El sol es
generoso en Aveiro. Ilumina a menudo sus canales. Refleja en las aguas de la mañana el vivo
color de las proas de los moliçeiros y de los azulejos de las casas encaladas. Al
atardecer convierte la madera de los galpones salineros en cobre repujado.
Aveiro tiene una belleza sonriente, blanca y modesta; una plaza de pescado
bulliciosa, jardines de acacias, templos luminosos y tascas de raciones
abundantes y vino fresco. Allí vivimos días
apacibles al sol y sin prisa. En uno de los muros más hermosos de la ciudad,
cerca su estación de tren, fotografié entonces este estarcido en el que hay
tanta memoria como sed de serena justicia. José Afonso nació en Aveiro, vivió
en las colonias, cantó la revolución y padeció en la humildad la larga enfermedad que lo llevó a la muerte. Su existencia parece
una suerte de metáfora del propio país. Nacido en la luz y volcado al mar,
conquistador de lejanías y, finalmente, entregado por la desdicha a la derrota.
1 comentario:
Qué bien lo has descrito desde el inicio hasta el fin.
Más de un mes viví en Aveiro y vuelvo a Portugal cada vez que puedo.
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