Dice Saramago que "es necesario ver lo que no fue visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en la primavera lo que se vio en verano, ver de día lo que se vio de noche, con sol donde primeramente la lluvia caía, ver el trigal verde, el fruto maduro, la piedra que cambió de lugar, la sombra que aquí no estaba". Añadiéndole combinaciones a la recomendación, nos llevamos a nuestro hijo a Las Médulas, para ver con quien más queremos aquello que un día nos conmovió tanto: el atardecer prendiendo como si fuera yesca toda la tierra descarnada de las viejas minas de oro. Subimos a Orellán. Antes de llegar al mirador, se pasa por el pueblo. La carretera se estrecha entonces. Se agacha por debajo de los balcones de madera. Arriba estábamos casi solos. El sol caía despacio. Las ascuas se avivaban lentamente. Y aunque así descrito el momento pudiera tener cierta apariencia plácida, siendo sincero debería confesar que mi hijo andaba inquieto; y es que no pueden, supongo, compararse los ocasos demorados con el vértigo de efectos especiales que la vida les depara en cada momento a los críos a su edad. Así que lo que antaño nos resultara tan hermoso, entendimos que habría de disfrutarse al cabo del tiempo con ciertas dosis de estoicismo. Y a eso nos disponíamos, cuando llegó por la pista de tierra, derrapando, un aparatoso Mercedes descapotable. Se bajaron cuatro hombres. Tres parecían extranjeros. El otro resultó natural del lugar. Era quien les explicaba en un inglés sin verbos lo que desde allí se veía. Y lo que no se veía, pues les comentó que al otro lado de la montaña estaba su fábrica. Empresario entonces. Hablaba casi a gritos en una lengua rudimentaria de la que parecía, no obstante, muy orgulloso. Finalmente se cayó el sol. Hicimos algunas fotos. Volviendo hacia el coche repetíamos entre risas alguna de las frases del improvisado guía: “y alli abajo, only castaños”. De regreso a Villafranca se hizo de noche. Llegamos al hotel a las once. Mientras cenábamos, nuestro hijo recordaba divertido las explicaciones del Only castaños. El resto del atardecer ya se le había olvidado.
5 comentarios:
Un curso acelerado de paisajismo, me atrevería a decir. El párrafo de Saramago es la esencia del jardín (o, mutatis mutandis, del paisaje en sentido amplio). Y el remate del constructor, "only castaños" demasiado real como para tomarlo a broma. La vida misma. Un abrazo.
Hay un hilo especial que me conecta con tierras bercianas y al leer tus crónicas también recuerdo atardeceres tumultuosos y castaños fantasmagóricos (nos gustaba pensar que alguno de ellos había visto a las huestes de esclavos sacar el oro de la Médulas).Dices Molinaseca y la lengua se estremece al pensar en el chorizo al vino. Dices Villafranca y veo filas de peregrinos llegar polvorientos al atardecer...
Qué alegría vivir sintiéndose vivido!, que diría el poeta. Un beso enorme y agradecido.
¿Y el orgullo del empresario, consciente de haber disipado la profunda ignorancia de los guiris con una explicación tan precisa? Si es que no hay nada como dominar las lenguas...
DR, la imagen, preciosa.
El paisaje, el paisanaje y el only you (castaños)
Lo has visto todo de golpe.
Un abrazo
Querido P, me temo que ese uso desinhibido de la lengua inglesa tiene mucho que ver con la osadía que proporciona el dinero.
Lula, esos castaños fantasmagóricos de los que hablas, a menudo le salen al paso a los viajeros cuando llega la noche. A la luz del sol, tienen sin embargo una apariencia casi grotesca. En Molinaseca se sigue comiendo bien. Y en Villafranca, sentados junto a la Puerta del Perdón, en la Iglesia de Santiago, uno puede ver el tránsito de los muchos peregrinos, su fatiga; oír el acento de sus lenguas; y si allí se detiene hasta conversar con ellos.
Querido Amart, hay tipos que son por sí mismos un delito andante.
Alejandro, tu sabrás mejor que yo que ciertos paisajes, como dice Saramago en el texto introductorio, merecen ser vistos a distintas horas, bajo luces diversas, en primavera o en otoño. El ánimo elige su mejor marco.
Un abrazo a todos.
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