Vengo de un lugar donde murió Leslie Howard abatido por el fuego alemán, no lejos de donde nació Pablo Iglesias Posse, aquel tipógrafo que soñó con una sociedad de hombres libres, honrados e inteligentes. Vengo de una playa urbana que levanta entre sus olas y las calles del pueblo una larga y ceñuda ceja dunar. De un paseo de balaústres blanqueados y geranios de carmín que lleva desde el río hasta el arenal, donde al atardecer tocan músicos ambulantes con una aureola laica de sol último en torno a sus cabezas, de una rambla donde estoy seguro de que Rohmer podría haber rodado complacido una película parlanchina, luminosa y aparentemente amable. Vengo de los acantilados en niebla, donde las garitas vigilan la incertidumbre y los molinos de viento manotean el silencio como ciegos abandonados. De santuarios levantados sobre riscos y océanos, con campanarios que dan noticia de naufragios, altares cubiertos de exvotos de naves y niños enfermos, cirios que apaga siempre un aire pesado de sal y curas que confunden al demonio con las ballenas. Vengo de faros que son como Hoppers en la tristeza y como souvenirs de colores en los escasos días alegres del verano.
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