jueves, abril 03, 2008

Conradiana

Ayer, a la vuelta del trabajo, me encontré en el buzón la Conradiana de Jorge Ordaz. Muy hermosa compilación de algunas cosas que en la bitácora Obiter dicta se contaron a propósito de Joseph Conrad con ocasión del sesquicentenario de su nacimiento. Leí el libro después de comer. En mi orejero. Con los pies en alto. Sonando de fondo Madeleine Peyroux y con la casa entera en sosiego. Afuera el día se había ido quedando frío. Soplaba una brisa húmeda. La lectura y la música que la acompañó, que en nada perturbó a aquélla, sino que, muy al contrario, hizo que todo alrededor fluyera suave, me procuraron ese rato de dicha que uno persigue a diario. Ya había leído estos textos en la pantalla del ordenador a medida que el autor los iba oreando. Los imprimí incluso y pude por ello manosearlos en folios dispersos. Pero ahora en libro, siendo los mismos parecen muy distintos. Toman cuerpo y adquieren las formas de lo que en sazón se ofrece. Editados elegantemente, con primor y gusto antiguo, son diez textos cultos que aun tomando a Conrad como referencia última, ésta se constituye en la mayor parte de los episodios sólo en vaga noticia de su obra o de su vida sobre la que se articulan las coordenadas espaciales y temporales de otras más palpables alusiones a traductores, críticos o amigos del autor homenajeado. Es, por tanto, Conradiana una obra dedicada a quien la inspira, pero que no peca de ditirámbica ni se refocila en el detalle erudito propio del biógrafo pedante. Recrea lo que la lectura atenta y curiosa de Conrad ha suscitado en ocasiones. Supongo que en eso consiste leer con gozo: argumentar con lo mejor de los libros nuestras vidas. Y aun a pesar de que todo parece haberse escrito en estos textos con un premeditado distanciamiento, como de estudioso, finalmente el libro, en su cápitulo final, Addenda, revela la verdadera emoción que lo ha hecho posible. Se habla en él de la obra más apreciada por Ordaz de entre las de Conrad: Notes on my Books. Dice así: "Hacia el final de su vida el editor londinense William Heinemann le propuso reunir los prefacios que había ido escribiendo a sus principales obras, desde La locura de Almayer hasta Notas de vida y letras, en un volumen pensado para el público bibliófilo. Conrad, cuya economía nunca fue boyante, aceptó, y en 1921 se publicó el libro. Para Inglaterra se hizo una edición limitada de 250 ejemplares, numerados y firmados por el autor. Mi ejemplar es el número 155. Lo adquirí hace unos años, por un precio razonable, a un librero anticuario inglés. Naturalmente ocupa un lugar de honor en mi biblioteca. De vez en cuando lo saco del estante y lo hojeo; me detengo y leo un par de párrafos. Allí están sus ideas sobre la novela, la literatura, la vida y el oficio de escribir. Luego voy a la página donde se halla la firma de Josep Conrad, en tinta azul de grueso trazo, algo desvaída por el paso del tiempo. Entonces pienso que una vez aquel mismo ejemplar que tengo yo entre mis manos debió de estar en las suyas; y siento, disculpadme, una emoción muy especial." Si no fuera recurso retórico, hasta delito tendría ese “disculpadme”, querido Jorge.

2 comentarios:

amart dijo...

Puedo entender esa emoción especial al imaginar las manos de Conrad sobre el libro que hoy tiene alguien en sus manos. Me cupo el gozo de tener en las mías un ejemplar de Neruda, dedicado y firmado por el poeta. Es una lástima; yo no era el dueño del libro.
Un abrazo.

Jorge Ordaz dijo...

Por lo que a mi respecta, solo puedo decir gracias por tener lectores tan agradecidos. Y, por supuesto, por haberme permitido utilizar tu poema "Sondaleza" como introducción al libro.
Un abrazo.