Celosía y lluvia. Veo la plaza a través de la contraventana. El viejo restaurante donde comen jinetes y princesas. La muralla medieval que emergió de improviso entre los escombros y huele a orina las mañanas de los lunes. La ventana por donde escupe ruidosa y vigorosamente un anciano casi centenario. Este banco de piedra donde sólo el musgo se sienta. El balcón desde el que ladran a menudo esbeltos perros de caza. La pátina de orbayu sobre el empedrado. Y ese cielo detenido a escasos centímetros de los aleros que parece apenas una claraboya de cristales sucios. Sé que al fondo también anda el mar. Que bate al lado mismo de la iglesia. Pero aunque oigo las campanas cuando dan las horas, no me llega nunca el ruido de los oleajes.
3 comentarios:
Suele suceder cuando las campanas son demasiado grandes, ruidosas y sobre todo pesadas. Pero hay que seguir compañero... porque las olas horadan.
Pasa que no siempre escuchamos o vemos lo que necesitamos...
(es nuestro infinito derrotero...infinito)
Gracias por vuestros comentarios. Este texto se escribió desde el despacho donde trabajo. El entorno en el que transcurren muchas de las horas de mi vida es ése. Afortunadamente, antes y después de cada jornada, el mar está -nunca más certeramente dicho- a la vuelta de la esquina. Las metáforas de las campanas y el oleaje hablan, claro, de ese transcurso ominoso del tiempo y del consuelo del mar.
Un abrazo.
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