(Salgo del ámbito de los comentarios, porque a través de una entrada como ésta puedo darle un formato más adecuado a la respuesta que quisiera ofrecerle a la intervención del Señor de Portorosa a propósito de mi último post.)
Querido Porto, una vez leído tu comentario compruebo que ha sido un acierto colgar
Le petit carnaval en los Diarios. Me explico. No hace muchos días, detallabas tres condiciones que debía reunir un buen blog para ser interesante. Cada uno sabe lo que quiere del suyo y lo que busca en los demás. Éste, en concreto, se va haciendo a impulsos. Y el de ayer era provocar la reflexión sobre el velo de una niña musulmana que asiste a clase en un colegio catalán. Pues bien, se ha conseguido: ahí está tu razonada argumentación, que se agradece en lo que vale y por lo que de esfuerzo intelectual conlleva, y sobre la que vas a permitirme que exponga yo algunas objeciones.
Si la niña perteneciese a una comunidad de, digamos, millones de personas que llevasen varios siglos vistiéndose de clarisas, probablemente la autoridad educativa competente lo toleraría, ya lo creo que sí. La comparación es falaz, DR, creo yo. Estás comparando un capricho personal con un hecho cultural-religioso completamente arraigado entre cientos de millones de personas.
No debe desubicarse el hecho. Acontece en el seno de la Europa occidental y en un país que felizmente se ha incorporado a ella. Probablemente la comparación no sea la mejor posible. Quizás hubiera sido más pertinente hacer una doble comparación. Qué pasaría con una niña cuyos padres se negaran a que su hija llevase velo en una escuela de un país musulmán. Probablemente, las consecuencias serían terribles, de lo que se deduce que nos enfrentamos a religiones ancladas en una fase de desarrollo por la que otras transitaron hace siglos, cuando los autos de fe las pretendían obligadas y únicas. Y qué debería pasar con una niña que se empeñara en llevar velo en una escuela de un país laico. Eso es lo que tratamos de dilucidar ahora.
No creo que el arraigo de una práctica de costumbre o religión, su seguimiento por un número grande de personas, le otorgue superioridad moral o racional. Que haya multitudes instaladas en el medievalismo religioso no debe inclinarnos a respetar esa enajenación colectiva. Sólo a razonar los motivos que la suscitan. Por tanto un capricho personal puede compararse con un capricho colectivo. Tomados aisladamente ambos pueden contener el mismo grado de insensatez, parecidos atavismos.
Creo que el tema es espinoso y no se puede despachar de un plumazo. Por supuesto que a mí me parece una machada que esa niña lleve velo, pero eso no me hace ver bien que nosotros, que hasta hace nada teníamos colegios femeninos y colegios masculinos, que hacíamos ir a las niñas con medias hasta en agosto (ya, ya sé que no hay clases; es una exageración), y teníamos un crucifijo en cada aula, les digamos a todos ellos: "ya que están todos ustedes equivocados, y eso es evidente que es una gilipollez, no pueden hacerlo más".
No pretendía despachar el tema a vuela pluma. Pretendía provocar la reflexión sobre él. Efectivamente, ya no tenemos una escuela religiosa, ni machista. Se han erradicado ya reglamentaciones y prácticas que hoy a nuestros hijos les suscitarían extrañeza o les arrancarían una risa incrédula. Es por ello que no deben darse pasos en la dirección contraria. La tolerancia debe ceñirse a lo que permite la legislación de las sociedades libres. No acomodarse a hábitos o creencias inadmisibles de quien procediendo de colectivos, países o culturas instaladas en lo mitológico, lo totalitario o lo discriminatorio se trasladan a aquéllas. ¿Admitiríamos que la tierra no es redonda y que ello se discutiera en las aulas si de repente tuviéramos que escolarizar a una avalancha de emigrantes de una secta de tal jaez? Siguiendo nuestro espíritu de comprensión y tolerancia, nuestro amparo a la enseñanza de las creencias religiosas en la escuela, ¿tendrán también sus horitas semanales los chamanes bolivianos si entre la comunidad de ese país existe un grupo suficientemente numeroso de personas que exige su equiparación en tal terreno? ¿Toleraremos igualmente que se discuta la igualdad entre hombres y mujeres en un colegio público ubicado en un barrio de mayoría musulmana? Hay quien pudiera argumentar que se tratan todas ellas de manifestaciones de la diferencia cultural y que, por tanto, su prohibición pudiera atentar contra la libertad de creencias y cultos.
No estamos hablando de que la niña organice una ablación de clítoris y reparta invitaciones entre sus amigas. Estamos hablando de algo mucho más tolerable.
El daño físico que describes es irreversible. Se trata de una práctica aberrante, de una mutilación que se nos antoja más propia de tiempos remotos que de gentes que no sólo viven en el siglo XXI sino incluso en países del ámbito occidental. Quienes aún defienden tales barbaridades, obligan a sus mujeres al ocultamiento. Y aunque sería, eso sí, falaz decir que todos los que defienden el velo son partidarios de la ablación, no lo sería menos olvidarse de la parte de ablación moral que supone para las mujeres la utilización de una prenda cuya única justificación tiene por argumento su sometimiento al varón.
Sé que es lento y que no garantiza el éxito, pero creo que ante este problema hay que insistir mucho más en convencer, en educar, que en prohibir.Por un perverso influjo de la posmodernidad, hay una tendencia, creo que nefasta, a otorgarle connotaciones sólo peyorativas al verbo prohibir. La educación también consiste en prohibir. Se puede y se debe convencer por el razonamiento, a través del ejemplo, por la vía de la autoridad intelectual. Pero cualquier tipo de colectividad precisa de normas que aseguren la convivencia, de orden (otro término sobre el que se ha cebado la mala prensa). Y ello exige prohibiciones.
Por otra parte, esa niña quiere eso como los nuestros quieren hacer la Primera Comunión, supongo: no tienen ni idea de lo que es pero lo hacen todos sus amigos.En esta historia, la opinión de la niña debería contar poco. No estamos hablando de una denuncia por malos tratos o por abusos sexuales en la que el testimonio de la víctima, a una edad como la de esta niña –ocho años-, sería ya relevante. Estamos hablando de un problema de discriminación, de costumbres poco edificantes, de religión. Y ahí, la edad de la niña es lo suficientemente escasa como para que a su opinión no se le de valor alguno. Respecto a lo de la primera comunión en España, el asunto daría para otra buena parrafada. La hipocresía social y las ganas de jarana de las que hacen gala muchas familias españolas con respecto a este sacramento son lamentables.
En cualquier caso, me parece mil veces más importante la escolarización de esa niña (que eso sí conseguirá que deje el velo, muy probablemente; y lo conseguirá bien, convenciendo) que el que vaya o no con velo. Y estoy de acuerdo, por tanto, con la decisión tomada. Los padres probablemente serán impermeables a cualquier razonamiento, en este tema. ¿Qué se hace, según vosotros? ¿Se les quita la custodia? ¿Por musulmanes ignorantes? Porque no van a consentir otra cosa, porque ellos no van a cambiar de parecer ni a la niña se le puede arrancar el velo al entrar al aula.
En efecto, la solución es difícil. Debe compaginar el respeto a la enseñanza pública y laica, la defensa de la no discriminación por razón de sexo, la necesidad de que todos los niños estén escolarizados y el menor daño posible a la niña. Pero que alguien no cambie de opinión, como apuntas, no debe condicionar la acción de la autoridad administrativa. No parece de una gravedad extrema el uso de velo por esta niña. No se deduce de lo que se sabe acerca del hecho en concreto que exista hasta ahora en la pequeña un acomplejamiento por la singularización a que la somete el uso de la prenda. Pero qué sucederá cuando ello se extienda. En Francia han sufrido el problema. La permisividad hacia quien hace uso de ella no en el ámbito de lo privado, sino como primer paso para el proselitismo y la posterior imposición es, a mi juicio, poco justificable.
Las autoridades competentes toleraron durante décadas (y sigue tolerándolo) que se separasen a niños y niñas, o que se rezase en clase, o se pusiesen ceniza en la frente un día al año, en la misma aula. Y ahora que somos "mayores" y europeos, ba-jo-nin-gún-con-cep-to vamos a consentir que alguien tenga un comportamiento en público condicionado por sus creencias.
Sobre esto, retomo lo ya apuntado. Ni un paso atrás en la defensa de las libertades. Que hayamos padecido una dictadura autárquica durante casi cuarenta años, no le quita validez a las críticas que pudiéramos hacer respecto de las dictaduras que aún hoy someten a sus pueblos en muchos lugares del mundo. Es más, nos carga de razones.
Algo hay que hacer, claro que sí. Pero no son clarisas, DR, no es un disfraz. No seamos tan prepotentes.
¿Dónde está la prepotencia, en quien, como tú bien dices no tiene intención alguna de evolucionar hacia la modernidad y prefiere mantenerse en el convencimiento de que a la mujer debe tapársela, o quien, por el contrario, respeta y defiende la libertad religiosa en el seno de una sociedad democrática y tolerante hasta donde lo permiten sus leyes, y que intenta reflexionar por la argucia de la comparación –más o menos afortunada- sobre qué razones le asisten a cada cual en este conflicto?
¿Relativismo? ¿Nos doblegamos ante una cultura más atrasada? No sé. Puede. Desde luego lo que tampoco podemos hacer es darle un guantazo a esa cultura, ahora que nos encontramos, y llamarla gilipollas. No es una niña. Son millones. Y varios cientos de miles van a venir. ¿Alguien se cree de verdad que la actitud adecuada ante la parte de sus costumbres que aquí no aceptamos es tolerancia cero? Pues perdonadme, pero a mí eso sí que me parece ser iluso y poco realista. Dadles trabajo. Que vivan bien y se eduquen (que se eduquen, coño, no que les echemos del colegio). Veréis qué pronto se olvidan del velo y de no comer jamón. Y habrá un caso de cada mil. Y ni que decir tiene que ese caso tendrá que ir a clase; antes que los demás, si me apuráis.
Pocas sociedades han hecho tanto por la integración, que no asimilación, de las comunidades musulmanas emigrantes como la holandesa. La tolerancia que se les prodigó se tuvo por ejemplar en los ámbitos más progresistas. Y sin embargo, y después del asesinato del cineasta Theo van Gogh, el 2 de noviembre de 2004, por un marroquí-holandés de 26 años, Mohammed Bouyeri, se empezaron a revisar esas políticas de consentimiento, de permisividad. El homicida había sido un holandés de origen musulmán que hablaba precariamente el árabe, integrado en un grupo islamista que tenía por diversión ver vídeos de ejecuciones de herejes y apóstatas. Se pudo comprobar entonces que era muy reducido el número de aquellos ciudadanos de ámbito musulman que se sintieran identificados con las instituciones y prácticas democráticas de la sociedad holandesa, que rechazaran la violencia, que no siguieran aferrados a esa suerte de limbo religioso de sus ancestros. La más verosímil explicación a ello es, a mi juicio, la que aportan gentes con la valentía de Ayaan Hirsi, para quien el meollo del problema no está tanto en los prejuicios y la discriminación, que no niega y que por supuesto combate, como en la naturaleza misma de una religión y de una tradición incompatibles con el género de coexistencia pacífica y amistosa que cree posible alcanzar el multiculturalismo.
Decía Vargas Llosa:
Europa no puede renunciar a los valores de la libertad de crítica, de creencias, a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, al Estado laico, a todo aquello que costó tanto trabajo conseguir para librarse del oscurantismo religioso y del despotismo político, la mejor contribución del Occidente a la civilización. No es la cultura de la libertad la que debe acomodarse, recortándose, a sus nuevos ciudadanos, sino éstos a ella, aun cuando implique renunciar a creencias, prácticas y costumbres inveteradas, tal como debieron hacer los cristianos, justamente, a partir del siglo de las luces. Eso no es tener prejuicios, ni ser un racista. Eso es tener claro que ninguna creencia religiosa ni política es aceptable si está reñida con los derechos humanos, y que por lo tanto debe ser combatida sin el menor complejo de inferioridad.
(Por si alguien todavía lo duda, en cualquier caso no sé cuál es la solución)
Yo tampoco la tengo, querido Porto, pero no debe ser de ningún modo la tolerancia a cualquier precio.