miércoles, marzo 25, 2015

Convalecencia en Remior

REMIOR,  Verano de 2014

Pese a las licencias del poema que da título a este cuaderno, mi convalecencia en Remior no se debió a más heridas que las mermas propias de esta edad por la que uno ya transita —que empieza a ser, me temo, un perdido campo de batalla contra el tiempo—. Es, en cambio, rigurosamente cierto que yo caminaba en esos días renqueante y que por eso, aunque la playa no estaba lejos, me suponía un enorme esfuerzo alcanzarla a pie. Fue un verano desapacible, en el que los extensos arenales próximos presentaban muchas tardes un aspecto desolado, como de fin de estación.
Mi obligada inmovilidad y esa avara luz de los cielos de Remior propiciaron una escritura pausada e introspectiva: el breve inventario de una existencia que, como todas, se va recogiendo poco a poco sobre si misma en un circulo imaginario que, en mi caso, ha sobrepasado ya los ciento ochenta grados.
En la pequeña casa rural donde se fueron pergeñando estos versos, a donde llegaban los olores del mar y de los establos, el rumor del oleaje y de los maizales, algo de sol de vez en cuando y una brisa siempre fresca, leer y escribir fueron convirtiéndose en un confortable hábito de silencio.
En ese recogimiento, estos poemas procuraron asomárseme dentro y escribirse sin impostura alguna, diciendo de lo que vieron con la misma simplicidad que la del escenario donde se gestaron: un jardín en el que un hombre, con más de cincuenta años a sus espaldas, pergeñaba sin prisa versos a lápiz en un cuaderno apoyado sobre una mesa de granito y al aire limpio de un pequeño pueblo con playa.


CONVALECENCIA EN REMIOR,
de José Carlos Díaz,
decimotercera entrega de la colección de poesía
Cuadernos "Heracles y Nosotros",
se terminó de imprimir en Gijón
el 21 de marzo de MMXV.

Convalecencia en Remior

Poco más de seiscientos metros
desde el jardín hasta la playa.
Un trayecto de asfalto mellado,
olor a establo y casas de temporada.
Al fondo un verano esquivo,
un arenal inabarcable y,
más que el mar, un océano.

De mañana la brisa
peinaba las dunas
y golpeaba las ventanas
hasta despertarnos.
A la noche, una luz azul,
suturada en faroles,
difuminaba lenta
los contornos de la costa.

Fue después de la guerra
y yo estaba convaleciente.
Una bala perdida
me había atravesado el pie
y cojeaba como un tullido.
Tenía tiempo para pensar,
caminaba con bastón
y me había olvidado de la prisa.



Filias

No hay dolor que llague tanto el alma
como el dolor de nuestros hijos:
las fiebres de su infancia,
la embriaguez de su edad sin norte,
el desánimo que los vence,
la vigilia cuando fracasan,
el amor si los abandona
y el tiempo que se empeña
en hurtárnoslos para siempre.

No hay alegría que nos devuelva tanta vida
como la alegría de nuestros hijos,
aunque siempre nos parezca
amenazada y poca.

lunes, marzo 23, 2015

Aguacero (lluvia en parte familiar)

Tema de presentación de JOHNNY GAFAPASTA.
Se titula Aguacero.
De su concierto del 20 de marzo de 2015 en el Ateneo de La Calzada.


domingo, marzo 15, 2015

Las cosas que me gustan

Aunque no sea un entusiasta de los juegos de palabras, al menos de los propios —reparan demasiado en el reflejo y se desentienden del azogue, esa agua negra de la conciencia que debe ser la materia final de todo lo que con algún valor se escribe—, el título del último libro de Xuan Bello me da pie para un fácil retruécano: ha pasado ya a formar parte de las cosas que a uno le gustan, Las cosas que me gustan.

Una nueva gavilla de asombros, sabidurías, viajes, de calas, en fin, de la memoria que tienen en común el celo de un escritor por los vacíos que todas esas dichas dejan cuando se nos escapan, el celo por la presencia de sus ausencias (como así queda dicho en el texto El fardel de la memoria que abre este libro).  
La obra entera de Bello parece seguir aquella máxima de William Blake a la que aludía en Los cuarteles de la memoria: “El poeta es el que sabe ver el universo en un grano de arena”. Las pequeñas porciones de sus versos o de sus narraciones así lo vienen atestiguando. La universalidad que un día le otorgó a un pequeño rincón del mundo llamado Paniceiros lo confirmó definitivamente. Xuan Bello lleva toda una vida intentando hacer realidad aquel deseo que le confesó su bisabuelo moribundo: “Estaría bien hacerse con un mapa que nos permitiera vernos por la ventana”. Su literatura fija así lo imposible, convertir la pasión por la vasta cartografía del mundo en un precipitado interior de paisajes y gentes localizado en la propia memoria de la infancia.

Me gusta lo que Xuan Bello escribe porque tiene una respiración de orejero, de lectura al gris húmedo que cuela por las cristaleras el cielo de esta tierra avara en sol, de compás de filandón. Sus días luminosos son días añorados, sus viajes no tienen vocación panorámica sino pulsión de tacto, sus lecturas no trepan nunca la cara norte, sino que ganan altura modestamente, de solana en solana. Y porque en sus páginas se mira siempre al mundo a través de un poso de niebla del que nunca se redimirá quien entre el aliento del East River no vio perfilarse al puente Brooklyn, sino al de Bustavil, aquel donde Paniceiros se convierte en agua.

La niebla es, más que un estado atmosférico, un sentimiento del alma”, escribía Xuan Bello en su Historia Universal, en una cita que uno tomó prestada como arranque de su última novela con la misma decisión que se toma un camino de incertidumbres, con fe, la que se le tiene a los escritores que nos van siendo, al cabo de los años, imprescindibles.

(Las cosas que me gustan,  Xuan Bello. Xordica Editorial.)

jueves, marzo 12, 2015

Óxidos

En los norays no queda sólo el rastro de una derrota atada, queda, sobre todo, el adarce que graba con paciencia infinita las formas más imprevisibles de la belleza. Pasear por el muelle no debe se sólo un ejercicio de paisaje panorámico. sino que puede convertirse también en una observación atenta a esas huellas imperecederas que la corrosión del mar deja en las materias más sólidas, como queriendo advertirnos así de que si en ellas labra cartografías insólitas, qué no hará con la frágil forma de nuestras almas.

Fe2O3
Mediodía en el óxido

"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", C. Pavese


martes, marzo 10, 2015

Ladrándole al mar


Aunque cuando Paco Velasco vio la foto y tu título, me escribió diciéndome: "A veces es el agua del mar la que ladra. Recuerda los versos de Luis A. Piñer: "Como el agua del mar que no se cansa nunca, que no sabe a dónde va, perro atado que ladra a los tristes barcos. El agua del mar, que muerde los tristes barcos perdidos entre el viento salado y las ojerosas farolas que los esperan". Se ladrarán entonces mutuamente.