Sábado. Teatro Prendes. Obra: El cerco de Leningrado, de José Sanchís Sinisterra. Por La Galerna. Hubo en la representación un nivel escénico sigiloso, casi escondido, difícilmente visible, y que quizás no entraba en el propósito de la compañía, pero que uno vio desde el principio, cuando llegó al pequeño teatro de Candás, con un aforo escaso y un público que apenas lo llenaba, que uno presintió al descubrir a media luz sobre el escenario un atrezzo que se presumía demasiado escueto. El cerco no era bélico. Pero había, como en todo cerco, asedio (el paso del tiempo, la caducidad de las certezas) y había, a la vez, resistencia (la de un teatro en ruinas a cuyo cuidado se aferraban, igual que a la vida, igual que a la memoria, dos mujeres entradas en años, Natalia y Priscila, que conocieron el esplendor de esas tablas en el pasado y que tuvieron fe en las viejas ideas de la solidaridad y el justo reparto de la riqueza). Teatro dentro del teatro. Esos son los dos niveles con los que juega el autor en su obra, pero a su vez, ese metateatro puede representarse, como ocurrió el sábado, en unas tablas con un punto de precariedad que le viene bien a lo que el texto pretende decir, y por una compañía de provincias, con medios limitados por tanto, pero con la verdad de dos majestuosas comediantes (Puri García y Mary Chely Fernández) que bregan por darle sentido a su vocación en una obra en la que son un poco como las protagonistas, idealistas, soñadoras y ejemplares. Actrices solventes que pulsan con tino el sentido del humor en medio del desengaño de la vida, de las ideas y del teatro. Dos personajes ricos en matices, que mezclan desilusión, recuerdos, ironías, sarcasmos, realidad y espejismos. Viven en El Teatro del Fantasma, aquel viejo fantasma con que amenazaban los marxistas y que decían recorrería el mundo. Finalmente el ectoplasma exhausto se ha venido a refugiar entre los muros de un viejo local de representaciones. Cerrado. Sitiado por la voracidad externa. Defendido por dos viejas damas que fueron actriz y empresaria y comparten en la vejez manías, símbolos que son ya sólo utillería, memoria y rebeldía contra un fracaso que saben finalmente irreversible cuando descubren, veinte años después, el libreto escrito por Néstor (el que fuera esposo y amante respectivamente de ambas); un libreto titulado El cerco de Leningrado, en el que se tergiversa la historia real, dándole un triunfo profético y resignado a las tropas del mal. Aplausos. Muchos aplausos. Merecidos aplausos. La alegoría llega así a ese nivel imprevisto, el de la propia representación a la que asistimos, donde una vocación, la de estas soberbias actrices que saludan sobre el escenario, se sobrepone al pequeño escenario, al elemental atrezzo y hasta a la falta de un lleno en las butacas, para seguir poniendo en pie, una noche más, el teatro y con él la necesidad de amotinarse contra un mundo siempre mucho peor de lo deseable.
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