jueves, marzo 21, 2019

Postales de New York, de Isabel Parreño


Postales de NewYork, Isabel Parreño 
(Ediciones del Viento)

Hay libros de los que salimos más ligeros. No porque no dejen en nosotros  poso, sino porque el que dejan tiene, como algunos bálsamos, una capacidad depurativa. La Nueva York que describe Isabel Parreño y pinta Eduardo Baamonde, con delicioso trazo de urban sketcher, es una ciudad de línea clara: delimita rincones, ilumina personajes, contagia entusiasmo y deja, al final de cada uno de los nueve capítulos, una sensación de puerto alcanzado en bonanza. Quizás por esa transparencia que desprende del libro, en su prosa, sus ilustraciones y en el cuidado con que se ha editado, al lector le quede al final de la lectura tan buen cuerpo.

Es y no es un libro de viajes. Isabel Parreño no habla tanto como una viajera en tránsito como una residente temporal de una ciudad en la que con tiempo y dedicación suficiente va reconociendo, por sí misma, los lugares que marcaron la existencia de algunos creadores que no sólo forman parte de su educación sentimental —que diría Flaubert—, sino también de la de los muchos lectores que a buen seguro acompañarán a la autora en su periplo neoyorkino.

Con Dorothy Parker entramos en el Hotel Algonquin. Siguiendo los pasos de E. E. Cummings y  Edna Saint Vicent nos paseamos por el Greenwich Village. En el Bronx, visitamos  esa casita conocida como el Cottage de Poe, donde el autor de The Raven acompañó los últimos días de Virginia, y donde él mismo vivió sus últimos y trágicos años. Con cierta prevención —una meca tan trágica impone restricciones—, escrutamos el Chelsea Hotel, en el que murió Dylan Thomas y en el que tantos otros alojaron sus excesos. En el Queens Louis Armstrong pone por banda sonora su What a wonderful world. Nuestra fidelidad a Woody Allen nos brinda un itinerario casi interminable, el puente de Queensboro que lleva a Mahattan, el atardecer desde Brooklyn, la serenidad del Upper East desde Queens, Central Park, el Carnegie Deli de Broadway Danny Rose, las playas de Rockaway en Días de radio o las calles del Soho en Hannah y sus hermanas, el P. G. Clarke´s, donde sigue la mesa en la que se sentaron Alvy y Annie cuando se volvieron a encontrar después de mucho tiempo y desde donde se ve la esquina de Columbus Circle donde se despidieron por última vez. En un viejo apartamento de Harlem, un tórrido domingo de agosto, asistimos a esos milagrosos conciertos casi íntimos con que Marjorie Elliot, la anciana pianista de jazz, señala el camino a los que se han ido para que sepan volver. Rastreamos Columbia University en busca de una bola de pórfido donde una vez se sentó Federico García Lorca. Un rayo la destrozó con la misma saña fatalista con la que la guerra se llevó la propia vida del poeta, que fue en Nueva York un escritor subyugado por el vértigo de una ciudad poseída por la crisis del 29. Por último, y en los salones decimonónicos de la Hispanic Society, uno de esos milagros provocados por el amor hacia el genio creativo español que ha llevado a tantos hispanistas y mecenas foráneos a cuidar mejor de lo nuestro que nosotros mismos, descubrimos un retrato de  Emilia Pardo Bazán pintado por Sorolla. Este capítulo quizás es el guiño más personal de Isabel Parreño hacia una querencia, la de la vida y obra de la autora coruñesa, sobre la que ya publicó, junto a Juanma Hernández, un libro imprescindible para conocer la relación entre Pérez Galdós y la Pardo Bazán, Miquiño mío (Turner, 2013). Curiosamente, o no tanto, ambos escritores permanecen juntos en las paredes de la Hispanic Society.

Son, por tanto, estas Postales de New York un sereno y, a la vez, emocionado recorrido por algunos de los emplazamientos donde evocar a quienes, con muchos otros, contribuyeron a moldear una manera de estar y ver el mundo, de apreciarlo con más intensidad y matices. Sin ellos, en los viajes sería difícil vivir esa sensación de la que habla en las primeras páginas se su libro Isabel Parreño: la nostalgia que a veces nos invade en los lugares antes incluso de abandonarlos.

José Carlos Díaz

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