viernes, noviembre 26, 2010

El turista accidental

Como un regalo. Después de un viaje obligado, de una visita al hospital, de acompañar por un rato junto a su cama a un hombre por cuya edad, más de ochenta años, quizás entre quienes le atiendan pase por un anciano, pero al que, debido a esa naturaleza suya casi arrogante, erguida, no resignada, nunca había visto yo como tal hasta ahora. Después, digo, de ese trance al que le dediqué la tarde y del que volví conduciendo a la noche, pasando por debajo de ese viaducto ciclópeo en construcción de la Concha de Artedo que se alzaba iluminado a esa hora muy por encima del tráfico como una via láctea de la que colgaban en andamiajes pequeños operarios fosforescentes. Después de cenar con los míos y tras sentarme al calor del fuego como un perro que llega mojado y exhausto de un trote atolondrado, vi de nuevo, por casualidad pero agradecido al azar, la película El turista accidental. No hace nada que leí de nuevo la novela de Anne Tyler en la que se basa. Que C. la leyó también contagiada por el entusiasmo con que le hablé de esa relectura. Y de pronto, como la llamada de un amigo en el que estábamos pensando, como un regalo que no se esperaba, la cinta de Kasdan se asomó a nuestro televisor. “En los viajes, como en la vida, no hay que llevar nada de valor y, más importante aún, no hay que llevar nada ni tan valioso ni tan estimado como para que su pérdida pueda suponer un disgusto.” A ese turista que afronta los viajes como una metáfora de la vida y que se enfrenta a ellos con una resignación desesperanzada, le aguarda por sorpresa en una esquina el asombro de la voluntad. La novela atrapa al lector con una urdimbre tejida a través de personajes paradigmáticos pero creíbles. Es una historia de más de trescientas páginas que tiene el mérito de no ser en el fondo más que un poema sobre la pérdida y la redención. La película resume acertadamente el argumento del libro y tiene, además, el mérito añadido de ponerle rostro adecuado a sus personajes. Como un regalo. Ayer vi ese film como un regalo, casi como un consuelo después de ese viaje en el que pensaba, al volver a casa, como en otra metáfora, la de quien regresa tras pasar la tarde junto a un anciano finalmente rendido y transita de pronto muy por debajo de una imponente autopista en construcción.

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