Sobre el camino, el temporal de los últimos días ha esparcido un caos de ramas, cortezas y hojas. Está subiendo la marea. Batirá la playa de nuevo el oleaje. Pero desde aquí arriba se oye al mar como a los perros, ladrando lejos. Sólo hay una manera de apaciguarlos: permanecer un rato en silencio y quietos, hasta que el aire sea incapaz de alentar nuestro olor hasta sus fauces, y mientras la cámara mantiene su objetivo abierto durante el tiempo suficiente como para que las olas se vuelvan mansas como la seda.
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