lunes, junio 06, 2016

Esteiro

Leer hasta en la soledad de una playa abandonada de mar por unas horas, frente al angosto estuario que custodian los acantilados de pizarra. Leer sin reparar siquiera que a los pies hay un pecio de marea que enreda algas y nubes. Leer con el sosiego suficiente como para señalar las palabras maestras sobre las que un libro se levanta. Leer en un país extranjero, en una costa lejana, a orillas de un arenal vacío; un arenal que otra vez, como siempre tras cada bajamar, parece tan virgen como un planeta sin dueño. Leer para levantar luego la vista de las páginas leídas y ver mucho más de lo que la mirada alcanza. Leer cuando la edad enseña que el provecho de los años restantes depende de pequeñas dichas como ésta: un alto en el camino, un paisaje que lo merece, un libro que acompaña  y el olvido de cualquier otra obligación que no sea el instante.

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