Desde el mirador d`Asiegu |
El camino
discurre por la empinada derrota que antaño llevaba al cementerio. Por allí se
subía en hombros a los muertos. Con mal tiempo la comitiva se hundía en el barro.
Pisaba esa humedad turbia de los suelos que aguardaba también por el entierro.
Una cruz de piedra señala todavía la mitad del trayecto. Se rezaba allí un
último responso por el finado. Los porteadores tomaban entonces un respiro.
Abajo, el río seguía su curso. Desde lo más alto las campanas llamaban a
funeral. El sábado estaba encharcado todo ese sendero. Se precipitaba el agua de
los prados hacia el valle. Desde el mirador podía contemplarse una hermosa vista
panorámica. El día luminoso acercaba las cimas más lejanas, sus nieves. Soplaba
un aire de cuaresma. Una brisa enfriada en lo alto y cargada de cristales
minúsculos. La piel del rostro se tensa en esas caminatas de invierno. Ese
frescor extremo pone en alerta, despierta a cualquier vestigio de belleza. El
sol pulía las cresterías seguramente hasta el hielo. La viruta blanca de esa
talla suele precipitarse transparente ladera abajo. En lo más hondo de su
viaje, a la sombra de nuestras suelas, termina por volverse poco más que barro
oscuro: como todo imperio, el de la vida o el de la nieve.
2 comentarios:
Recuerde el alma dormida...
Bonita esa foto tomada antes de tornarse en barro
Gusto de volver a visitarte, y más con este paísaje... Ay...
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