sábado, marzo 28, 2020

El decibelio en los tiempos del cólera


El decibelio es esa unidad acústica en que se mide la contaminación del ruido. El ruido que, por ejemplo, tan a menudo padecemos en las ciudades a la hora del reparto matinal al por mayor de los supermercados (cuando los transportistas nos recuerdan cuánto madrugan y, al tiempo, cuánto les jode que haya quien siga durmiendo a esas horas); el ruido que durante el resto día emiten obras públicas y tráfico privado; el ruido de bares y cafeterías, donde hablamos al de al lado como si fuera extranjero, ejerciendo esa certidumbre tan nuestra de  que el español se comprende mucho mejor cuanto más se berrea; el ruido que se sufre a la noche debido a la incontinencia verbal que facilita el consumo etílico y la prohibición de fumar en los interiores, haciendo posible la jovial e instructiva tertulia, a voces por supuesto, en terrazas y puertas de sidrerías, bares y restaurantes. A través del decibelio afirmamos nuestras existencias, decimos que estamos aquí, que somos y por tanto, hacemos ruido.  Supongo que tiene que ver con una sociedad que mide mérito por apariencia. Incapaz de asumir que la discreción bien entendida (no esa suficiencia soberbia de intelectuales baratos) permite una distancia saludable, un enriquecimiento íntimo, un ámbito favorable a la reflexión o la lectura, a la conversación provechosa. A medida que los reconfortantes aplausos de las ocho se atenúan, muchos balcones inician la dispensación voluntaria de una metadona musical que, los primeros días, intentaba paliar el silencio en soledad del confinamiento, pero que, a medida que pasa el tiempo y se sofistica la desenvoltura de los extrovertidos —láseres y regetón mediante—, se está volviendo sustitutivo del peor ruido. Nos asomamos a la ventana dando la espalda al televisor cuando arrecia la información última, el parte de guerra que contabiliza las bajas justo a la hora en que el sol cede y es más difícil aún convivir en la trinchera. Al miedo, sí, hay que combatirlo con música, con humor, con poesía, con imaginación…  Pero la desinhibición del ruido grueso genera, como toda desmesura, como las antiguas danzas macabras, una melancolía de derrota (la de no haber estado a la altura de las circunstancias).

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