Epitafio
Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!
(Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín).
Juan
Gelman
Elogio
de la culpa, por
Juan Gelman
Artículo publicado en el
diario Página/12, Buenos Aires, el 25 de marzo de 2001 en el marco de los actos
de repudio al Golpe militar, a 25 años de dicho golpe. El texto fue escrito a
fines de 1991.
¿Hubo que ser “inocente” para tener acceso a la categoría
de “víctima de la dictadura militar”? Mi hijo no lo fue. No fue “inocente”, sí víctima.
Marcelo Ariel Gelman tenía 20 años cuando fue secuestrado en su casa por un
comando militar, el 24 de agosto de 1976. También fue secuestrada su esposa
Claudia, encinta de 7 meses. Los restos de Marcelo fueron hallados a fines de
1989, gracias a la abnegada labor del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Fue asesinado de un tiro en la nuca disparado a medio metro de distancia. Ahora
tiene sepultura y es éste un hecho sumamente importante para un padre huérfano
de hijo, como soy, porque el rescate de sus restos fue el rescate de su
historia. Brevemente, es la que sigue:
Marcelo tuvo inquietudes políticas desde su niñez. A los 9
años me sorprendía con preguntas turbadoras –y pertinentes– sobre el Che y su
consigna de crear varios Vietnam en América latina. Sé por compañeros de
escuela de Marcelo que ya en la primaria ejercía la protesta. Le molestaba la
injusticia. Molestar es palabra muy suave para lo que sentía: indignación. Sé
también que a los 14 años estaba en la Juventud Peronista de la resistencia,
poniendo caños contra las transnacionales. Como miles de jóvenes, confió en
Perón. Tenía 16, 17 años y se desilusionó profundamente cuando Perón volvió al
gobierno y apoyó a la fascista Triple A y calificó de “jóvenes imberbes” a los
que habían luchado por su retorno. La desilusión no lo confinó en la pasividad.
Se fue de la Juventud Peronista por la izquierda, con la Columna Sabino
Navarro. Desilusionado otra vez, merodeó por el ERP, que tampoco lo convenció.
Cuando lo secuestraron no tenía militancia partidaria, pero sí la suficiente
historia militante como para que la dictadura militar lo considerara un
enemigo. Encontraron su dirección en la libreta de anotaciones de una muchacha
del ERP. Estoy orgulloso de la militancia de mi hijo. A veces pienso que algo
tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo y mi dolor. Mi hijo no era un
“inocente”. Le dolían la pobreza, la ignorancia, el sufrimiento ajeno, la
estupidez, la explotación de los poderosos, la sumisión de los débiles. Nunca
se sintió portador de una misión, pero quiso cambiar el país para que hubiera
más justicia. Hizo lo que pudo, callada, humildemente. De todo eso fue
“culpable”. ¿Y no fue por eso víctima de la dictadura militar? Repito la
pregunta: ¿Hubo que ser “inocente” para tener acceso a categoría de “víctima de
la dictadura militar”? Es verdad que hubo muchas víctimas inocentes de la
dictadura militar. Por ejemplo, niños con vida y niños no nacidos todavía.
Hombres y mujeres sin militancia alguna que sólo pertenecían a esa secreta
intimidad llamada pueblo y que fueron también asesinados. La dictadura militar
consideró “culpables” a decenas de periodistas que no pensaban como ella. A
centenares de intelectuales que no pensaban como ella. A sacerdotes, abogados y
a miles de obreros y estudiantes que no pensaban como ella. A los familiares de
personas que no pensaban como ella. Y también a muchos que deseaban cambiar la
vida, como pidió Rimbaud, y lo intentaban por distintos caminos.
¿Y por eso no son “inocentes”? Todos ellos, sea que
canalizaran su voluntad de cambio por escrito, desde el púlpito, la cátedra,
los sindicatos, centros estudiantiles, organizaciones populares, partidos
políticos, o por las armas, ¿no son acaso víctimas de la dictadura militar?
¿Fueron encarcelados o fueron secuestrados, torturados y alojados en campos
clandestinos de detención? ¿Tuvieron un juicio imparcial o fueron brutalmente
asesinados? ¿Se les permitió ejercer su derecho dedefensa o les pegaron un tiro
en la nuca desde medio metro de distancia? ¿Se notificó su paradero a los
familiares o se los “desapareció”, creando una angustia que para muchos dura
todavía? ¿Pudieron ejercer su derecho de pensamiento y expresión o fueron
amordazados con la muerte más atroz, la muerte anónima? ¿Por qué no entrarían en
la categoría de “víctimas”? ¿Porque querían cambiar la vida? ¿Se piensa acaso
que los militares asesinaron inocentes “por error”? ¿Que son locos sueltos y no
la expresión más despiadada de los intereses que quieren que la vida siga como
está?
Y quienes hoy pretenden que todos los asesinados fueron
“inocentes” o que sólo los “inocentes” son defendibles y aun reivindicables:
¿En qué sombrío negocio consigo mismo están? ¿Quieren borrar la historia con un
trapo? ¿Piensan que la dictadura era mala cuando mataba inocentes –los
“excesos”– pero que hacía bien en matar a los otros? ¿Son las gentes que bajo
la dictadura decían “por algo será” cuando alguien, hasta un ser querido,
desaparecía? ¿Y ahora otorgan diplomas de inocencia para que ningún asesinado
los moleste y puedan “condenar” a la dictadura militar en olor de legalidad?
Esa hipocresía declarada encubre una infamia sin nombre: condona el asesinato
de quienes no fueron inocentes y afirma la “inocencia” del hambre, la pobreza,
la explotación de millones de seres humanos, su humillación y marginalidad. Da
la razón a la dictadura militar y deja amplios espacios para que la infamia
persista, victoriosa. El 14 de octubre se cumplieron 2 años del hallazgo de los
restos de Marcelo Gelman que, mezclados con cemento y arena, fueron arrojados
al río Luján.
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