He leído una pequeña joya que lleva por título Verde agua. Hace unos días, paseando con mi amigo J., le hablé de la grata impresión que me estaba causando El infinito viajar de Claudio Magris. Su prólogo es casi un ensayo, breve pero intenso, sobre las distintas significaciones que puede tener el viaje. J. recordó entonces a la que fuera mujer del triestino, Marisa Madieri. Había leído de ella unos años atrás una obra a modo de diario que le había parecido magnífica. Tanto, supongo, que apenas un par de horas después de despedirnos me hizo llegar a la oficina un pequeño paquete envuelto en papel de regalo que contenía la delicada edición que Mínúscula publicó de Verde agua.
Madieri nació en Fiume en 1938. El libro relata el destierro de quienes como ella y su familia hubieron de abandonar la que era su ciudad, y que pertenecía a Italia, cuando les fue entregada a los yugoslavos después de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en la que sigue siendo hoy Rijeka. Hubo de asilarse varios años en un campo de refugiados en Trieste, lugar donde finalmente vivió hasta su muerte, por un cáncer, en 1996. Madieri fue profesora y, también, casi en secreto, escritora. Verde agua es una narración en forma de diario que desgrana recuerdos de infancia y juventud y sucesos de la vida que transcurre mientras se redacta el libro.
En el posfacio de Claudio Magris hay una cita de Nietzsche, que según parece le era muy querida a Umberto Saba; una cita que resume bien cómo están escritas las páginas de Verde agua: “Somos profundos, volvamos a ser claros”. Y lo explica así el propio Magris: “En numerosas ocasiones la crítica ha destacado su tersa y despiadada transparencia, que deja emerger íntegramente el oscuro fondo de la vida hasta la límpida superficie de las cosas, agua cristalina sobre cuyo espejo se dibuja la tortuosa geometría de las cavidades submarinas.” Ciertamente, todo lo dice Marisa Madieri con sencilla elegancia, con emoción profunda y contenida. Se habla con alegría de la vida, aun sabiendo que esa vida –ya estaba enferma por entonces la autora- siempre alberga la semilla de su propia destrucción. Y se hace también defensa de esa vida hasta en las más difíciles circunstancias, en la miseria y el extrañamiento, porque aún en tales trances se alcanza a adivinar en ella los indicios de aquello que la justifica sobre todo, el amor que se recibe y que se da. Un libro, en fin, que ya uno incluye entre esas lecturas que sobrecogen, alegran y consuelan, que nos ayudan a ser mejores.
Madieri nació en Fiume en 1938. El libro relata el destierro de quienes como ella y su familia hubieron de abandonar la que era su ciudad, y que pertenecía a Italia, cuando les fue entregada a los yugoslavos después de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en la que sigue siendo hoy Rijeka. Hubo de asilarse varios años en un campo de refugiados en Trieste, lugar donde finalmente vivió hasta su muerte, por un cáncer, en 1996. Madieri fue profesora y, también, casi en secreto, escritora. Verde agua es una narración en forma de diario que desgrana recuerdos de infancia y juventud y sucesos de la vida que transcurre mientras se redacta el libro.
En el posfacio de Claudio Magris hay una cita de Nietzsche, que según parece le era muy querida a Umberto Saba; una cita que resume bien cómo están escritas las páginas de Verde agua: “Somos profundos, volvamos a ser claros”. Y lo explica así el propio Magris: “En numerosas ocasiones la crítica ha destacado su tersa y despiadada transparencia, que deja emerger íntegramente el oscuro fondo de la vida hasta la límpida superficie de las cosas, agua cristalina sobre cuyo espejo se dibuja la tortuosa geometría de las cavidades submarinas.” Ciertamente, todo lo dice Marisa Madieri con sencilla elegancia, con emoción profunda y contenida. Se habla con alegría de la vida, aun sabiendo que esa vida –ya estaba enferma por entonces la autora- siempre alberga la semilla de su propia destrucción. Y se hace también defensa de esa vida hasta en las más difíciles circunstancias, en la miseria y el extrañamiento, porque aún en tales trances se alcanza a adivinar en ella los indicios de aquello que la justifica sobre todo, el amor que se recibe y que se da. Un libro, en fin, que ya uno incluye entre esas lecturas que sobrecogen, alegran y consuelan, que nos ayudan a ser mejores.
8 comentarios:
Pues mañana mismo estoy en Paradiso pidiendo el libro.
Pasmada
Es, aparte de un libro extraordinario, un libro que se regala, que se recomienda, que uno quiere compartir.
Que no pare la rueda.
Grandísimo libro. También "La radura", que no sé si está traducido al español.
Ya hablaré con Chema, querida Pasmada, sobre el asunto de las comisiones.
Feliz lectura y un abrazo.
Eso es, Ignacio, lo que he pretendido con la entrada, el deseo de compartir la alegría de un libro hermoso. Un abrazo.
Creo, Conde, que La ranura se tradujo en España como El claro del bosque. Se editó también en Minúscula. Si lo recomiendas, procuraremos leerlo también. Un abrazo.
No es tan bueno como "Verde agua"...
Es una fábula en la línea de El principito. A mí me parece muy hermosa, pero porque es de ella y la leí después de Verde Agua.
Si me lo dan a leer sin referencias... no sé.
La semana pasada, por fin, me pasé por la librería. Ayer en el Jardín Botánico y casi del tirón me leí Verde Agua. Regresé a casa con el regusto de disfrutar las horas.
Un abrazo y buena semana a todos
Pasmada
Cuánto me alegro de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.
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