(Salgo del ámbito de los comentarios, porque a través de una entrada como ésta puedo darle un formato más adecuado a la respuesta que quisiera ofrecerle a la intervención del Señor de Portorosa a propósito de mi último post.)
Querido Porto, una vez leído tu comentario compruebo que ha sido un acierto colgar Le petit carnaval en los Diarios. Me explico. No hace muchos días, detallabas tres condiciones que debía reunir un buen blog para ser interesante. Cada uno sabe lo que quiere del suyo y lo que busca en los demás. Éste, en concreto, se va haciendo a impulsos. Y el de ayer era provocar la reflexión sobre el velo de una niña musulmana que asiste a clase en un colegio catalán. Pues bien, se ha conseguido: ahí está tu razonada argumentación, que se agradece en lo que vale y por lo que de esfuerzo intelectual conlleva, y sobre la que vas a permitirme que exponga yo algunas objeciones.
Si la niña perteneciese a una comunidad de, digamos, millones de personas que llevasen varios siglos vistiéndose de clarisas, probablemente la autoridad educativa competente lo toleraría, ya lo creo que sí. La comparación es falaz, DR, creo yo. Estás comparando un capricho personal con un hecho cultural-religioso completamente arraigado entre cientos de millones de personas.
No debe desubicarse el hecho. Acontece en el seno de la Europa occidental y en un país que felizmente se ha incorporado a ella. Probablemente la comparación no sea la mejor posible. Quizás hubiera sido más pertinente hacer una doble comparación. Qué pasaría con una niña cuyos padres se negaran a que su hija llevase velo en una escuela de un país musulmán. Probablemente, las consecuencias serían terribles, de lo que se deduce que nos enfrentamos a religiones ancladas en una fase de desarrollo por la que otras transitaron hace siglos, cuando los autos de fe las pretendían obligadas y únicas. Y qué debería pasar con una niña que se empeñara en llevar velo en una escuela de un país laico. Eso es lo que tratamos de dilucidar ahora.
No creo que el arraigo de una práctica de costumbre o religión, su seguimiento por un número grande de personas, le otorgue superioridad moral o racional. Que haya multitudes instaladas en el medievalismo religioso no debe inclinarnos a respetar esa enajenación colectiva. Sólo a razonar los motivos que la suscitan. Por tanto un capricho personal puede compararse con un capricho colectivo. Tomados aisladamente ambos pueden contener el mismo grado de insensatez, parecidos atavismos.
Creo que el tema es espinoso y no se puede despachar de un plumazo. Por supuesto que a mí me parece una machada que esa niña lleve velo, pero eso no me hace ver bien que nosotros, que hasta hace nada teníamos colegios femeninos y colegios masculinos, que hacíamos ir a las niñas con medias hasta en agosto (ya, ya sé que no hay clases; es una exageración), y teníamos un crucifijo en cada aula, les digamos a todos ellos: "ya que están todos ustedes equivocados, y eso es evidente que es una gilipollez, no pueden hacerlo más".
No pretendía despachar el tema a vuela pluma. Pretendía provocar la reflexión sobre él. Efectivamente, ya no tenemos una escuela religiosa, ni machista. Se han erradicado ya reglamentaciones y prácticas que hoy a nuestros hijos les suscitarían extrañeza o les arrancarían una risa incrédula. Es por ello que no deben darse pasos en la dirección contraria. La tolerancia debe ceñirse a lo que permite la legislación de las sociedades libres. No acomodarse a hábitos o creencias inadmisibles de quien procediendo de colectivos, países o culturas instaladas en lo mitológico, lo totalitario o lo discriminatorio se trasladan a aquéllas. ¿Admitiríamos que la tierra no es redonda y que ello se discutiera en las aulas si de repente tuviéramos que escolarizar a una avalancha de emigrantes de una secta de tal jaez? Siguiendo nuestro espíritu de comprensión y tolerancia, nuestro amparo a la enseñanza de las creencias religiosas en la escuela, ¿tendrán también sus horitas semanales los chamanes bolivianos si entre la comunidad de ese país existe un grupo suficientemente numeroso de personas que exige su equiparación en tal terreno? ¿Toleraremos igualmente que se discuta la igualdad entre hombres y mujeres en un colegio público ubicado en un barrio de mayoría musulmana? Hay quien pudiera argumentar que se tratan todas ellas de manifestaciones de la diferencia cultural y que, por tanto, su prohibición pudiera atentar contra la libertad de creencias y cultos.
No estamos hablando de que la niña organice una ablación de clítoris y reparta invitaciones entre sus amigas. Estamos hablando de algo mucho más tolerable.
El daño físico que describes es irreversible. Se trata de una práctica aberrante, de una mutilación que se nos antoja más propia de tiempos remotos que de gentes que no sólo viven en el siglo XXI sino incluso en países del ámbito occidental. Quienes aún defienden tales barbaridades, obligan a sus mujeres al ocultamiento. Y aunque sería, eso sí, falaz decir que todos los que defienden el velo son partidarios de la ablación, no lo sería menos olvidarse de la parte de ablación moral que supone para las mujeres la utilización de una prenda cuya única justificación tiene por argumento su sometimiento al varón.
Sé que es lento y que no garantiza el éxito, pero creo que ante este problema hay que insistir mucho más en convencer, en educar, que en prohibir.
Por un perverso influjo de la posmodernidad, hay una tendencia, creo que nefasta, a otorgarle connotaciones sólo peyorativas al verbo prohibir. La educación también consiste en prohibir. Se puede y se debe convencer por el razonamiento, a través del ejemplo, por la vía de la autoridad intelectual. Pero cualquier tipo de colectividad precisa de normas que aseguren la convivencia, de orden (otro término sobre el que se ha cebado la mala prensa). Y ello exige prohibiciones.
Por otra parte, esa niña quiere eso como los nuestros quieren hacer la Primera Comunión, supongo: no tienen ni idea de lo que es pero lo hacen todos sus amigos.
En esta historia, la opinión de la niña debería contar poco. No estamos hablando de una denuncia por malos tratos o por abusos sexuales en la que el testimonio de la víctima, a una edad como la de esta niña –ocho años-, sería ya relevante. Estamos hablando de un problema de discriminación, de costumbres poco edificantes, de religión. Y ahí, la edad de la niña es lo suficientemente escasa como para que a su opinión no se le de valor alguno. Respecto a lo de la primera comunión en España, el asunto daría para otra buena parrafada. La hipocresía social y las ganas de jarana de las que hacen gala muchas familias españolas con respecto a este sacramento son lamentables.
En cualquier caso, me parece mil veces más importante la escolarización de esa niña (que eso sí conseguirá que deje el velo, muy probablemente; y lo conseguirá bien, convenciendo) que el que vaya o no con velo. Y estoy de acuerdo, por tanto, con la decisión tomada. Los padres probablemente serán impermeables a cualquier razonamiento, en este tema. ¿Qué se hace, según vosotros? ¿Se les quita la custodia? ¿Por musulmanes ignorantes? Porque no van a consentir otra cosa, porque ellos no van a cambiar de parecer ni a la niña se le puede arrancar el velo al entrar al aula.
En efecto, la solución es difícil. Debe compaginar el respeto a la enseñanza pública y laica, la defensa de la no discriminación por razón de sexo, la necesidad de que todos los niños estén escolarizados y el menor daño posible a la niña. Pero que alguien no cambie de opinión, como apuntas, no debe condicionar la acción de la autoridad administrativa. No parece de una gravedad extrema el uso de velo por esta niña. No se deduce de lo que se sabe acerca del hecho en concreto que exista hasta ahora en la pequeña un acomplejamiento por la singularización a que la somete el uso de la prenda. Pero qué sucederá cuando ello se extienda. En Francia han sufrido el problema. La permisividad hacia quien hace uso de ella no en el ámbito de lo privado, sino como primer paso para el proselitismo y la posterior imposición es, a mi juicio, poco justificable.
Las autoridades competentes toleraron durante décadas (y sigue tolerándolo) que se separasen a niños y niñas, o que se rezase en clase, o se pusiesen ceniza en la frente un día al año, en la misma aula. Y ahora que somos "mayores" y europeos, ba-jo-nin-gún-con-cep-to vamos a consentir que alguien tenga un comportamiento en público condicionado por sus creencias.
Sobre esto, retomo lo ya apuntado. Ni un paso atrás en la defensa de las libertades. Que hayamos padecido una dictadura autárquica durante casi cuarenta años, no le quita validez a las críticas que pudiéramos hacer respecto de las dictaduras que aún hoy someten a sus pueblos en muchos lugares del mundo. Es más, nos carga de razones.
Algo hay que hacer, claro que sí. Pero no son clarisas, DR, no es un disfraz. No seamos tan prepotentes.
¿Dónde está la prepotencia, en quien, como tú bien dices no tiene intención alguna de evolucionar hacia la modernidad y prefiere mantenerse en el convencimiento de que a la mujer debe tapársela, o quien, por el contrario, respeta y defiende la libertad religiosa en el seno de una sociedad democrática y tolerante hasta donde lo permiten sus leyes, y que intenta reflexionar por la argucia de la comparación –más o menos afortunada- sobre qué razones le asisten a cada cual en este conflicto?
¿Relativismo? ¿Nos doblegamos ante una cultura más atrasada? No sé. Puede. Desde luego lo que tampoco podemos hacer es darle un guantazo a esa cultura, ahora que nos encontramos, y llamarla gilipollas. No es una niña. Son millones. Y varios cientos de miles van a venir. ¿Alguien se cree de verdad que la actitud adecuada ante la parte de sus costumbres que aquí no aceptamos es tolerancia cero? Pues perdonadme, pero a mí eso sí que me parece ser iluso y poco realista. Dadles trabajo. Que vivan bien y se eduquen (que se eduquen, coño, no que les echemos del colegio). Veréis qué pronto se olvidan del velo y de no comer jamón. Y habrá un caso de cada mil. Y ni que decir tiene que ese caso tendrá que ir a clase; antes que los demás, si me apuráis.
Pocas sociedades han hecho tanto por la integración, que no asimilación, de las comunidades musulmanas emigrantes como la holandesa. La tolerancia que se les prodigó se tuvo por ejemplar en los ámbitos más progresistas. Y sin embargo, y después del asesinato del cineasta Theo van Gogh, el 2 de noviembre de 2004, por un marroquí-holandés de 26 años, Mohammed Bouyeri, se empezaron a revisar esas políticas de consentimiento, de permisividad. El homicida había sido un holandés de origen musulmán que hablaba precariamente el árabe, integrado en un grupo islamista que tenía por diversión ver vídeos de ejecuciones de herejes y apóstatas. Se pudo comprobar entonces que era muy reducido el número de aquellos ciudadanos de ámbito musulman que se sintieran identificados con las instituciones y prácticas democráticas de la sociedad holandesa, que rechazaran la violencia, que no siguieran aferrados a esa suerte de limbo religioso de sus ancestros. La más verosímil explicación a ello es, a mi juicio, la que aportan gentes con la valentía de Ayaan Hirsi, para quien el meollo del problema no está tanto en los prejuicios y la discriminación, que no niega y que por supuesto combate, como en la naturaleza misma de una religión y de una tradición incompatibles con el género de coexistencia pacífica y amistosa que cree posible alcanzar el multiculturalismo.
Decía Vargas Llosa: Europa no puede renunciar a los valores de la libertad de crítica, de creencias, a la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, al Estado laico, a todo aquello que costó tanto trabajo conseguir para librarse del oscurantismo religioso y del despotismo político, la mejor contribución del Occidente a la civilización. No es la cultura de la libertad la que debe acomodarse, recortándose, a sus nuevos ciudadanos, sino éstos a ella, aun cuando implique renunciar a creencias, prácticas y costumbres inveteradas, tal como debieron hacer los cristianos, justamente, a partir del siglo de las luces. Eso no es tener prejuicios, ni ser un racista. Eso es tener claro que ninguna creencia religiosa ni política es aceptable si está reñida con los derechos humanos, y que por lo tanto debe ser combatida sin el menor complejo de inferioridad.
(Por si alguien todavía lo duda, en cualquier caso no sé cuál es la solución)
Yo tampoco la tengo, querido Porto, pero no debe ser de ningún modo la tolerancia a cualquier precio.
20 comentarios:
Creedme, queridos DR y portorosa, que me da pereza meterme en este berengenal. No porque el tema no lo merezca, ni porque vuestros comentarios no tengan sus pros y sus contras que al polemista que llevo dentro no le guste dejar pasar.
Más bien es porque me parece que no se puede dejar de ser maniqueo en estos asuntos. Al final siempre parece llegarse a un par de posturas enfrentadas que no hay manera de reconciliar. Y, en contra de lo propugnado por Habermas, el diálogo incondicionado puede servir para resolver situaciones prácticas pero nos deja ante un ethos débil, muy lejos del ideal kantiano y más propio, efectivamente, del relativismo.
Dicho lo cual, creo estar más con la "rigidez" de DR. Me parece que estamos en una situación en la que se mezclan principios que yo creo irrenunciables con situaciones concretas que quizá merecieran tolerancia y comprensión. Por ejemplo, yo no quiero renunciar, bajo ningún concepto, a un sistema de justicia y libertad como el democrático, al que se añade una separación entre estado (sociedad civil) y religión. Sé que todo esto es muy imperfecto: sé que habría que mejorar muchísimo. Pero es mejor que lo anterior: por supuesto que la dictadura, por supuesto que la Edad Media. Pero además, ha dejado tal reguero de sangre y dolor en la historia humana que de eso no quiero, en lo que pueda evitarse, ni una gota más, ni un segundo más. Y no parece que, con la razón, podamos concebir un sistema que desplace ventajosamente al actual. Por si fuera poco, ha costado tanto tiempo conseguirlo que, con DR, me parece que quien no lo tiene en su sociedad o prefiere otras cosas está, con sinceridad, más atrasado, en ese sentido ya dicho (sé que habrá quien me crucifique por ello) que nuestra sociedad. Volver atrás para incorporar a otros es, sería, nefasto.
Lo que no quita para que haya que hacer otras muchas cosas, a veces incluso contemporizar. Sobre todo cuando se constata que nuestra sociedad es, además de libre y justa (con los matices expresados más arriba), rica. Y esta cuestión del dinero produce culpabilidades y remordimientos sin cuento. Justificados, pero que llevan a veces a una compasión con el vecino pobre que nada tiene que ver con la justicia social. Dicho sea de paso, el peor pero que, creo, se le puede poner a nuestras democracias occidentales no es el político sino justamente el económico y social.
Me voy alargando y no quería. Pero es un tema candente y no puedo dejarlo pasar. Veo, ya lo vengo detectando, que estáis muy preocupados por la educación, lo que me alienta. Es difícil estar en une extremo de la madeja como yo, dando clases a universitarios, y observar la poca implicación que se detecta en la sociedad circundante por lo que esos universitarios reciben y dan. Imagino lo que pueden ser los colegios ahora, los IES, incluso las guarderías. Mis hijos hace tiempo que trabajan y a todo eso, ley de vida, le he perdido el pulso, pero me sigue pareciendo una de las grandes asignaturas, perdonad el tópico, pendientes de nuestra sociedad.
No me extraña, por tanto, que si sociedades como Inglaterra, Francia o Alemania, ya de hace tiempo penetradas por los emigrantes, tienen problemas con el velo, las cuestiones religiosas o las culturales, los tengamos también nosotros, más recientes en nuestra democracia y no especialmente entregados a obtener una educación sobresaliente. Habrá que inventar cosas, pero, portorosa, creo yo que sin dar de lado nuestras convicciones básicas, en las que se fundamenta, precariamente, nuestra sociedad.
Un sólo comentario más. En cuestiones como la ablación, el "derecho" del marido a pegar a la esposa o las fatwas (nunca prescriben y hasta Rushdie se ha tenido que reblandecer porque en más de una ocasión los gobiernos occidentales han sido tibios) yo diría que hay que aplicar la ley sin contemplaciones: son delitos, sin más. De mutilación y lesiones, de agresión sexista y de inducción al asesinato, por lo menos.
Un abrazo a los dos. Todo esto estaría mucho mejor delante de una, o varias cervezas (o vino de Rioja, si me permitís aportarlo). Permitidme, con todo, que diga que no os hacen falta, a ninguno de los dos, fórmulas para hacer bien vuestros respectivos blogs. Son de los más interesantes que conozco. Gracias.
Magnífica exposición, que suscribo en la claridad y contundencia. No son temas fáciles de tratar. Vuelvo a recalcar que la educación debe ser LAICA, la religión (cualquier religión, por supuesto la católica también) debe circunscribirse al ámbito de lo privado, de la educación que cada familia quiera dar a sus hijos, con libertad.
No quiero repetir las cosas que tan acertadamente has dicho, pero este debate me recuerda a la polémica que se suscitó con el discurso del presidente de Irán en la universidad de Columbia.
La diferencia (con todas las críticas posibles al sistema occidental) es que un profesor de la Columbia no podría jamás ir a Irán a hablar con entera libertad.
Por cierto, las cosas que dijo meten miedo.
Sólo quería refirmar tus palabras, y mandarte un enorme abrazo.
Pues querido amigo, yo estoy con Porto y suscribo su razonamiento. En clase de mi hija (colegio público) hay dos chicos (sexo masculino) que tienen el pelo largo y usan pañuelo en la cabeza para sujetárselo. ¿Debemos entrar a considerar si les obligamos a quitárselo? ¿Debemos ser árbitros en este partido? Debemos considerar los hechos en su justa medida: se trata de un pañuelo y no de un burka. Puestos a valorar, ¿por qué en muchos de los colegios en los que se exige uniforme las niñas DEBEN llevar falda y no pueden usar pantalones? ¿No eso, según muchos, un comportamiento claramente sexista?
La historia ha demostrado que lo que antaño fueron principios irrenunciables ahora son verdades discutibles. Y montar el tinglado mediático que todos hemos visto por el pañuelo de marras es, en mi humilde opinión y a todas luces, excesivo.
Pero vuestro rifirrafe me ha parecido admirable.
Un abrazo.
Sólo un par de cosas en una discusión donde se ha dicho casi todo: no creo que el hecho de que un chaval lleve un pañuelo para recogerse el pelo, ni siquiera el de que el uniforme horroroso que obligan a ponerse a los niños y niñas de muchos colegios privados consista en faldita para la niña y pantaloncito para el niño, sea equiparable al velo en cuanto a significación. Pero el segundo apunte que quiero hacer tal vez si diferencie entre el pañuelo del chaval y la distinción de sexos en los uniformes: ¿llevaremos algún día esa sana rigidez que propone DR, y que yo suscribo, hasta todos los escenarios que la Iglesia Católica usa para influir en nuestros niños y niñas, y además con nuestro dinero? ¿Para cuándo considerar de una vez la catequesis como una forma de atentar contra las mentes indefensas de tantos niños y niñas? Porque todos aquellos que andan metidos en la Iglesia, de una forma u otra, acaban siendo tan intransigentes y contrarios al pensamiento y al individuo como los de otras religiones. Aunque, y voy a decir una tercera cosa no prevista, con sólo mirar la televisión nos damos cuenta de que las religiones tradicionales tienen ya quienes les sucedan, y con la lección muy bien aprendida... Abrazos ligeramente pesimistas a todos.
Muy de agradecer la entrada de Porto. Una vez leída, mi conclusión es que la clave está en si el velo es o no un símbolo de opresión de la mujer.
Ni las melenas ni los pantalones bajos ni ninguno de los uniforme juveniles supuestamente transgresores suponen la menor opresión hacia nadie.
Entonces, o el velo oprime o es simplemente costumbre o moda, como las camisetas del Che. Nuestra postura dependerá de cómo contestemos a esa prgunta.
Buenos días, DR y compañía.
Ha sido una sorpresa encontrarme con esto.
Ahora vuelvo...
Un abrazo.
Llego tarde, como siempre (bueno, ando muy desconectado de los blogs). Ya está dicho casi todo, sí, y perdón si repito cosas. Yo no veo tan grave que una niña lleve velo islámico, es una cuestión de respeto, no tanto de tolerancia. Soy ateo, pero respeto a los creyentes de cualquier credo, como respeto cualquier opción vital, sexual, etc., puesto que la cuestión de la identidad es muy delicado ¿quiénes somos para "educarlos"? Se confunde a menudo la integración con la asimilación.
La separación de Estado e Iglesia y el laicismo no tienen por qué atentar contra las costumbres, creencias, vestimenta o ritos de cualquier religión, salvando el límite evidente de la dignidad de la persona y su libertad de elección. Que la educación deba ser laica quiere decir que la enseñanza de la religión ha de quedar fuera del sistema educativo público: quien quiera educar a sus hijos en una determinada fe, que se pague de su bolsillo ese tipo de escuela. Escuela laica, sin embargo, no quiere decir que haya que borrar todo signo personal de religión o ideología, ya sea el hiyab (pañuelo musulmán), un crucifijo, una A de anarquía... siempre que no se haga apología de la violencia o del terrorismo. Hay límites, claro: los del respeto a los derechos fundamentales, también entre ellos el de la intimidad y la propia imagen. También en una niña de 8 años.
Yo creo que encorsetar al diferente en un determinado patrón de conducta es contraproducente, una bomba de relojería. La islamofobia no hace sino fomentar el yihadismo. En conversaciones con mujeres marroquíes, libanesas y sirias he sabido que el tema del hiyab es muy personal: las hay que lo llevan porque en su familia se impone, las hay que nunca lo llevaron y hace poco se han decidido a ponérselo como signo de identidad (y, está claro, como respuesta al acoso occidentalista y marca de no asimilación), y las hay que lo llevan porque se sienten más libres, paradójicamente. Y luego están las que no lo llevan, ciertamente minoritarias. Eso responde a una cultura mayoritariemente confesional, está claro, y yo no lo comparto, pero ¿qué puedo hacer sino respetarlo? Que sea una niña no cambia mucho: ella decide, tal vez dentro de diez años haya cambiado su parecer, pero si se le prohíbe, es probable que en su inminente adolescencia asuma su fe como un arma. No respetar algo así puede ser un ladrillo más en el muro del odio y de la incomprensión de quien es diferente.
No debería cuestionarse el velo y SI, el derecho a la educación.
Leo desde hace mucho tiempo, la revista virtual El Verde Islam, merece la pena.
Prefiero ver esos ojos risueños, esa carita deliciosa durante muchos años.
Cuando el tono baje, cuando nadie lo recuerde, es probable que la casen con un señor orondo y bien entrado en años, que la meta en cintura y a fuerza de palizas, la haga renegar de su lugar de nacimiento y de una cultura tan irrespetuosa y pagana para ellos.
La disyuntiva que plantea Ignacio me parece en el fondo falsa, pues en realidad puede ser las dos cosas (costumbre y opresión). De hecho, creo que es las dos cosas. Que es una prenda tradicional nadie parece haberlo puesto en duda. No conozco su origen como tal y no me parece relevante. Su uso respondería seguramente a una multiplicidad de causas entre las que la protección contra el clima (el sol, el viento, la arena...) jugaría supongo un papel importante. El empleo se ritualizó y se convirtió en preceptivo, algo habitual.
El problema pues no viene por ahí. El problema es que hoy el velo islámico en sus diversas formas, y especialmente en Occidente, es una de las marcas del fundamentalismo, una de las señales que nos hacen nuestros amigos islamistas para decirnos que por ahí no pasan, que con nuestras mujeres podemos hacer lo que queramos pero que en su mundo la mujer debe caminar unos pasos detrás del hombre (literal y metafóricamente) y que del desorden social que causan las pasiones libidinosas la culpa no la tienen lo ojos de hombre que miran, sino la mujer que muestra públicamente lo que sólo puede ser visto por su dueño. Por tanto, el velo es una forma de proteger a nuestras mujeres de vuestra decadencia de promiscuos seres hipersexuales, vienen a decirnos.
El problema no está, pues en el pañuelito, el problema está en el discurso que lo defiende, que es de corte indudablemente sexista y discriminatorio, de imposición masculina, de invisibilización de la mujer en el ámbito social. Está claro que en la vida cotidiana nada puede hacerse de forma legal (no puede prohibirse el pañuelo en la plaza o el mercado), sólo reprimirse cuando exista constancia de una discriminación práctica o abusos y malos tratos manifiestos. Pero la escuela es otra cosa. La escuela es el espacio que los occidentales dedicamos a la socialización y a la transmisión de valores, y ahí sí que se puede (se debe) actuar, y la forma de actuar es la prohibición de cualquier símbolo de proselitismo que atente contra uno de los valores básicos de nuestra sociedad, que es la igualdad y la no discriminación por razones de sexo.
Por supuesto que desde nuestra sociedad abierta y tolerante resulta facilísimo aceptar a una, dos o mil niñas con velos en las clases (y con pantalones largos irrenunciables en las clases de gimnasia, supongo, y no quiero ni pensarlo el día que toque piscina), al fin y al cabo es una forma de nobleza no tratar a los otros con la misma injusticia que los otros usan contra ti. Sin embargo, a menudo los tolerantes se olvidan de que hay millones de mujeres en el mundo sometidas a base de símbolos como el pañuelito, y desde luego que nuestra tolerancia no las ayuda en absoluto. Más bien al contrario, coarta su desarrollo y su progreso, pues las que tienen el valor de rebelarse, de desafiar la opresión disfrazada de santas tradiciones lo suelen pagar con su sangre. Bonito mensaje le mandamos desde el opulento y libre Occidente.
Y no deja de resultar curioso que entre los principales defensores del pañuelito en las aulas estén los curas. Ayer mismo, el nuncio en España afirmaba en Sevilla respecto a esta cuestión que para ellos "no hay inconveniente en que cada cual se muestre siempre tal como es". Debe de ser como lo de las barbas del vecino, porque por supuesto que cualquier tipo de adoctrinamiento debería ser eliminado de las aulas, y para ello urge la anulación de los Acuerdos preconstitucionales (preconstitucionales, sí) con la ICAR. Que han pasado 30 años...
Coño, Paolo, está claro que no son excluyentes. La pregunta sería, afinando, si es sólo costumbre y forma peculiar de vestir o si es además opresión.
Y yo no llego a estar seguro.
En tu último párrafo aparecía planteado como una disyuntiva. O una cosa o la otra. Obviamente eso admitía una lectura de cosa excluyente que he querido aclarar.
Y si no estás seguro de su significado simbólicamente opresivo, te hago una pregunta simple: ¿por qué piensas tú que el velo está prohibido en Túnez?
Acerca del significado del velo, quizás fuera interesante leer un artículo publicado por Antonio Elorza en Letra Libres hace un tiempo. Añado el enlace: http://www.letraslibres.com/index.php?art=9428
Un abrazo a todos.
Hola de nuevo.
Qué pereza, DR… Creo que es la cuarta o quinta vez que tengo la misma discusión, aunque otras veces el motivo fuese el terrorismo, las viñetas satánicas, u otros; y siempre ha sido aquí, en la red. No está mal, así me desempolvo la cabeza.
Me temo que esta respuesta es ilegible, por extensa, y desde luego va a ser “ileída” por casi todos. Lo siento.
A ver si consigo explicarme bien.
La discusión se debe centrar, creo yo, en dos puntos concretos: por un lado, la importancia del hecho, del llevar pañuelo, y lo que eso significa (en palabras de Ignacio, y aunque habría mucho que matizar, si hay o no opresión); por otro, la solución a ese problema. Creo que las diferencias en el segundo punto, en cómo encarar el problema, no deben confundirse con indiferencia hacia los hechos, ni con permisividad ni nada parecido. En ocasiones no estaremos de acuerdo en la gravedad del problema, y en otras, aunque lo estemos, no defenderemos las mismas tácticas de respuesta.
Si yo no creyese que lo del pañuelo tiene, como mínimo, algún aspecto negativo; si yo no creyese que sí es un problema y, en mi opinión, un síntoma de atraso (ojo, atraso “temporal”, una simple cuestión histórica, nada más), no habría demasiada discusión. No propondría nada, pues me limitaría a decir que nada hay que hacer. Y no es el caso.
Voy por partes, contestando a lo que me va diciendo DR:
- Me dices qué pasaría si una niña fuese a un país islámico y pretendiese no cumplir sus normas: sería imposible, por supuesto. ¿Y? Es que para mí ése es un argumento a mi favor. Mal modelo vamos a buscar, como dice Paolo. ¿Es que nosotros, los adelantados, vamos a -dicho claramente- ponernos a su altura? Por supuesto que nos enfrentamos a religiones ancladas en una fase de desarrollo anterior a la nuestra. Yo no lo dudo. Demostremos, pues, que nosotros estamos en una posterior a la suya. Y no sólo en los contenidos, en las normas, sino en las actitudes y en el modo de encarar los problemas.
- El número de personas que hace algo no le confiere validez, efectivamente. Estamos aquí ante lo que yo decía antes: cómo encarar el problema, no si lo hay o no. Que sean millones no les da superioridad moral, pero por supuesto que confiere una magnitud muy distinta al asunto. Tanto es así, que en mi opinión es irrealista e ineficaz acercarse a él sin tener claro lo importante que es. Da igual que lo consideres un capricho colectivo. De hecho, llega un momento en que casi da igual en qué consista el problema, qué defienda cada uno: si son millones, no puedes “prohibirlo”, y además si lo haces no valdrá de nada. Es como si en lugar de un violador, en una ciudad el 30% de la población viola; ni son mejores ni es más defendible su comportamiento, ¡pero ay del que trate de arreglar eso sólo a base de cárceles! Otro ejemplo, muy controvertido: si detrás de ETA no hubiese unos 100 o 200.000 votos, el problema sería otro muy distinto, y las soluciones factibles también.
- No me parece justo comparar las cesiones en materia de derechos fundamentales, o en el ámbito de la ciencia y el conocimiento, con el caso que nos ocupa. Aun considerándolo un problema, me parece que, como siempre, es una cuestión de grados. Soy tan ¿relativista? que nunca soy capaz de ver las cosas blancas o negras. Las preguntas que me haces corresponden a situaciones que no me parecen igual de graves ni, por tanto, de permisibles que la del velo islámico (aun pareciéndome esto un problema, repito, y estando de acuerdo con la mayoría de cosas que dice Paolo al respecto de su significado).
- No tengo nada contra las prohibiciones, siempre y cuando me parezcan razonables. De nuevo la cuestión es la eficacia de la medida, no su justicia. Prohibir comportarse como musulmanes a los millones de musulmanes que vienen y vendrán es, sencillamente, inútil e imposible. Si funcionase, habría que discutir si es lícito; pero es que no funciona…
- Si me he referido a lo de las Comuniones y la opinión de la niña era solamente para quitarle importancia el hecho de que se diga que ella quiere y en realidad ella no sepa: es que eso es lo que pasa con el 90% de las decisiones de los niños.
- La escuela laica significa lo que ha dicho Azófar: que la enseñanza lo es, que los contenidos lo son y que en los centros no se hace proselitismo de ninguna confesión ni se ataca a ninguna. No significa que un alumno no pueda llevar un crucifijo, un escapulario, un gorrito judío (perdón, no sé cómo se llaman) o un velo islámico. Podemos pensar que lo del velo está mal, pero si lo está es por otros motivos, no porque la enseñanza sea laica. No tiene nada que ver.
- Prepotencia: prepotente soy yo, que parto, como casi todos vosotros, de que estamos por delante y sabemos más. Y es verdad que lo creo. ¿Pero qué significa eso? ¿Cómo debe influir eso a la hora de encarar el problema? Puede opinarse que nos legitima a defender nuestra postura y exigir pasar por el aro, o puede creerse que nuestra situación aventajada nos exige ser inteligentes, ser comprensivos (con las personas, no con las ideas), buscar la eficacia y, sobre todo, ser capaces de darle al problema toda la importancia que tiene (para mí, quizá os sorprenda, es esa importancia, esa envergadura, la que hace absurdo adoptar posturas tajantes).
- Sobre la violencia inherente al Islam se pueden escribir tomos y tomos (de hecho se escriben). No siento ninguna querencia por esa religión, pero, atreviéndome a resumir, creo que los problemas de violencia vienen mucho más del estadio en que se encuentra que de su contenido. De nuevo, es un problema de atraso (dice el prepotente, que soy yo). Y, ojo, voy a aclarar una postura personal: si somos los adelantados, si vamos por delante, si vemos que ellos tienen aún mucho que avanzar… hagamos algo. Demostrémoslo. No admito (es un decir) la crítica a la situación de esos países sin la correspondiente preocupación por las razones que la originan. Me parece hipócrita, e incluso estúpido (y hablo de Vargas Llosa, a quien admiro como escritor y con quien a veces estoy muy de acuerdo), decir “No pasarán, faltaría más”, y hablar de que no hay que tener contemplaciones ni sentirse acomplejados, y quedarse tan ancho. Como si así se solucionara algo. Es como pretender acabar con la inmigración poniendo una muralla alrededor de Europa; de una limitación de miras, en mi opinión, alucinante.
- Más cosas: estoy de acuerdo con Azófar cuando dice que las prohibiciones pueden ser no sólo inútiles sino contraproducentes. Sembraremos resentimiento. Aun así, desde luego que a veces son imprescindibles; pero para mí no es éste el caso.
- Con respecto a Holanda, no tengo datos, no conozco la situación y no puedo opinar. Pero sé que en Francia se hablaba con orgullo de integración, de asimilación… mientras la economía se encargaba de segregar lo que la ley teóricamente igualaba. No llegan las leyes para crear igualdad; si la situación socio-económica impone unas barreras insalvables, el problema está servido. Volvemos al asunto del caldo de cultivo, que unos vemos claro y otros rechazan como excusa tonta.
- Una última consideración referente a la gravedad del asunto: estamos metiendo en el mismo saco costumbres y normas islámicas que no admiten la comparación. No es lo mismo una fatwa que llevar velo, ni la igualdad entre sexos que unas normas al vestir. Hay grados, y las soluciones deben ser también graduales.
- Me temo que, por mucho que haya cosas intolerables, en todo esto subyace también un desconocimiento enorme. Todos sabemos de las barbaridades que se cometen en esos países (como en otros, que quede claro), pero sinceramente creo que en los últimos años entre unos y otros hemos conseguido radicalizar de tal modo la situación y el debate que hemos dejado fuera de juego todo el terreno intermedio de tolerancia y respeto, que ahora resulta imposible de ver.
En fin, si alguien ha llegado hasta aquí, que me deje decirle que creo que nuestras diferencias se refieren a actitudes ante un problema, a nuestra idea sobre cómo tomarnos nuestra supuesta ventaja, sobre qué nos exige nuestra supuesta modernidad. Yo insisto en la educación siempre que se pueda, porque creo que es lo único que tiene efectos permanentes. No rechazo las prohibiciones, pero no quiero soluciones que consistan en plantar una bandera y hacer fuerte la plaza… porque no solucionan nada.
Ante la situación actual, que en mi opinión es conflictiva (¿cuándo no lo ha sido?; la diferencia es que ahora el mundo es más pequeño y no nos queda más remedio que mezclarnos), caben dos actitudes: condenarlos, convencidos de que tienen que cambiar, que mejorar, y de que hay cosas inadmisibles que no podemos tolerar; o, igual de convencidos de la necesidad imperiosa de acabar con esa situación, darles la mano y tirar de ellos. Suena cándido, supongo, pero es que me resulta patético oír cosas como “¿Y con estos quieren hacer una alianza?, ¿a éstos hay que acoger?”: vamos a ver, si no hubiese diferencias, si no “fuesen malos” (el maniqueísmo que decían), no haría falta acercarse; con quien hay que hablar es con el diferente, con el que discrepa; para arreglarlo.
Prohibir y educar; algunas cosas e prohíben, otras se explican y se espera a que vayan cambiando, supongo.
El mensaje que les debemos mandar de occidente, en mi opinión, debe combinar ambas cosas, porque si sólo les llega un rechazo, por muy justo que sea, por mucha razón que tengamos, no contribuiremos a que las cosas mejores, sino todo lo contrario. Firmeza, claro, pero inteligencia y comprensión, mirada amplia.
Bueno, que me voy del tema…
Insisto: vemos el problema; con matices pero lo vemos; pero nos decantamos por soluciones diferentes, en función no tanto de unos principios como de su eficacia (hablo por mí).
Y sigo sin saber la solución.
Un abrazo muy fuerte, DR, y al resto. Y perdón.
Argh, Porto, ha superado usted mi máxima capacidad de asimilación cerebral. Menos mal que le daba pereza, porque si no se la llega a dar... De cualquier modo, su reflexión me parece ejemplar: completa, bien escrita y mejor fundamentada. Un abrazo.
Ayer mismo, comiendo con un proveedor, este se quejaba que hoy en día todo está prohibido. No se puede beber mientras se conduce, no se puede hablar con el móvil, no se puede correr a más de... cuando los coches se fabrican para hacerlo. Se quejó de mil cosas hasta que llegó el turno a las mujeres:
- Antes podías pegarle una hostia a tu mujer y no te pasaba nada-
Eso dijo acompañado de las virtudes que conlleva una buena hostia de vez en cuando.
En Marruecos, Argelia, Turquía, Senegal... eso de pegar a la mujer está muy mal visto, igual que en España. Pero subnormales los hay en muchos sitios.
Tengo la suerte de conocer bastantes "musulmanes", lo entrecomillo porque algunos tienen muy poco de musulmán. Algunos de ellos en sus propios países, y, también, algunos de ellos son tan inteligentes y cultos como el mejor de los españolitos, y mucho mejor cuando éste se cree superior a ellos.
Desde hace un tiempo se ha puesto de moda, sobre todo entre las clases más cultas de las musulmanas, el uso del pañuelo, -escribí un artículo sobre ello- esas mujeres se ponen el pañuelo -antes no lo hacían- para reivindicar su cultura. No lo dudéis, he hablado con ellas, una filóloga, una arquitecto, una doctora, una empresaria téxtil... da lo mismo.
Hace mucho, un amigo musulmán tuvo serios problemas con su mujer; él es bastante canijo y ella una negroide de metro noventa. Lo pegaba, padecía ataques de histeria producidos por un embarazo múltiple y desgraciado. Un día apareció en mi casa con la garganta lacerada y lo tuvieron que hospitalizar. Mi primer impulso, rabioso y harto de verlo siempre en aquel estado, fue decirle si no tenía agallas recordándole que era moro. Me respondió preguntándome si yo era torero.
Como bien dices, si una niña quiere ir al cole con pañuelo, otra con minifalda y otra con un crucifijo... pues bien, allá ellas.
Nosotros solo tenemos que educar lo mejor posible y aprender de los errores de los demás (léase Francia). Educar es integrar, y si se hace bien, el pañuelo se olvidará, ya no hará falta que alguien deba ponérselo para reivindicar algo.
Por cierto, con respecto al pañuelo, creo que en Marruecos y Argelia no es obligatorio su uso en las escuelas, en Senegal y Turquía doy fe que no lo es, y en Egipto diría que tampoco.
"Como bien dices, si una niña quiere ir al cole con pañuelo, otra con minifalda y otra con un crucifijo... pues bien, allá ellas."
Qué bonito. Y luego pueden cantar el "We are the world" cogiditas de la mano. La incapacidad para entender el problema del socialdemócrata europeo (que incluye a muchos ilustrados/as musulmanes/as, por supuesto) deriva en estas cosas. La cuestión es que la inmensa mayoría de las mujeres musulmanas del mundo no pueden elegir. En su artículo de hoy para ABC, Edurne Uriarte invoca los nombres de la ugandesa Irshad Manji (que piensa que esta actitud sólo "ahonda el pozo de las mujeres musulmanas") y de la somalí Ayaan Hirsi Ali, cuya lucha por la libertad de las mujeres musulmanas es bien conocida (imprescindible y emocionante su Mivida. Mi libertad). Al fin y al cabo, dos fachas intransigentes, que no entienden de la tolerancia a la europea, qué sabrán ellas de la auténtica voluntad de las mujeres musulmanas.
Está claro que una niña de ocho años no decide si ponerse el velo o no, como yo cuando mis padres me ¿obligaron? a ir a misa y hacer la primera comunión.
Un musulmán (para mí, musulmán es el creyente) que no intenta enseñar e influir en sus hijos en su religión es un tarado, si este musulmán considera que su hija debe ir con pañuelo es su problema, el nuestro es educar lo mejor posible.
Edurne Uriarte no es un ejemplo, hace poco fue acorralada dialécticamente con respecto a la famosa asignatura, lo cual es muy fácil, y cuando desarmaron sus ejemplos y explicaciones terminó encerrándose en un dogmatismo estúpido y descerebrado, aprendido supongo en los cursos especializados de su partido, esos que todo el mundo conoce.
No es bueno poner como ejemplo las ideas de otra persona, y menos si está dogmatizada; demuestra falta de criterio.
Si a una musulmana, tenga la edad que tenga, quiere ir con pañuelo al cole, nada hay que hacer; el tiempo y la enseñanza, los amigos, la participación en sus juegos, los primeros escarceos... harán que se defina mejor. Nosotros no tenemos que decidir por ella, eso sí que es una estupidez fascista, algo que nada tiene que ver en ser de derechas o izquierdas.
Lo que deberíamos preguntarnos es, qué harían esos demócratas que tanto defienden la civilización occidental a base de prohibir pañuelitos en las aulas, en caso de ser musulmanes en musulmania. Probablemente prohibir la asistencia en ellas sin él.
Por el hecho de que en algunos países de musulmania se apedreen a las mujeres en caso de ser adúlteras, se aislen si han sido violadas, se les extirpe el clítoris para que les desaparezca el disfrute sexual; no debemos cerrarnos a las costumbres religiosas de su gente, la que huye o viene corriendo buscando trabajo.
Hace bastantes años trabajó para mí un marroquí como maquinista confeccionista (costurero), era abogado y tuvo que huir de su pais por motivos políticos. Dada nuestra especial legislación no pudo declararse refugiado, lo hubiesen expulsado. Oh! pero seguía el Ramadán al pie de la letra, no bebía vino ni comía jamón, y cada día se lavaba los pies no sé cuantas veces; eso sí, su novia, musulmana también, iba vestida a la europea y, como muchas, le gustaba seducir a los hombres.
¿Debemos prohibir a la gente seguir sus creencias, educar a sus hijos como los educaron a ellos?
Por favor... hay que pensar antes de creerse el ombligo del mundo.
Un hijo puta moro es tan hijo puta como uno cristiano.
Llego tarde y a destiempo porque estos días ando liado con el principio de curso. No puedo añadir nada a lo muy interesante que ya se ha dicho. Sólo un supuesto DR: imagina que la niña se presenta en clase sin velo. Todo lo demás es igual, pero la niña no tiene velo. ¿Cambiaría algo el problema? Lo digo porque en la escuela laica y pública a la que pertenezco, imparten "docencia" unos señores y señoras que no puedes distinguir en el claustro de profesores.Los impone el obispo y no se invisten, se desvisten de sus ropajes, los que siempre les caracterizaron, porque han aprendido que así llegan mejor al creyente. Pero en sus cabezas descubiertas se ocultan ideas parecidas a la que anidarán en la mente de la niña velada.
Un abrazo
Aunque mi tolerancia con la sintaxis tiene unos límites, creo que Pau tiene mucha razón al final en dos cosas, cuando dice que hay que pensar y con lo de la hijoputez. Lo que pasa es que él está dogmatizado (que yo lo sé bien) y por tanto el resto no vale.
Siempre he creído que las discusiones son infructuosas entre personas faltas de generosidad (y la generosidad es un rasgo de inteligencia). Daré por supuesto que los que habéis dado aportado opinión en este enredo buscabais desde la generosidad poner en común lo argumentado para entendernos, nunca para separarnos. Identificamos la existencia de un problema. Le encontramos algunas raíces. Y diferimos quizás en la forma de afrontarlo. Hay quien aboga por soluciones conciliadoras, flexibles; y quien opta por un mayor rigor. No se peca de ingenuidad inconsciente en el primer caso, ni de atisbo alguno de xenofobia en el segundo. Son ambas posturas, creo, razonables. Dejémoslo pues estar. Y si con la discusión se ha conseguido valorar aspectos sobre los que no se había reparado antes, habrá servido para algo. Tan sólo quisiera hacer una última aportación sobre el asunto. Un pequeño texto en el que se explica de dónde surge la imposición del velo en la religión musulmana. Pertenece a un artículo de Antonio Elorza publicado en Letras Libres en marzo de 2004. Llevaba por título “El velo y la libertad”. Dice así:
El llamado versículo del hiyab, 53 de la azora 33, donde aparece el término significando "cortina", dicta la prohibición de hablar con las esposas de Mahoma en casa de éste sin un hiyab de por medio. Los glosadores integristas han hecho de esa orden una obligación general, cuando todo en el versículo sugiere lo contrario: así en la prohibición subsiguiente de casarse con las que hubieren sido esposas del Profeta. Hay otros dos versículos relativos al tema, ambos de la etapa de Medina. El primero ordena a las creyentes "que bajen la vista con recato", oculten sus partes pudendas (furug), que "no muestren sus encantos más que los que están a la vista" y "que cubran su escote o sus senos con el velo" (24, 31). Jumur, la palabra empleada en plural, puede traducirse por velos. La edición reciente del Corán a cargo de la Universidad de Medina, en Arabia Saudí, se ve obligada a añadir piadosamente en nota al lector: "Y también sus cabezas y sus cuellos." El segundo es más concreto. Ordena a las mujeres e hijas del Profeta, así como a las mujeres de los creyentes, que se ciñan sus capas o mantos, para así ser reconocidas mejor y no ser molestadas (33, 59). Aquí la palabra empleada es jalabib. De nuevo es una recomendación flexible, orientada a garantizar la visibilidad y la seguridad de la mujer. La fórmula de vestido que ha llegado a nuestros días es concretada en la Sunna o conjunto de hadices, sentencias y dichos atribuidos a Mahoma. En una de las recopilaciones, la de Abu Dawud, figura el episodio supuestamente relatado por una esposa del Profeta, Aisha, en que ésta denunciaba que otra de sus jóvenes cónyuges se presentó un día ante él ligera de ropa. Mahoma mostró su desagrado y emitió su dictamen: "cuando una mujer alcanza la edad de menstruación, no debe exhibir parte alguna de su cuerpo, salvo eso y eso, dijo señalando a su cara y a sus manos" (Sunan, 4092). Por añadidura, la cadena de transmisión del hadiz es insegura, pues ni siquiera consta a quién le contó Aisha tal historia. A pesar de ello, quedaba fijada una norma decisiva para el islamismo, cualquiera que fuese la variante de su aplicación, desde el simple hiyab al chadri o burkha afgano. (…) Según explica en su tratado sobre las mujeres Sa'id Ramadan al-Buti, de la Universidad de Damasco, el velo sirve de barrera permitiendo las relaciones con los hombres, quienes no podrían sostener siquiera una conversación intelectual ante el estímulo provocado por los encantos femeninos. La mujer desnuda, no envuelta en paños que oculten sus formas, suscita inevitablemente la reacción sexual del hombre en su calidad primaria de macho. Es éste un punto esencial para entender el problema del velo, no sólo en la Francia de hoy, sino en cualquier lugar del mundo musulmán afectado por un proceso de modernización. Con los fragmentos de ley revelada a modo de telón de fondo, el cerco se cierra al producirse la imbricación de las máximas coránicas relativas a la superioridad masculina con la concepción árabe tradicional que asienta el sharaf, honor del hombre y del grupo, sobre el ird, la honra de la mujer. De modo inmediato, padre, esposo y hermanos de la mujer son los garantes de esa "perla preciosa" que según la propaganda islamista es la mujer frente a "cualquier atentado contra su dignidad", venga del mundo masculino exterior o sea ella misma quien lo provoque. Condición de guardián que se hace extensible en el espacio público a los demás miembros de la comunidad. En la medida en que el orden satánico promovido por las costumbres occidentales incrementa el riesgo para las mujeres creyentes y pone ante sus ojos continuas incitaciones a la inmoralidad, esa labor de vigilancia y, si ello es preciso, de actuación punitiva, pasa a ser un deber prioritario.
Gracias a todos.
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