veces ofensivos para la dignidad e inteligencia del votante. ¿Puede alguien decidir el sentido de su voto tras asistir a un mitin? O mejor, ¿asiste alguien a un mitin sin haber decidido antes su voto? En las últimas semanas, una organización política nueva ha organizado en mi ciudad un ciclo de conferencias con el título Pensar un país. La propuesta era tan inusual como atractiva. Una serie de personalidades de los ámbitos del derecho, la filosofía o el periodismo abordaron aspectos tales como la construcción de un estado viable, las razones para un nuevo partido político, la educación o el análisis del progresismo en el siglo XXI. Todas las disertaciones se cerraban con un coloquio en el que sin cortapisa alguna se planteaban dudas o se manifestaban opiniones sobre los asuntos tratados y la posición adoptada al respecto por el ponente. Asistí a todos estos actos sin advertir, para consuelo de quienes por entre el público andábamos, que en ninguno de ellos se solicitara desesperada o amenazadoramente el voto; sin que se recitaran consignas estereotipadas o imprecaciones desabridas; sin que se situaran sobre el estrado ninguna de esas tribunas de bobos obedientes que tan de moda se han puesto en todos los mítines, con esas filas de jovencitos aseados que aparecen tras los líderes y que aplauden o agitan banderas con la preocupante sincronía de una micromasa. Deduje, por tanto, de cuanto vi en esas citas que aun en plena campaña electoral es posible ofrecer algo más que rancios mensajes clónicos. Que es posible aprender, debatir, escuchar y proponer.
Nos escribimos esta vez a propósito de una conferencia de Arcadi Espada a la que yo le había puesto reparos. Se trataba en ella de fijar los rasgos que han de caracterizar al progresista del siglo XXI. Oponía J. a mis pormenorizadas objeciones una impresión más global y entusiasta: “La verdad es que me parece fascinante que en un acto mediante el que se intenta dar a conocer una nueva formación política se hable de cosas tales como la verdad, el conocimiento, la excelencia, la ciencia, los mitos… Me parece una auténtica revolución en la política española, aún teniendo en cuenta la modestia del intento”.
Oficialmente no son muchos los días que se llevan consumidos de la campaña electoral. Y sin embargo, hay dos sensaciones que ya dejan y que tienen que ver con el hartazgo. La sensación de haber asistido a una interminable persecución del voto desde hace meses y que sólo ahora se hace explícita. Y la sensación de que el apoyo electoral se recaba a través de unos mecanismos no sólo anacrónicos sino incluso las más de las veces ofensivos para la dignidad e inteligencia del votante. ¿Puede alguien decidir el sentido de su voto tras asistir a un mitin? O mejor, ¿asiste alguien a un mitin sin haber decidido antes su voto? En las últimas semanas, una organización política nueva ha organizado en mi ciudad un ciclo de conferencias con el título Pensar un país. La propuesta era tan inusual como atractiva. Una serie de personalidades de los ámbitos del derecho, la filosofía o el periodismo abordaron aspectos tales como la construcción de un estado viable, las razones para un nuevo partido político, la educación o el análisis del progresismo en el siglo XXI. Todas las disertaciones se cerraban con un coloquio en el que sin cortapisa alguna se planteaban dudas o se manifestaban opiniones sobre los asuntos tratados y la posición adoptada al respecto por el ponente. Asistí a todos estos actos sin advertir, para consuelo de quienes por entre el público andábamos, que en ninguno de ellos se solicitara desesperada o amenazadoramente el voto; sin que se recitaran consignas estereotipadas o imprecaciones desabridas; sin que se situaran sobre el estrado ninguna de esas tribunas de bobos obedientes que tan de moda se han puesto en todos los mítines, con esas filas de jovencitos aseados que aparecen tras los líderes y que aplauden o agitan banderas con la preocupante sincronía de una micromasa. Deduje, por tanto, de cuanto vi en esas citas que aun en plena campaña electoral es posible ofrecer algo más que rancios mensajes clónicos. Que es posible aprender, debatir, escuchar y proponer.
Supongo que esa interesante puesta en escena es la que mantenía fascinado a mi amigo. Uno, algo más receloso, agradece estas novedades, aunque tiende a temer que sólo sean posibles cuando ni se gobierna ni se aspira a gobernar. Aun incluso así, y aunque sólo se pretenda influir en quien gobierna, no es malo el camino. Y no me duelen prendas al reconocérselo a J. a través del correo electrónico.
4 comentarios:
Dan ganas de votar UPyD, a pesar de Savater.
Buenos días:
Me quedo con el último párrafo.
Es probable que el resto fuesen con el birrete puesto y bien colocadito.
Saludos
"¿A pesar?" ¡No, hombre: precisamente por él!
Es admirable que no haya habido consignas estrepitosas ni petición, casi exigencia, de voto en lo que cuentas, DR. Fraga, en los mítines (y me he comido muchísimos), siempre acaba con una frase dirigida al público: "Tenéis que coger votos, hablar con las familias, con los amigos. Hay que ir puerta a puerta, puerta a puerta". Luego sus barones empadronaban muertos y ponían buses a las aldeas el día de las elecciones. Me temo, eso sí, que la idea no es exclusiva del PP gallego (por PP, no por gallego). Ya el bipartito extiende tambièn sus particulares redes electorales en el verde rural.
Claro que, respecto a UPyD, ¿no es esa forma de distanciarse de los otros partidos una forma de pedir el voto? "Nosotros queremos vuestro voto, y sabemos que no os gusta que os lo pidamos". Entiendo que, de todas formas, lo interesante ya es que "es posible aprender, debatir, escuchar y proponer".
Trataba sólo de apuntar que afortunadamente hay gente moviéndose aun a riesgo de no salir en la foto. No es poca cosa en los tiempos que corren.
Un abrazo a los tres.
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