Las tardes en que ando por la oficina suele hacerme una visita la limpiadora cuando está acabando con su quehacer diario. Charla por los codos. Supongo que es consciente de ello, pero que no es capaz de ponerse freno una vez que arranca. Yo procuro acompañar sus monólogos con sonrisas y ocasionales concisos (que según alguien definió un día no son más que incisos breves). Y sigo al tiempo con la vista en la pantalla y los dedos en el teclado, oyéndola e incluso a veces hasta escuchándola. Ayer me hablaba de sus hijas. Dos. Que según dice a menudo con orgullo no disimulado “le han salido bien”. Cuando se hicieron jovencitas y empezaron a demorar su regreso por las noches, su padre no podía irse a la cama sin saberlas en casa. Así que se armaba de paciencia, y de un par de periódicos y la compañía de la radio, y las esperaba. Cuando regresaban no les reprochaba nada. Simplemente apagaba el transistor, plegaba la prensa y se iba a la cama. Y se ponía el pijama, porque hasta ese momento permanecía perfectamente vestido. Su marido, me dice la limpiadora, pensaba en si venían mal dadas y alguien les llamaba para comunicarles que a las niñas les había pasado algo. “Estoy seguro –confesó él en alguna ocasión- de que no sabría ni ponerme los pantalones”. Todo esto me lo cuenta ella mientras pasa una y otra vez la gamuza por el mismo trozo de mi mesa, mientras sigue embutida en su bata de faena, supongo que por si acaso, para que no digan y porque aún quedan unos minutos para que se complete su horario laboral.
11 comentarios:
Yo recordé a mi nana, ella hablaba mucho también, era una señora ya entrada en años, solía mirarle de reojo las manos cuando pasaba el trapo para cerciorarse de que la mesa estuviese bien limpia antes de disponer los alimentos en la mesa, y era un poco, como encontrar entre los pliegues de su piel honduras aún más profundas, silenciosas sin embargo. Abandonando el trapo después abandonaba en mí sus dedos y me cerraba los párpados... nunca entendí por qué, pero de las charlas que mantuvimos, esas sin duda fueron mis favoritas.
La nana, mujer de arados, siembras y cosechas.
Rayuel()a... Un abrazo.
Chispas ... y si omites una mesa la redacción mejora
=P
jaja
bue... es día festivo aquí, ando liada y muy dispersa.
Ok. No más.
Otro abrazo y bonita noche allá.
Diarios, qué buena lectura.
Te doy la bienvenida tarde, pero aquí queda... constancia de que se te echaba de menos.
Un saludo.
Qué bonito texto.
A mí me gustan esas mujeres de la limpieza de bata azul, que van cargadas con bolsas de basura negras y enormes, como si cargaran con el mundo.
Que vacían papeleras y que alguna vez leen lo escrito en un folio rasgado, y cabecean...
Que mueven la grapadora, el ratón, la impresora, y que, si te descuidas, te mueven a ti, y nadie lo notaría porque todos somos intercambiables.
Un saludo.
Ufff...
La mía igual, pero con hijos. Que si uno es vago, que si el otro deja las cosas por medio, que si las novias...
Pero uno de ellos trabaja en una editorial y me regala un libro cada semana, un libro con una pequeña tara. Libros buenos.
Lo que más me gusta de este texto, Diarios, es la 'transparencia' de lo que relatas, porque además de la buena prosa tiene el valor añadido de lo verosímil, de las historias vividas, aunque estén puestas en pie con el material (y sobre el pedestal) de la literatura.
Un abrazo, y me alegro del regreso.
Un gran descubrimiento tu blog. O un inesperado hallazgo. Un abrazo.
La mujer de la limpieza del instituto en el que trabajo está tan atareada y comida por la prisa, que la semana pasada dejó encerrados en el centro a tres profesores que aprovechaban la tarde para rematar tareas inacabadas. Un torbellino
Qué bien completan esta entrada los comentarios de Rox -con su nana-, de Luz tenue -que maneja como nadie esos textos relámpago-, de Pau -a quien también le da palique su limpiadora- o de Alexandrós -con la historia de la que en su instituto encerró a una parte del claustro-.
Y qué gusto que le lean a uno Mabalot o Juan Domingo -a quienes siempre es un placer leer también-.
Y Álex Chico, a quien se le da cordial bienvenida.
Un abrazo a todos.
También yo hablo con las señoras que limpian las oficinas donde trabajo, y alguna tarde me invitan a café. Me llevan a su cuartito, y me siento con ellas a tomar alguna de las larpeiradas que suelen llevar. Son mayores y aún tienen esa conciencia de clase que les hace apreciarme por el mero hecho de querer estar allí con ellas. Yo disfruto mucho de esas charlas, siempre.
Un abrazo.
Porto, tengo que le decir a mi limpiadora que tome nota de las larpeiradas que otras ofrecen por ahí con el café. Que yo también soy muy llambión.
Un abrazo.
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