Supe de la bitácora de Álvaro Valverde cuando murió Eugénio de Andrade. Andaba yo buscando en la red ecos del fallecimiento. Hallé en ella entonces una reseña emocionada y sucinta sobre el poeta portugués. Se añadía también el hermoso poema titulado Memoria de Andrade. He sido desde entonces fiel lector del blog de Valverde. Me siento a gusto leyéndolo. Encuentro en sus anotaciones una precisa mezcla de intimidad discreta y concisión expresiva. Una manera de decir y un formato claros. Reseñas interesantes. Y una lista de enlaces que me ha permitido saber de otros lugares a los que sería difícil ya renunciar una vez que en ellos se ha entrado, que en ellos nos hemos ido acomodando como si de la mesa de un café del que fuéramos asiduos se tratara: Santos Domínguez, Gonzalo Hidalgo Bayal o Ismael Rozalén.
La última entrada del blog de Álvaro Valverde reproduce un poema de Auden. El IX de Doce Canciones –¿recuerdan que se recitaba en Cuatro bodas y un funeral?-, en la versión que del mismo ha realizado Jordi Doce en la antología Los señores del límite. La comparé con la traducción que del mismo texto ha realizado Eduardo Iriarte, en la selección titulada Canción de cuna y otros poemas. Son realmente muy distintas. Entiendo los elogios de Valverde hacia la de Doce: resulta mucho más poética. No sé si más fiel. Tampoco importa. Ya decia Victor Botas que "la fidelidad, en ocasiones, lejos de ser una virtud, no es mas que una impotencia".
Releía hace sólo unos días un libro de José Luís García Martín, La biblioteca de Alejandría, en el que se reúnen traducciones -o reinvenciones- de textos de diversos autores -desde Li Po a Eugénio de Andrade-. En su prólogo se hacen unas consideraciones muy interesantes sobre la labor del traductor. Entresaco lo que sigue porque entiendo viene al caso: “Traducción: aproximación. Pero no es lo mismo quedarse a cien leguas del original que a unos pocos centímetros. También las traducciones pueden leerse, no como una reproducción más o menos fiel de un original, sino como poemas originales escritos a medias entre el traductor y el poeta traducido”.
Y también al hilo de Auden y de sus traducciones, recuerdo otra entrada que no hace mucho colgaba en su blog Jorge Ordaz –a él también le soy leal: empieza a ser difícil seguir a tantos cuando tantos son los que tan bien lo hacen-. Se titulaba aquella anotación Auden y la caliza y se refería al poema In praise of limestone: “Las versiones al castellano del mencionado poema suelen traducir limestone por piedra caliza. No es incorrecto, pero lo preferible sería decir caliza. Los geólogos hablamos simplemente de calizas, y en el campo no vemos piedras, sino rocas. Además, en la por otra parte excelente versión de Eduardo Iriarte, incluída en Canción de cuna y otros poemas (2006), la expresión weathered outcrop es traducida por erosionado afloramiento. Lo más apropiado hubiese sido poner meteorizado afloramiento. Es parecido, pero menos preciso. Seguro que estos matices los conocía Auden. Pero, en fin, tampoco importa mucho. Lo importante es el poema en sí. Lo demás son disquisiciones comineras para pasar el rato”. No sé si este remate es del todo sincero.
La última entrada del blog de Álvaro Valverde reproduce un poema de Auden. El IX de Doce Canciones –¿recuerdan que se recitaba en Cuatro bodas y un funeral?-, en la versión que del mismo ha realizado Jordi Doce en la antología Los señores del límite. La comparé con la traducción que del mismo texto ha realizado Eduardo Iriarte, en la selección titulada Canción de cuna y otros poemas. Son realmente muy distintas. Entiendo los elogios de Valverde hacia la de Doce: resulta mucho más poética. No sé si más fiel. Tampoco importa. Ya decia Victor Botas que "la fidelidad, en ocasiones, lejos de ser una virtud, no es mas que una impotencia".
Releía hace sólo unos días un libro de José Luís García Martín, La biblioteca de Alejandría, en el que se reúnen traducciones -o reinvenciones- de textos de diversos autores -desde Li Po a Eugénio de Andrade-. En su prólogo se hacen unas consideraciones muy interesantes sobre la labor del traductor. Entresaco lo que sigue porque entiendo viene al caso: “Traducción: aproximación. Pero no es lo mismo quedarse a cien leguas del original que a unos pocos centímetros. También las traducciones pueden leerse, no como una reproducción más o menos fiel de un original, sino como poemas originales escritos a medias entre el traductor y el poeta traducido”.
Y también al hilo de Auden y de sus traducciones, recuerdo otra entrada que no hace mucho colgaba en su blog Jorge Ordaz –a él también le soy leal: empieza a ser difícil seguir a tantos cuando tantos son los que tan bien lo hacen-. Se titulaba aquella anotación Auden y la caliza y se refería al poema In praise of limestone: “Las versiones al castellano del mencionado poema suelen traducir limestone por piedra caliza. No es incorrecto, pero lo preferible sería decir caliza. Los geólogos hablamos simplemente de calizas, y en el campo no vemos piedras, sino rocas. Además, en la por otra parte excelente versión de Eduardo Iriarte, incluída en Canción de cuna y otros poemas (2006), la expresión weathered outcrop es traducida por erosionado afloramiento. Lo más apropiado hubiese sido poner meteorizado afloramiento. Es parecido, pero menos preciso. Seguro que estos matices los conocía Auden. Pero, en fin, tampoco importa mucho. Lo importante es el poema en sí. Lo demás son disquisiciones comineras para pasar el rato”. No sé si este remate es del todo sincero.
2 comentarios:
Auden es una de mis grandes lagunas, aún no he leído nada de él. Tu entrada me ha despertado la curiosidad. Cuando acabe mi etapa "filolusa" (aunque acabar es un verbo demasiado cortante) leeré a Auden. El problema, claro, es elegir una buena traducción, en fin. Salud.
Pues sí, me acuerdo perfectamente de ese momento memorable de la película en que se leía el poema de Auden. Qué bello momento, qué bella película, qué bello poema, qué enorme poeta! Un placer leerte.
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