Una
cita
En dos entregas
desacostumbradas, la New York Review of Books ha reproducido fragmentos
de la conversación del presidente Obama con la escritora Marilynne Robinson. No
vamos a caer en la bajeza de comparar el diálogo fluido entre el presidente de
la nación y una intelectual destacada con el escenario español, donde al
presidente no se le conoce afición cultural, visita a museo ni teatro ni sala
de conciertos y donde sus estímulos intelectuales provienen de los arreones de
la prensa deportiva con su canción de éxito: yo soy español, español, español.
No, no vamos a caer tan bajo. Pero sí conviene detenerse sobre unas palabras de
Obama que quizá sirvan de estímulo a un país donde cada día se cierra una
librería y se abre un gimnasio.
La cita es larga, pero es pertinente ofrecerla
entrecomillada: “Cuando reflexiono sobre
mi papel de ciudadano, más allá del hecho de ser presidente, y sobre los
conocimientos que puedo traer a esa posición de ciudadano, me doy cuenta de que
las cosas más importantes que he aprendido en la vida provienen de las novelas.
Tiene que ver con la empatía. Tiene que ver con la noción de que el mundo es
complicado y está lleno de grises, pero que aún hay verdades que han de ser
halladas, y que tenemos que esforzarnos en buscar. Y tiene que ver con la
noción de que es posible conectar con algo o con alguien, por muy diferente que
sea de nosotros”.
Nadie duda a estas
alturas que Obama es un presidente de ficción. Novelería es otra de esas expresiones que en el español certifican
un desprestigio de todo lo inventado. Se une a la categoría de inmoralidad
asociada a vivir del cuento, contar películas o hacer teatro, todas ellas formas expresivas que denotan valores
negativos. Pues Obama es fruto de esa deformación y los españoles sabemos
protegernos, porque somos expertos en detectar el buenismo y machacarlo en
favor del malismo, la inquina y la maledicencia, que son rasgos de inteligencia
entre nosotros. Pero nos olvidamos de que la representación del poder y el
relato público necesitan de la potencia del ilusionismo y es ahí donde nuestra
desconfianza y nuestra falta de cariño por la literatura y la creación nos
condenan a gobernantes zafios, corruptos y crueles. ¿Queríais realidad y
pragmatismo?, pues tomad dos cucharadas cada hora. La reivindicación de la
ficción como un territorio en el que completar la sensibilidad y la mirada
desprejuiciada, donde desbaratar el nacionalismo patriotero y la incapacidad
física de sentir empatía por el distinto, suena hoy a transgresión, casi a
disidencia.
David
Trueba
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